No es ninguna novedad que el patriarcado se nutre de la inseguridad de las mujeres para mantenernos distraídas en la búsqueda de un ideal de belleza irreal e inalcanzable. La violencia estética es una de sus armas más poderosas para minar nuestra autoestima, empujándonos hacia la autocosificación, el sometimiento y la insatisfacción perpetua.
Esta estrategia patriarcal está bien construida: cuanto más distorsionada es nuestra autopercepción, más maleables, explotables y consumibles somos, y más “tolerables” nos volvemos al control y al maltrato. Todo son ventajas para el sistema: mientras nos esforzamos por ser “bellas”, menos energía nos queda para reflexionar sobre las verdaderas intenciones por las que interesa tanto mantenernos en la sumisión y menos probable es que nos preguntemos si se nos está distrayendo de algo.
En una sociedad que socava nuestra autoestima, la delgadez es erigida como el estándar de belleza. Por eso es fácil asumir que las mujeres delgadas son automáticamente respetadas. Pero, aunque el sistema quiera hacernos creer que estar delgada es una herramienta de reconocimiento social, la realidad no es esa. La glorificación de la delgadez no equivale al respeto hacia las mujeres delgadas. Antes que como “delgadas” o “gordas”, el patriarcado nos lee como MUJERES, con todo lo que eso conlleva.
Y digo “mujeres”, y en mayúsculas, porque nunca he visto a nadie decirle a un hombre delgado que “a las mujeres les gusta tener de dónde agarrar”, o que “ahora se llevan las curvas”. Simplemente no sucede porque ellos no existen para ser atractivos; su objetivo final en la vida no es adecuarse a los ideales de belleza. En cambio, las mujeres sí somos “valoradas” por nuestra apariencia física y, sobre todo, por cómo nos percibe la mirada masculina imperante.
Para una mujer, su apariencia física es una condena, porque nunca es suficiente y, lejos de ser una mera característica más de su persona, es lo que la define. En cambio, ser inteligente o tener éxito se considera complementario y subordinado a su aspecto. Mientras tanto, en el caso de los hombres, sus cualidades y talentos son lo que definen su identidad; su forma corporal desempeña un papel secundario.
Pero, volviendo al tema que nos ocupa… La violencia estética específica que sufren las mujeres delgadas se basa en dos aspectos: el cuestionamiento de su atractivo y de su salud. Sobre este último, incluso he escuchado a gente asegurar que las delgadas tienen mayores complicaciones para quedarse embarazadas, por el mero hecho de serlo.
Es muy habitual que las mujeres delgadas sean bombardeadas con comentarios como que “las mujeres de verdad tienen curvas”, que se les señale que están “planas como una tabla de planchar”, o que se les invite a «comerse un bistec», porque «les hace falta un cocido», y parecen “anoréxicas” o “bulímicas”. El impacto en la autoestima y el bienestar emocional de las mujeres que sufren este trato deshumanizado y carente de dignidad, muchas veces enmascarado como “bromas”, “buenas intenciones” o una falsa preocupación, es devastador.
Os doy un dato: los trastornos alimentarios afectan al sexo femenino en el 90% de los casos, y justamente un factor de riesgo es vivir en entornos donde son comunes los comentarios sobre el cuerpo de las mujeres.
¿Os habéis dado cuenta ya de la trampa del patriarcado? Se nos exige permanecer deseables según el canon de belleza establecido, que ensalza la delgadez, sin importar las consecuencias para nuestra salud física o mental, pero, cuando una mujer es delgada, también se le hace pensar que tiene un problema, que no es digna de respeto, y se le acusa de estar “enferma”.
El ideal de belleza es un pozo sin fondo. Por eso, el culmen de la satisfacción y realización de una mujer no se alcanza con la delgadez. Lo que el patriarcado busca, en realidad, no es que todas estemos delgadas o que poseamos ciertas características que cumplan el prototipo de belleza del momento, sino que seamos manejables y sumisas. Por eso, seguirá sacando “imperfecciones” donde hay un cuerpo maravillosamente funcional que tiene vida y fluctúa. Y por eso también la “skincare routine” cada vez tiene más pasos, y cada producto más nos resta tiempo, dinero y energía, que no se nos olvide.
La lucha contra el canon de belleza imperante es una lucha sin fin y con beneficios superficiales. Porque la única batalla con un resultado de calado estructural y emancipador para TODAS no es ni contra la gordofobia ni contra la “flacofobia”, es la que se libra contra el sistema patriarcal. Sólo atacando a la raíz del problema nos liberaremos del arma de opresión que supone la imposición de la “belleza”.
Las mujeres somos más que un número en la báscula. Todas merecemos respeto por nuestra categoría de seres humanos, al margen de nuestra forma corporal. Es hora de que se nos deje de tratar como objetos de decoración, y de que se nos considere como lo que realmente somos: personas dignas de respeto y merecedoras de una vida plena, o al menos tan plena como la que vive un hombre medio en esta sociedad.