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¿Alguien ha preguntado qué opina Dios?

Actualmente, estamos siendo testigos de atrocidades cometidas en el pasado, horrores de tiempos lejanos, aciagos actos de otras épocas donde se usa a Dios como sicario y se justifican los crímenes mediante la fe.

A lo largo de la historia, el mundo ha sido testigo del odio, la violencia, las conquistas territoriales, conflictos étnicos y políticos, nacionalismos, extremismo, el afán de poder, la imposición de unas creencias sobre otras, la demencia de algunos, las alucinaciones de muchos y la fantasía de otros pocos, motivos todos válidos para justificar una hoguera, un conflicto, una guerra, un exterminio o un genocidio.

Podemos enumerar cientos de guerras, contiendas y conflictos; llenar páginas y páginas de sangrientas historias, matanzas y crónicas de la sinrazón que quizás podrían habernos enseñado algo, alguna lección constructiva de lo que el hombre a lo largo de su historia, no debería hacer o repetir.

Hasta hace poco (1998), en la Europa libre y democrática se llegó al fin de un conflicto que duró 30 años, conocido como “The Troubles” donde católicos y ortodoxos se mataban en Irlanda y casi al mismo tiempo, en la antigua Yugoslavia, se hacía más de lo mismo.

En los últimos tiempos, vemos como el terror va invadiendo nuestra realidad gracias a grupos armados y financiados a saber por quién, extremistas cobardes, nacidos o creados para generar conflictos que se esconden en una religión para justificar todos los espantos que pueden causar a un estado, país o a personas inocentes.

Bárbaros a sueldo, sin moral, humanidad ni valor alguno más allá de su barbarie, van sembrando el horror con sus actos, aniquilando a personas inocentes en pro de unos ideales que brillan por su ausencia, atrocidades injustificables y lo hacen escudándose en una religión, dícese del autoproclamado “Estado Islámico, Dais, ISIS” todas siglas del miedo, alarma y espanto.

Estos grupos terroristas legitiman sus aborrecibles actos bajo interpretaciones de la religión, distorsionando los textos y conceptos religiosos con el afán de imponer una visión radical y, desestabilizar a sociedades enteras y así, promover su agenda de violencia contra inocentes y, por más increíble que les parezca a las personas que, se creen las doctrinas de estos terroristas y sus mensajes y culpan a toda una religión por ello, estos grupos fanáticos, han matado y combatido a más de sus correligiosos que a otras personas, en este caso no musulmanes. ¿Tiene sentido para alguien?

Sin embargo, pese a la historia negra de la humanidad con respecto a las masacres perpetradas en nombre de Dios, hubo y hay personas e incluso obras que pretendían acreditar este tipo de violencias como la de San Agustín y su “Teoría de la Guerra Justa” como si pudiera existir tal concepto, justifica en dicha obra ciertas matanzas y, gracias a la misma, se sentaron las bases que desarrollaron otros pensadores como Santo Tomás de Aquino o Hugo Grocio, bases que han ejercido y siguen ejerciendo una influencia importante en el pensamiento religioso y político de rabiosa actualidad.

Un ejemplo reciente de esta teoría es la llevada a cabo durante la guerra de Irak, donde bajo la mentira de acabar con las “armas de destrucción masiva” y con el lema de “guerra preventiva” se proclamó esta idea, y gracias a ello, perdieron la vida miles de cientos de inocentes.

Según un estudio realizado por la Organización Mundial de la Salud publicado en 2008, sugiere que fueron más de 400.000 civiles muertos durante la invasión de Irak, mientras que una tercera encuesta ejecutada esta vez por, Opinión Research Business, con sede en Londres, estima en un millón los muertos. Sea como sea, las cifras son alarmantes y lo que más duele es el hecho de que, han sido llevabas a cabo sobre una mentira.

“Una guerra justa” que pretendía acabar con un mal, inexistente en este caso, para evitar males futuros. Los dirigentes que hicieron posible la invasión e inventaron la “Gran Mentira” siguen sin pagar judicialmente por ello.

Este tipo de actos, perpetrados por Estados, que no sufrieron ningún tipo de amonestación, condena o repulsa, han constituido las bases para cometer ataques preventivos, invasiones ilegales, justificando masacres sin temor a pagar por ello.

Y, bajo la teoría de “Una guerra justa” y por supuesto por mandato divino, por ser “El pueblo elegido de Dios”, estamos actualmente, asistiendo a un exterminio étnico, sin miedo por parte del estado genocida a sufrir algún tipo de castigo por ello, sin que exista ningún organismo que tenga la potestad de velar por que se cumpla con los derechos humanos y que ejerza una condena firme además del cumplimiento de las resoluciones de la ONU.

