Mi primer contacto con la violencia machista, y si, digo machista por varias razones, pero la más potente es la era de la dilución total del género que estamos viviendo, por lo que me parece acertado especificar que este tipo de violencia se da por el hecho de nacer hembra de la especie humana. A lo que iba, mi primer contacto a nivel personal fue allá por 2013, con 22 años, a las dos semanas de estar conociendo a un chico se me encendió la luz roja de “algo no va bien aquí”, mi cerebro no me advirtió claramente “estás entrando en una relación con un maltratador”, os avanzo desde ya que no es tan fácil, a veces lo ves y otras (la mayoría) pasa totalmente desapercibido. La cuestión es que, gracias al cielo, me di cuenta de unas dinámicas de violencia y agresividad que no me gustaron ni un pelo y decidí cortar por lo sano. Evidentemente él no se conformó con mi decisión, empezó a acosarme tanto personalmente como por mensaje, al principio todo muy “amoroso” (fase luna de miel), luego de manera amenazante (fase de tensión), vamos, un ciclo de violencia en toda regla. La cosa empeoró cuando me vió con otro chico, las amenazas se hicieron más frecuentes, y empecé a tener miedo, no tanto por mi (siempre he ido de super fuerte por la vida) si no por mi amigo, así que decidí acudir con mis padres a la comisaría de la policía para poner una denuncia, cuál fue mi sorpresa cuando el policía me dijo “si aún no te ha pegado, no hay nada que hacer, puedes poner la denuncia pero va a ser para nada”. Recuerdo mi enfado supremo, y de la frustración ya ni os cuento.
Cuando hace 6 meses empecé a trabajar como enfermera en un equipo especial de atención a la mujer en casos de este tipo de violencia, pensé que seguramente después de 9 años todo sería diferente, en 2013 no había tanta sensibilización como ahora, siento deciros que me equivoqué. Lo que me dijo aquel policía cuando yo tenía 22 años se sigue repitiendo hasta la saciedad desde todas las instituciones a día de hoy. Pero bueno, sobre mis reflexiones como trabajadora oficial dentro del ámbito “violencia de género” hablaré más tarde.
Ahora quiero remontarme a mis 28 años. Si has llegado hasta aquí quizás puedes pensar que no te importa mi vida, lo entiendo, pero por experiencia propia sé que a muchas mujeres quizás si les sirva saber que el único factor de riesgo para vivir este tipo de situaciones es nacer con vulva, ni el poder adquisitivo, ni los estudios, ni la personalidad tienen nada que ver.
Hace cuatro años, mantuve durante 9 meses una relación en la que sufrí maltrato psicológico, no fui consciente de ello hasta mucho después de dejarla, y si, tenía esta conciencia feminista, y sabía muchas de las cosas que se ahora, entonces ¿por qué aguantaste? os preguntaréis, pero es que responder a esa pregunta es mucho más difícil de lo que piensa la mayoría de la gente. Una relación de maltrato no empieza con una alarma roja, ellos saben perfectamente cómo actuar para dejarte cada vez más indefensa y que normalices todo lo que está pasando. A toda esta maniobra maquiavélica hay que sumarle que el maltrato psicológico es casi imposible de demostrar ante las instituciones que supuestamente se encargan de protegernos, por lo que si por un casual te das cuenta pronto de lo que ocurre, quizás decidas simplemente no hacer nada.
