| A mi madre. A mis abuelas. |
El 7 de octubre fue el cumpleaños de mi madre, subí una historia en instagram donde decía: “un día descubres a la mujer que hay detrás de la madre”. Y sin querer, esa frase que me salió casi sin pensar, ha dado lugar a este artículo.
Porque sinceramente, estoy muy harta de lo infravaloradas e incluso despreciadas que están las mujeres no académicas, que no han abierto un libro de feminismo jamás, como si eso fuera algo imprescindible para ser conscientes de las desigualdades que han sufrido.

Mi madre fue a un colegio de monjas, dio clases de costura, se casó con 20 años y me tuvo con 21. Esa misma madre pasó toda mi adolescencia diciéndome que tenía que estudiar para tener mi propio dinero y no depender de ningún hombre, y os aseguro que no sabe quien es Celia Amorós.
Tras 25 años de matrimonio se divorció; de golpe y porrazo estaba sola en un pueblo que no era el suyo, así que tuvo la idea de empezar a organizar eventos para personas sin pareja y conocer a gente nueva. Hoy es referente en Andalucía con su empresa de actividades para singles, ha salido en tv, periódicos y tiene más de 30 mil seguidores en Instagram. Sin embargo, nunca la he escuchado definirse como una mujer empoderada, simplemente envolvió todo su dolor y le puso un bonito lazo de raso. Hace falta mucho valor para esto, quizás el mismo que para luchar por una habitación propia donde poder escribir, por ejemplo.
Y esto no se trata de quitarle el mérito a otras mujeres, se trata de que parece que solo aquellas que hacen cosas extraordinarias como viajar a la luna merecen el reconocimiento de la sociedad.
Ese mismo día, trabajé de noche en el hospital y atendí a una niña de unos 4 años, acompañada de su madre, que aún era adolescente, y de su abuela, quien asumía el rol de madre tanto para su hija como para su nieta. En medio de todo ese torbellino de pensamientos, la situación me dejó una reflexión más: ¿cuántas mujeres, como esta, cargan con todo y siguen adelante, soportando lo impensable sin que nadie las reconozca como referentes? Luchan, resisten, se enfrentan a lo que venga, pero rara vez son vistas como ejemplos de fortaleza.
“Amas de casa, sus labores”. Hemos denostado el trabajo doméstico durante años y años. Y sí, yo también me meto en el saco. Porque ya lo sabemos, ninguna mujer tiene un orgasmo fregando el suelo de la cocina, ya nos lo dejó claro Betty Friedan, pero resulta que HAY que fregar el suelo de la cocina, HAY que hacer las lentejas, y HAY que cuidar a los bebés. Esto no es negociable, lo doméstico, los cuidados, son necesarios para vivir.
Sobra decir que no vengo a romantizar todo esto, por supuesto, son labores muy poco agradecidas que nos han sido impuestas a las mujeres, y quizás por eso no se les ha dado la importancia que verdaderamente tienen.
Decía Isaías Lafuente que “una maruja o una mari, según la definición académica, son mujeres que se dedican a las tareas domésticas, de bajo nivel cultural, chismosas y teledependientes”. Ay esa definición académica, que me suena a mi que los señoros de la RAE están detrás. Las Marujas de antes. Las Charos de ahora, la misoginia no cambia, solo se transforma.
Y yo me pregunto, ¿seguro? Tengo una camiseta en la que pone Maruja, y la luzco con muchísimo orgullo, ya es hora de reivindicar esos intentos de humillar a mujeres que han hecho la revolución desde la pequeña parcela que les ha sido asignada. La vecina que cuida de tu bebé si tienes que salir, o la madre del cole que sin conocerte de nada se presta a llevar a tus criaturas al cumpleaños, ahí es donde está la verdadera sororidad. Feminismo sin academia.
Esas mujeres “chismosas con bajo nivel cultural”, fueron precisamente las que se salieron del tiesto, plantando en los hombres y mujeres de ahora la semilla del cambio.
Hace unos días, mientras paseaba con mi hijo me dijo: “en orden de importancia estás tú que eres enfermera, la tita que es auxiliar y la abuela que es cuidadora”. Y yo, que siempre le doy tremendas chapas, intenté hacerle entender que es completamente al revés, que las personas que se dedican a cuidar de otras son el eslabón más importante de todos, porque sin los cuidados el mundo no funciona. Él se quedó con las patas colgando, claro, a lo que me respondió preguntando por qué su abuela no cobraba nada si era tan importante. Es decir, un niño de 9 años comprende a la perfección la problemática esencial de este sistema que se sostiene gracias a la explotación de las mujeres. Ahora explicaselo a los políticos, o a tu cuñado, a ver qué pasa.
Total, que ahora nos encontramos en esta era super moderna, en la que las mujeres nos hemos lanzado al mercado laboral, y sin embargo muchas siguen a cargo de “sus labores”. No encontrando ningún tipo de satisfacción en ellas, y encima sintiendo el desprecio de una sociedad que no entiende ni valora la importancia de los cuidados.
Y yo, que odio cocinar, no pretendo dejar de hacerlo; lo que quiero es que cada vez haya más Marujos dispuestos a cuidar, a lavar y a planchar, pero no por obligación, sino por convicción. Porque aunque el feminismo no vaya de los hombres, necesitamos que entiendan e interioricen que llevar a sus criaturas al médico o comprarles ropa cuando van creciendo es una manera de quererlos, menos aplaudida que llevarlos al parque, pero más necesaria.

Por desgracia no recuerdo muchas cosas de mi abuela. Una mujer que sacó adelante a diez criaturas. Si cierro los ojos la oigo con voz firme, discutiendo por lo que le parecía justo, porque ella era de las que se dice que tienen “mucho genio”, o traducido: que no se dejaba pisotear y de la misma manera también recuerdo los táper que me hacía de mis comidas favoritas, o lo rápido que me arreglaba los pantalones que me quedaban grandes. Quizás lo verdaderamente revolucionario sea reivindicar los cuidados, la ternura como algo profundamente político, que no entiende de sexos, aunque hasta ahora no haya sido así.
Mi madre, mi abuela. Mujeres que no aparecen en ningún libro. Que no son ponentes en los congresos feministas, y que sin embargo hicieron lo que pudieron, sin herramientas. Mujeres a las que deberíamos escuchar más. Nombrar más. Ellas son mis referentas.
El estatus de las profesiones parece ser directamente proporcional al sexo de quien las desempeñe, y en el centro de esto tenemos a las limpiadoras, un sector feminizado y del que nadie se queja por usar el femenino genérico. Después de lo vivido durante el covid, supongo que no hace falta que os diga qué pasaría si una operación con el mejor equipo de cirugía del mundo tuviera que hacerse en un quirófano sucio. Ejemplos como este, tengo varios, pero supongo que ya ha quedado claro, como dijo Ana de Miguel que “el ser humano es cuidable por naturaleza”, y por tanto este dato tan esencial debería ser suficiente para que absolutamente toda la sociedad girara en torno a él, y no al contrario.
Creo firmemente que los cuidados deberían ser una cualidad humana valorada por todos y todas, una manera maravillosa de demostrar el amor por los demás, y el principio básico por el que se debería regir cualquier estado.
“Las mujeres no serán igual fuera del hogar mientras los hombres no sean igual dentro de él”. Gloria Steinem
“El trabajo doméstico es un trabajo de producción. La diferencia es que lo que se produce no son mercancías, son seres humanos”. Silvia Federici