Hoy en día podrías juntar a un hombre que se diga machista con uno que se diga feminista y no notarías ninguna diferencia. Y no me refiero a diferencias físicas —que también—. Me refiero a cómo piensan. A lo que hacen.
Podrías observar cómo ambos se dedican a parasitar a las mujeres, a silenciarlas, a quitarles espacio, a hablar por ellas para que ellas permanezcan calladas. Los dos legitiman la violencia contra las mujeres, la justifican y la defienden con uñas y dientes. Tanto uno como el otro se creen mejores que las mujeres, convencidos de tener derecho a arrebatarles lo suyo porque consideran que les pertenece. Insultan a las mujeres y las mandan callar.
No hablamos de una contradicción personal, sino de un patrón.
Pongamos como ejemplo al aliado por excelencia, al abanderado del feminismo aceptable, al portavoz de las buenas mujeres, al domador de masculinidades. Un hombre cuyo supuesto “feminismo” es su medio de vida. Un hombre que recorre platós de televisión, congresos y ferias del libro hablando sin parar de las mujeres. Pongamos como ejemplo a Roy Galán.
Roy habla y escribe sobre ti, mujer. Sobre lo que deseas, lo que sientes, lo que mereces y lo que ocultas. Él conoce tus miedos y tus metas. Sabe lo que deberías ser. Ojalá te conocieras tan bien como él te conoce.
Él te conoce. Nos conoce a todas, claro: somos más o menos iguales. Por eso está siempre presente en los medios de comunicación hablando en tu nombre. Por eso sabe que tienes un poquito de culpa de que los hombres sean malos, porque te gustan los chicos malos, ¿eh, pillina? Por eso lucha por el derecho de los hombres a comprarte para violarte, penetrarte, usarte y tirarte como un pañuelo de papel. Porque él sabe que nosotras y nuestras hijas no seremos libres hasta que tengamos el “derecho” a ser un objeto sobre el que los hombres eyaculen. Y por eso quiere ir más allá. Por eso se presentó en la lista de Íñigo Errejón para la Asamblea Ciudadana de Podemos. Por eso formó parte de la lista electoral de Más Madrid al Ayuntamiento de Madrid. Por eso también estuvo en las listas de Sumar en Santa Cruz de Tenerife. Porque Roy sabe lo que te conviene y quiere hacerlo posible. Porque tonto no es.
Y por eso te escribe poemas.
Le gusta cuando callas porque estás como ausente.
Él, incansable en su función, también defiende que tus espacios, mujer, no son tuyos. Pero no solo tus espacios: también tus logros, tus podios, tus medallas, tus puestos de poder, tus derechos, tu protección. Defiende con ahínco que todo lo que has conseguido tras siglos de lucha ya no te pertenece: es de todes.
Este gran hombre “feminista” también encuentra ratitos para insultar a las mujeres. Si eres una de esas atrevidas que defienden que el sexo es una realidad material, te dirá que eres una odiadora, excluyente, opresora de otres que están el doble de oprimides que tú: por ser mujeres y por no serlo. Lógica pura.
Hagamos memoria. Recordemos cuando J. K. Rowling compartió aquella foto fumando un puro para celebrar que el Supremo británico había dictaminado que el término “mujer” se refiere únicamente a la mujer biológica y al sexo biológico. En aquel momento, el bueno de Roy decidió hacer esta comparación:
“Se enciende un puro, como se lo tuvo que haber fumado Margaret Thatcher tras llevar al Reino Unido a la guerra de las Malvinas o dejar sin trabajo a 20.000 mineros; como se lo tuvo que fumar Pinochet tras dar el golpe de Estado”.
La comparación no es casual.
Fíjate bien. Para Roy, las feministas luchando por nuestros derechos somos equiparables a la guerra, la muerte y los golpes de Estado. Sí, amiga: es casi como si nos estuviera llamando FEMINAZIS.
Según hombres tan “feministas” como Roy, tu opresor con peluca se convierte en tu compañera y tiene derecho a meterse en el vestuario contigo y con tu hija. También defienden medicalizar y mutilar cuerpos para encajarlos en los roles de género, que son su cosa favorita. Roy agarra esos roles, los acuna, los alimenta, los protege y los cría hasta que crecen sanos y fuertes. Como papá.
Para que todo esto resulte más fácil de tragar, Roy lo cubre con una gruesa pátina poética destinada a desactivar cualquier posibilidad de razonamiento y a trasladar la conversación al plano de la fantasía y los arcoíris. Mientras tú luchas por ser considerada un ser humano, él se dedica a “defender lo hermoso de la diferencia, el esplendor crujiente de la diversidad que sobrepasa todos los marcos legales, humanos y racionales”.
Y ahí te quedas tú: en el plano de la realidad, siendo humana, racional y viviendo en un mundo regido por leyes. Te quedas fuera del debate y de su mundo brillante y blandito.
Y con todo esto se lo lleva muerto, crujiente y calentito. Se llenan sus bolsillos por hablar de cómo y por qué debes —o no— luchar. Pero Roy no discrimina y también se lo lleva calentito con ellos, impartiendo cursitos sobre nuevas masculinidades, donde supongo que aprenderán a colarse en nuestros vestuarios y a defender su derecho a irse de putas. Todo muy nuevo.
Porque las nuevas masculinidades de Roy y sus amigos son iguales que las viejas, pero sales de su cursito con tu carné de hombre feminista, que te coloca varios niveles por encima de las propias feministas y te otorga licencia para mandarlas callar y compararlas con dictadores. Pero por su bien, claro, porque las pobres no saben y al final se van a hacer daño.
El feminismo en manos de estos hombres es un juguete. Ha sido zarandeado, manipulado, mezclado, agitado, pisoteado, masticado, vomitado, maquillado, envuelto en cuero y expuesto en un escaparate. Justo donde querrían que estuviéramos todas nosotras.
Lo de Roy Galán es lo de todos los hombres que se dicen feministas: hacer negocio desmantelando nuestra lucha desde dentro, vaciándola de objetivos y de significado, convirtiendo el feminismo en “cosa de todas, todos y todes” para ocupar espacios y voces que nos pertenecen a nosotras, dejándonos exactamente donde empezamos: en segundo plano y calladitas. Preferiblemente en un burdel.