En mayo de este año, me propusieron formar parte de un equipo sanitario para la atención de casos de violencia de género, seguramente pensaréis que qué pinta una enfermera en eso, así que os lo explico rápidamente: muchas situaciones de maltrato se descubren en una consulta médica, ya sean agresiones físicas, psicológicas o sexuales, algunas son derivadas a los centros municipales de atención a la mujer (Instituto Andaluz de la Mujer) sobre todo cuando se interpone denuncia y esta se ratifica, pero en muchas ocasiones sin nuestro equipo esas mujeres no serían captadas, por lo que una de mis funciones es rastrear todos los servicios de urgencias de los centros de salud de la zona sur de Córdoba en busca de confirmaciones de malos tratos o sospechas por indicadores (ansiedad, traumatismos, infecciones de orina, etc.), además de esto realizamos entrevistas presenciales con la intención de elaborar informes para evitar la revictimización de la mujer y realizar planes de cuidados individualizados según las necesidades de estas, hacemos seguimientos telefónicos encaminados al acompañamiento, asesoramiento y derivación a recursos disponibles, servimos de consultoras para los demás profesionales sanitarios y a veces incluso para las fuerzas de seguridad del estado y difundimos nuestras funciones alrededor de toda la zona sur de Córdoba para sensibilizar y promover la coordinación, y así mejorar la atención a las mujeres víctimas de esta violencia. Este equipo se encuentra también en las demás provincias andaluzas. Este año, llevamos 185 casos confirmados de maltrato en nuestra zona.
Durante estos 6 meses he llegado a varias conclusiones:
Es cierto que hay infinidad de recursos e instituciones que nacen para dar respuesta a esta problemática, ¿son útiles? Bajo mi punto de vista no. ¿Son mejores que nada? Evidentemente si, pero son insuficientes. Y sinceramente creo que mucho de lo que rodea a la violencia machista en España se trata de un lavado de cara inmenso de color morado. Qué bien quedan los partidos políticos y todas las instituciones el 25 N con sus charlas, sus banderas moradas, sus alegatos y sus minutos de silencio, vamos, casi casi igual que el 8M. La realidad es otra, mujeres que literalmente se encuentran solas a la hora de afrontar una situación de estas características, y ya ni hablemos si sumamos vulnerabilidades como ser migrante, tener discapacidad o vivir en entornos rurales.
Me gustaría ser un poco más específica, aunque esta editorial se alargue más de lo común, pero es que es fundamental tener claro por qué todo el entramado que se ha dispuesto para paliar esta problemática es insuficiente. Nos encontramos constantemente con un déficit de psicólogas/os, algunos centros municipales de atención a la mujer directamente no tienen y los que tienen, debido a la masificación, pueden dar citas cada mes o mes y medio, si acudimos a la psicología del servicio público de salud las citas se demoran aún más, y en muchos casos las mujeres que han sido víctimas de esta violencia no se consideran susceptibles de ayuda desde lo público por lo que se derivan a su vez a los centros de los que he hablado anteriormente. En el equipo donde yo trabajo por ahora solo hay servicio de psicología en las provincias, las zonas rurales a pesar de tenerlo aprobado aún seguimos sin ese puesto cubierto. En el ámbito laboral y económico encontramos varios recursos, ayudas específicas para la inserción laboral que normalmente son incompatibles con otro tipo de ayudas, y que aunque no lo fueran la cuantía máxima que se puede cobrar es ridícula e incompatible con la vida, las bolsas de empleo de distintas asociaciones hacen lo que pueden, pero la realidad es que las mujeres con menores a su cargo y que perciben mensualmente una cantidad ínfima de dinero tienen muy reducida su disponibilidad, tanto para formación como para empleo. Con respecto al proceso judicial nos encontramos muchos casos en los que una mujer anteriormente ha retirado una denuncia, y a la hora de volver a denunciar no es tomada en serio por las instituciones y así se lo hacen saber, en ningún caso se contempla cómo funciona una relación del maltrato, el miedo, las coacciones, las amenazas, si has retirado una denuncia, probablemente te lo hayas inventado y ya nadie te va a creer. Es duro, pero es así. Las mujeres se encuentran constantemente expuestas a juicios de valor, reciben coacciones en el mismo juzgado, no se les explica bien el procedimiento al que van a enfrentarse, frecuentemente son puestas entre la espada y la pared, y hagan lo que hagan su credibilidad no vale nada, por ejemplo si no están dispuestas a entregar a sus hijos a un maltratador pueden estar cometiendo un delito, si por el contrario, lo hacen, se puede volver en su contra porque si es un maltratador, ¿cómo es que le entregas a los niños? Supongo que ya os han dado ganas de pegaros cabezazos contra una pared, os entiendo, y podría seguir un buen rato enumerando fallos de este sistema, pero para empezar creo que está bien.
