Orgullosos y orgullosxs, pero no orgullosas

El día Internacional del Orgullo, o del Orgullo LGBT, o del Orgullo LGBTQ+, se celebra cada 28 de junio en conmemoración a los disturbios que sucedieron en Stonewall en 1969, pero fue Storme Delarverie, mujer lesbiana y negra, quien comenzó las protestas en las que luego se convertirían. En su origen se comenzó a hacer para que las personas pertenecientes al colectivo pudiesen marchar con orgullo, nunca mejor dicho, reafirmando su orientación sexual visibilizando así lo que estaba siendo fuertemente reprimido y castigado. Una pena que se nos haya olvidado el colectivo más oprimido: las mujeres. 

La teoría está clara y a todos, todes, todxs les parece una fiesta divertida en la que sacar a pasear las mejores galas de su sexo biológico, orientación sexoafectiva, rol de género, identidad sexual, etc. Pero ¿qué pasa con ellas y su orientación sexual? ¿Es que acaso el sexismo imperante se escapa de las garras de la violencia contra las mujeres? Pues no, amigas, existe un extraño imperativo por el que las mujeres debemos identificarnos con una de las dos etiquetas ya que la otra opción es sufrir discriminación por parte del contrario: el homosexual o el heteronormativo. Sobre bifobias y cómo se comportan en ambos sexos -porque no lo hacen de la misma manera en hombres que en mujeres- podemos hablar de taxonomías, polarizaciones y extremismos; aunque lo realmente grave en estas fechas es la infrarrepresentación femenina alrededor de todo lo LGTBIQ+. 

Mientras que el día del “Orgullo Gay” recorre el mundo, las mujeres seguimos postradas a la otredad femenina en un lugar inferior, dominado por el patriarcado. ¿Sigues teniendo dudas? Te propongo un ejercicio: describe las tres primeras imágenes que aparecen en tu mente al decir en voz alta “Día del Orgullo”. Ahora, a esas tres imágenes les pasaremos un test de Bechdel modificado: 

  • ¿Aparecen en dos de esas imágenes mayoritariamente personajes femeninos?
  • ¿Se están relacionando entre ellas sexoafectivamente?
  • ¿Se relacionan únicamente entre ellas o también interviene un hombre?

Lo sé; si además afinamos el trazo, podemos incluso intuir que aparecen hombres conocidos homosexuales con nombres y apellidos pero si se trata de nombres lésbicos igual tardas un poco más en contestar. Pareciese que participar en el Día del Orgullo siendo simplemente una mujer y punto, sea toda una revolución. Tal y como citaba Heidi Hartmann, el patriarcado es “un conjunto de relaciones sociales que tiene una base material y en el que hay unas relaciones jerárquicas y una solidaridad entre los hombres que les permiten dominar a las mujeres”. Esa base material del patriarcado se constituye por la apropiación de la fuerza de trabajo de las mujeres por parte de los hombres, lo cual se consigue a través de mecanismos de exclusión de las mujeres a determinados ámbitos (de lo político y de lo público), con la consiguiente reclusión de la mujer en otros ámbitos (privado y doméstico) y mediante la restricción de la sexualidad femenina. Y este último punto es lo que ocupa realmente el texto de hoy, porque querida, lo gay no quita lo misógino.  

El poder androcéntrico ha conseguido relegarnos incluso del simbolismo de un día que es de carácter inclusivo per se, ¿acaso hay algo menos inclusivo que excluir a más de la mitad de la población mundial? No es natural ni fruto de la coincidencia que lo femenino, cuando proviene de las mujeres, esté oculto; si proviene de un hombre homosexual, aunque suponga la ridiculización, parodia y borrado de las mujeres, se tolera mejor. Las mujeres somos consideradas seres inferiores al resto, a las mujeres se nos sigue manteniendo alejadas mientras ellos disfrutan del ocio y nosotras nos dedicamos a los cuidados. ¿Es que acaso a nadie le llama la atención la minoría lésbica? Es obvio que somos la cara más oculta del colectivo, las menos orgullosas. Es, innegablemente, un producto de la doble invisibilización que sufrimos las bisexuales y lesbianas. 

Para ser lesbiana, o bisexual, no sólo hay que serlo si no parecerlo. Porque si eres discapacitada, no puedes ser lesbiana, aunque sí asexual; si eres físicamente normativa, tampoco. No puedes ser lesbiana si eres muy guapa, ¡algún daddy issues tendrás! Si eres muy fea, tu orientación sexual da igual, porque no te ha quedado otra que ser lesbiana. Si eres inteligente es gracias a rodearse de hombres que piensan mucho y, claro, se te ha pegado el buen gusto por las mujeres. ¿Qué se te dan bien los deportes? Tanto vestuario femenino te ha hecho lesbiana, verás cuando pruebes una buena… No existen las lesbianas viejas ni las gitanas. ¿Tú?, ¡qué vas a ser tú bisexual!