Cuando un pueblo proclama a cielo abierto que es “el elegido de Dios” ya tiene derecho a acabar con todos aquellos que no lo son, con todo lo que amenaza su expansión ya sea territorial, política o religiosa y cualquier ataque a esos ideales supremacistas, aunque sea después de décadas de estrangulamiento a todo un pueblo invadido, es justificación suficiente para llevar a cabo un exterminio, es el escenario perfecto para poner en puesta “La Guerra Justa” aunque en el caso de Israel, no podemos hablar de guerra como tal ya que no hay dos bandos posicionados militarmente, solo un ejército muy preparado con lo último en armamento pero carente de principios morales, frente a civiles desarmados.

En este ataque genocida por parte de un estado hacia una minoría étnica, la superioridad en todos los sentidos, en cuanto a medios e infraestructuras ya son suficientes para borrar del mapa a más de dos millones de personas de su tierra sin necesidad de cometer los crímenes de Lesa Humanidad que están perpetrando sobre el pueblo palestino.

Las imágenes de sádicos soldados que ríen, humillan y graban mientras aniquilan a civiles inocentes, sobre todo niños y mujeres, ejerciendo métodos de tortura que utilizan para doblegarles, privándoles de agua y alimentos, jugando a la “Guerra del Hambre” donde dejar a las personas, niños sobre todo, que mueran lentamente, sufriendo un tormento inhumano, son prácticas de salvajes propias de racistas supremacistas que han acabado convirtiendo la miseria humana en un espectáculo, donde nos muestran el grado de bajeza a la que puede llegar una persona por sentirse o creerse, elegido de Dios.

Alguien puede justificar estos actos de crímenes de guerra, que personas así, por “haberlos haylos” escudándose en la rancia idea de que el estado sionista se está defendiendo y esta es una guerra (no lo es) y los civiles asesinados son “daños colaterales” (no lo son), ¿cómo explican que los ministros de este gobierno y hasta los civiles sionistas, se alegren, aplaudan y recalquen sin vergüenza alguna el exterminio de todo un pueblo? “En Gaza no hay inocentes, ni los niños lo son”, esta es la idea global de los sionistas.

De hecho, la vida de un o una palestina no vale nada comparada con la vida de un solo sionista. Siempre hemos sido testigos, desde hace décadas de intercambios de prisioneros o secuestrados en manos de ambas partes. Son monedas de cambio. Pero llama la atención la diferencia, siempre, entre la cantidad de prisioneros liberados por un bando u otro. “5.000 prisioneros palestinos a cambio de los 240 rehenes israelíes”, esta es la cantidad que recoge muchos medios de comunicación. Puntualizar que, la mayoría de los presos palestinos liberados no habían sido condenados por ningún delito, y casi la mitad eran menores de 18 años. Un intercambio tan disparejo no es inusual. Los gobiernos israelíes llevan mucho tiempo decididos a recuperar a los civiles y soldados capturados, incluidos los muertos, incluso a un alto costo.

Las últimas imágenes de un soldado sionista caído en el asedio a Gaza, pone en evidencia la importancia de una sola vida por encima de algunos cientos. Las muestras de dolor y rabia durante el funeral, fueron bastante explícitas sobre la importancia de una sola muerte. Se condena y se empatiza con el soldado caído y las pompas fúnebres son dignas de un héroe nacional, mientras que el asesinato de vidas inocentes, sobre todo niños, son daños colaterales para algunos y necesarias para limpiar Gaza desde su base, para otros.

Asistimos a hechos históricos, pero nada nuevos, no hace tanto del holocausto y de todos los horrores vividos en los campos de concentración de la Alemania nazi. Veíamos aquello desde cierta lejanía, mientras las imágenes de esos campos inundaban nuestro salón desde la pantalla del televisor que transmitía un reportaje sobre aquel horroroso lugar y, sobre lo terrible de aquello que les tocó vivir a los judíos de la época y compungidos por ese dolor, con el alma encogida y los ojos llorosos, nos preguntábamos: ¿Dónde estaba todo el mundo?, ¿qué hacían los alemanes de a pie mientras este horror acontecía? Hoy sabemos que, no hicieron nada. La vida seguía, como cualquier otra en situación de guerra en el país que se cría ganador. Solo algunos pocos hombres y mujeres fueron lo suficientemente valientes para alzar su voz o para gestionar hechos contra un genocidio.