La raíz de todo esto y quizás lo más grave, es que, el personal que forma parte de atender los casos de violencia machista, ya sean jueces, policías, guardias civiles, o sanitarios, no tienen perspectiva de género, o mejor dicho, no tienen ni idea de feminismo, y lo preocupante, no les interesa en absoluto. No hablo del 100%, menos mal, pero si un porcentaje lo suficientemente elevado para entorpecer y actuar de manera negligente en muchos de los casos. Y lo digo a viva voz, ahora que puedo porque lo vivo diariamente, policías que jocosamente hablan de la sumisión química por pinchazo como “una agresión si, pero de milímetros”, jueces que consideran que intimidar a una mujer e insultarla es “un zarandeo de nada”, psicólogos que realizan “terapias de pareja” en relaciones de maltrato o sanitarios que no rellenan un parte de lesiones cuando hay agresiones verbales o maltrato psicológico, o que cuando una mujer acude por ansiedad ni siquiera preguntan “¿qué te pasa?”. La visión de las mujeres como malas malísimas, capaces de hacer todo para “hundir a un hombre”, porque están despechadas, histéricas, sigue vigente en el imaginario colectivo, también en las personas que supuestamente tienen que velar por su seguridad. Por lo que creo que antes de destinar ingentes cantidades de dinero a observatorios etc etc de la violencia de género, pactos de estado, actos políticos morados, deberiamos poner encima de la mesa la falta de educación feminista que hay en la sociedad y que afecta de manera directa a una violencia que está considerada un problema de salud pública y que desde 2003 ha causado 1166 muertes, sin contar aquellas mujeres que no tenían vínculo afectivo con su agresor. Y la verdad me da igual si hacen un despido masivo de personas incompetentes, pero es urgente controlar que el personal que se dedica a proteger a mujeres víctimas de violencia machista estén altamente sensibilizadas y concienciadas con el machismo y el patriarcado imperante en esta sociedad. Seguidamente y para finalizar, que se que me pongo muy intensa, quería hacer una breve reflexión sobre la infancia, ya que en mi trabajo también trato con menores víctimas directas o indirectas de este tipo de violencia, las criaturas están completamente indefensas, más incluso que las mujeres, no tengo dedos en la mano para contar la cantidad de niños y niñas que tienen que cumplir régimen de visitas con un padre maltratador. Y es que volvemos a lo mismo, cuando hay violencia física parece ser que todo es un poco más fácil, pero el gran invisibilizado de esta ecuación es el maltrato psicológico, que además parece no estar relacionado con ser un mal padre. ¿De verdad alguien se cree que un hombre que ha destruido mentalmente a su pareja, no va a hacer lo mismo con sus hijas/os? Un maltratador jamás será un buen padre ni una buena persona, pero para eso hay que hacer lo que parece un esfuerzo soberano: creer a las mujeres. Yo, por mi parte, no lo veo tan difícil, de hecho al entrar en mi despacho, hay un cartel presidiendo la pared en el que se lee “aquí no se duda de la palabra de las mujeres”, y es que si por algún lado hay que empezar debe ser por ese.
Para mi, cada día es 25N, pues cada día intento aportar mi granito de arena para eliminar esta pandemia, aunque eso suponga remar a contracorriente, porque que no os engañen “ni una menos” es tan solo un eslogan y el morado un vapor, después del día de rigor cuando todo ha hervido, volvemos a ser las que con solo una palabra pueden arruinar la vida de un hombre, las exageradas, las de las denuncias falsas, las que provocan, las que se enamoran de malotes, las que algo habrán hecho. La violencia volverá a no tener género, y los nombres de las asesinadas empezaran a contar desde 0, como si antes no hubiera pasado nada.