El patriarcado, en su alianza histórica con el capitalismo, ha construido mecanismos de control sobre el cuerpo de las mujeres que se presentan bajo distintas formas, pero que comparten un mismo eje: la consideración del acceso masculino al cuerpo femenino como un derecho. La prostitución, la violencia machista y el papel de la justicia en la minimización de estas violencias no son fenómenos aislados, sino piezas de un engranaje que reproduce y legitima la subordinación de las mujeres.
La prostitución como acceso de clase
En el sistema capitalista, el dinero se convierte en la llave para ejercer privilegios de género. Los hombres con recursos económicos pueden comprar acceso al cuerpo de las mujeres a través de la prostitución, configurando un “privilegio masculino de clase”.
Andrea Dworkin señala que:
- “La prostitución no es un desvío sexual ni una práctica marginal. Es la institución fundamental que garantiza a los hombres el acceso a los cuerpos de las mujeres como un derecho masculino universal” (1993).
Carole Pateman lo sintetiza en su teoría del contrato sexual:
- “La prostitución es la expresión más clara de ese contrato: la compra del derecho masculino sobre la sexualidad femenina” (1988).
En esta lógica, la prostitución no es un “trabajo sexual” sino un dispositivo de desigualdad. Como afirma Kathleen Barry:
- “La prostitución es la reducción de la sexualidad de las mujeres a mercancía, un proceso en el que el dinero sustituye la violencia, pero no la elimina” (1995).
Frustración masculina y desigualdad de acceso
Los hombres que no disponen de recursos económicos suficientes perciben esta limitación como una pérdida de poder o como un “derecho masculino negado”. El patriarcado, al haber construido culturalmente la idea de que las mujeres deben estar disponibles para los hombres, convierte esta carencia en frustración.
Esta frustración se traduce en resentimiento y, en muchos casos, en violencia hacia las mujeres, pues el sistema les ha enseñado que ese acceso les corresponde.
La violencia como mecanismo de compensación
Para aquellos hombres que no acceden a través del dinero, la violencia se presenta como la vía para reafirmar un poder que sienten cuestionado. La violencia machista, en este sentido, opera como un “mecanismo de compensación” que el patriarcado habilita para garantizar que todos los hombres, independientemente de su clase social, puedan ejercer algún grado de control sobre las mujeres.
Rita Segato advierte que:
- “La violencia contra las mujeres no es producto de excesos individuales, sino un mensaje de poder: un acto pedagógico de disciplinamiento que sostiene la dominación patriarcal” (2016).
Liz Kelly añade:
- “La violencia sexual no puede ser entendida como episodios aislados, sino como un continuo que atraviesa la vida de las mujeres y estructura la relación entre los sexos” (1988).
En su extremo, como señalan Radford y Russell:
- “El feminicidio es el extremo de un proceso constante de control, abuso y deshumanización que legitima la apropiación masculina de las mujeres” (1992).
La culpabilización de las mujeres
En este sistema circular, las mujeres resultan siempre culpabilizadas.
Si se prostituyen, se afirma que “lo han elegido libremente”.
Si sufren violencia, se argumenta que “han provocado”.
De esta manera, se perpetúa la invisibilización de los agresores y se refuerza la idea de que la responsabilidad recae en las mujeres, nunca en los hombres ni en la estructura social que legitima la violencia.
La justicia patriarcal como reproductora del sistema
El papel del sistema judicial es clave en la perpetuación de este engranaje. Muchos jueces, pertenecientes a clases sociales con poder adquisitivo, comparten el mismo imaginario cultural que legitima el acceso masculino al cuerpo de las mujeres.
Carol Smart lo resume con contundencia:
- “El derecho no es neutral ni objetivo: es un discurso masculino que produce y reproduce el poder patriarcal bajo la apariencia de imparcialidad” (1989).
En la misma línea, Celia Amorós afirma:
- “La razón patriarcal ha colonizado la justicia, presentando la desigualdad como natural y ocultando la subordinación de las mujeres bajo formas supuestamente universales” (1991).
Silvia Federici ofrece la dimensión histórica:
- “El control de los cuerpos de las mujeres ha sido el eje de la acumulación capitalista. El derecho y la violencia institucional son los garantes de esa expropiación” (2004).
Por ello, cuando los jueces minimizan violaciones, conceden atenuantes o reducen penas en casos de violencia machista, no se trata de errores aislados: es la expresión actual de un sistema que sigue blindando el privilegio masculino.
En conlcusión la prostitución, la violencia machista y la justicia patriarcal no son fenómenos aislados, sino partes de un mismo sistema. Los hombres ricos acceden al cuerpo de las mujeres mediante el dinero; los hombres pobres, a través de la violencia; y los jueces, como representantes del poder patriarcal, blanquean y legitiman ambas prácticas.
El resultado es siempre el mismo: las mujeres son las culpables, y el patriarcado se perpetúa como estructura de dominación.