La heterosexualidad se presupone, incluso antes de probarla y cerciorarte. Porque realmente eso es lo que sucede con la sexualidad, que puedes construirla sin necesidad de materializar algo e intuir lo que puede o no gustarte. Pero con la bisexualidad no ocurre lo mismo, sino todo lo contrario: se niega hasta que es evidente. Al nacer ya eres heterosexual y luego debes demostrar lo contrario; esto se agrava en la bisexualidad y más, por esa doble discriminación, en la femenina. ¿Cuántas mujeres hay que dicen no ser bisexuales pero que se excitan besando a otra mujer, manteniendo un íntimo contacto físico o imaginándose manteniendo sexo con ella? Cuando entre confidencias, me plantean este tipo de dudas, siempre hago la misma pregunta: ¿sabías que eras heterosexual antes de besarte o mantener relaciones sexuales con un hombre? Si la respuesta es sí, espero que mi interlocutora tenga la suficiente inteligencia para responderse a sí misma, y si su respuesta es un no, sencillamente me está mintiendo o siempre ha asumido su bisexualidad. 

De la violencia institucional con sus obstáculos burocráticos, así como la falta de referentes en los medios que hablen abiertamente de su deseo sexual como lo hacen ellos, tampoco nos escapamos. De nuestros derechos sexuales nadie habla, total, no hay preservativo ni penetración: la dimensión heteropatriarcal en la medicina no tiene límites. Todos saben lo que ocurre en una relación sexual heterosexual, mientras que la lésbica, es todo un misterio. El sumun y las profundas ganas de llorar suceden cuando, además, te tratan como una vasija contenedora de bebés priorizando métodos anticonceptivos sin tener en cuenta las enfermedades e infecciones de transmisión sexual a las que nos exponemos. No se podía esperar más de nosotras, si no tenemos sexo real. 

Las relaciones de poder que se desarrollan son de dominación de lo masculino sobre lo femenino, demostrándonos que nos relacionamos así a todos los niveles sociales, tanto en la vida privada como en la pública. Las mujeres lesbianas y bisexuales seguimos invisibilizadas, no porque nos estén desplazando dentro del movimiento y del colectivo -que también- si no por el machismo y la misoginia persistente. Las mujeres bisexuales no estamos pasando por ninguna etapa, no necesitamos que nos infantilicen enseñándonos lo que de verdad deseamos, no estamos perdidas y no todas somos promiscuas y apasionadas por revolucionarias experiencias sexuales. 

Las mujeres lesbianas y bisexuales, además, somos un reclamo para el hombre heterosexual que consume pornografía, lo que supone que luego se ejerza violencia sexual contra nosotras: nos deshumanizan a través de su deseo. Lesbiana es un insulto, es la palabra más buscada a nivel internacional en los sitios web de contenido pornográfico dirigido a la población masculina y hasta este año (2019), su definición “dicho de una mujer homosexual” era secundaria en el diccionario de la Real Academia Española. Es necesario realizar un profundo análisis político del deseo heterosexual masculino si éste va en contra de nuestros derechos humanos, porque, tal y como indica Mónica Alario “esos deseos no son sexuales, son de poder”. Las amigas que se besan no son la mejor compañía, tu novio sufre bifobia si le molesta menos que te enrolles con una mujer que con un hombre y si no sabes qué hacer con los genitales femeninos, no te preocupes, aprenderás. 

No sé si orgullosas pero hartas estamos bastante, y cansadas. Cansadas de la exaltación de nuestra opresión en tacones, escotes y ropa ajustada; ahogadas entre tanta purpurina mientras nos están matando -en vida y hasta el final-; confusas entre tanto festejo, cuando no tenemos nada que celebrar. Más del 50% de las lesbianas han sufrido discriminación en el ámbito educativo, son invisibles para su familia y más del 60% sufren discriminación en el entorno laboral. La razón por la que no podemos y no debemos por nuestra seguridad e integridad es por los estereotipos asociados: no muestres afecto fuera de la heteronormatividad. Un 73.1% ha sido víctima de actitudes despectivas y un 73,9% de agresiones verbales en el espacio público. “No estás sola” excepto cuando se ejercen delitos de odio hacia las mujeres; se ve que el imaginario del colectivo LGBTQ+ es muy estrecho para que entremos las mujeres, aunque también nos empotremos y amemos desde hace mucho. 

Feliz no -igual combativo sí- mes del orgullo. Sacad vuestras vaginas bolleras a la calle y que comience la revolución. 

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