Hoy, vemos una similitud entre aquello, la situación de los gazatíes y su exterminio, la franja de los horrores y la vida sin problemas ni preocupaciones de los ciudadanos israelíes que se felicitan, por los caídos del otro lado del muro, por las incursiones de los colonos (invasores) en las tierras de Cisjordania, por los ataques indiscriminados sobre la población civil. Vitorean a su gobierno, a sus ministros extremistas, genocidas y piden más mano dura, como si no fuera suficiente con lo que está ocurriendo. Pero esta dureza humana, este ejemplo de “la Banalidad del mal” un concepto central en la obra de Hannah Arendt, se refiere a la idea de que el mal puede ser cometido por personas comunes y corrientes, no por monstruos o psicópatas, que actúan dentro de un sistema burocrático sin reflexionar sobre la moralidad de sus actos.

Por suerte, el concepto de la banalidad del mal, no afecta a todos/as por igual y a día de hoy muchas de estas personas no están a favor de horror perpetrado por su gobierno ni están a favor de esta masacre.

Sin embargo, por desgracia, son muchos los que disfrutan con las aflicciones ajenas; han caído en este mal al que justifican y aplauden. No importa las imágenes que vean, los testimonios que oyen, tampoco suscita un interés o preocupación lo suficiente preocupante como para que, dediquen un rato de su tiempo a investigar en los orígenes del conflicto y la evolución del mal desde hace más de 70 años. Les pilla muy lejos o callan su conciencia diciendo que no entienden de política.

No se trata de política, ni guerra, ni de etnias, se trata solo de humanidad.

No existe la neutralidad. O te posicionas en contra o a favor del holocausto del S. XXI.

Las imágenes de deshumanización de un pueblo que dice pertenecer a un estado democrático donde se defienden y enarbolan las libertades y los derechos humanos, son como poco, para sentir, vergüenza ajena. Una contradicción que se escapa a la lógica.

En este contexto, y rondando ya lo inexplicable de la mezquindad humana es la de los llamados “Yoguinazis”, un grupo o secta sionista que realizan excursiones a los asentamientos en ruinas para buscar el equilibrio espiritual que solo alcanzarán junto a la felicidad plena, cuando acaben con todos los gazatíes para siempre y así honrarán a Dios. Sobre las ruinas de hogares destruidos, se dedican a realizar ejercicios de estiramiento y respiración, buscando el Nirvana: la aniquilación de un pueblo porque “su Dios” así lo quiere, como si ese Dios, el de ellos, no fuera lo suficiente poderoso para hacerlo por sí mismo, en cambio, espera que sus elegidos lo hagan por él de manera lenta para así alargar o perpetuar el sufrimiento de un pueblo cuyos niños/as no son elegidos por este Dios.

Según Saramago: “Todo aquel que mata en nombre de Dios, convierte a este en asesino”.

Mientras que, a un lado de la valla, los niños mueren de inanición, al otro lado, pegados al muro de la vergüenza, los ciudadanos sionistas de un estado “democrático” “proderechos humanos” celebran barbacoas, no solo para festejar la masacre sino también para que el viento, en su camino sobre las desvencijadas tiendas de campaña de los moribundos niños, pase dejando la estela de olor de la comida preparada.

A veces la realidad supera la ficción, en la película “La zona de interés” narra la vida de Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz y su familia, quienes vivían en una cómoda villa con piscina a apenas 2oo metros de las cámaras de gas, solo un muro separaba la tragedia de la indiferencia. Actualmente, los sionistas no solo están calcando sino repitiendo con toda la crudeza posible, la maldad extrema del ser humano y su disposición para la violencia.

Entre tanto, no muy lejos de ahí, llegan autobuses cargados de turistas que pagan y disfrutan de las imágenes a través de los prismáticos de monedas, inundando sus retinas de regocijo y alegría por tener el privilegio de asistir a un genocidio, a unos pocos kilómetros de allí y, bocadillo en mano, se fotografían con sus familias y pequeños, viendo insitu la muerte de “los otros niños” saltando de alegría entre vítores cada vez que un explosión inunda el espacio cubriendo de polvo, olor a carne quemada, tierra, escombros y miembros mutilados de humanos sobre “La Tierra prometida por Dios”.

Créditos imágen: Por Godong Photo. @Adobe Stock

Un comentario

  1. Gran entrada la de hoy, con un tema que es bastante interesante y encima “clama a dios” totalmente de acuerdo en todo lo escrito y apuntado, gracias a la autora!

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