Una cuestión de género.
La historia de la medicina está plagada de decisiones que, intencionadamente o no, han perpetuado desigualdades de género. Uno de los ejemplos más claros y alarmantes de esta tendencia es el abuso en la prescripción de benzodiacepinas a mujeres. Estos fármacos, que fueron lanzados al mercado en los años 60, fueron inicialmente presentados como una «solución rápida» para tratar la ansiedad, el insomnio y otros trastornos emocionales. Sin embargo, el uso excesivo e inadecuado de estas drogas en mujeres ha reflejado y reforzado estereotipos de género que minimizan las experiencias femeninas y patologizan sus respuestas emocionales a un mundo profundamente desigual.
Desde el siglo XIX, las mujeres hemos sido vistas como seres emocionales e inestables por naturaleza. El diagnóstico de “histeria” en la época victoriana, por ejemplo, fue un claro intento de encuadrar las respuestas femeninas a las circunstancias opresivas en un marco patológico. Con el tiempo, la medicina ha adoptado un enfoque más «moderno», pero la tendencia a medicalizar nuestras emociones ha persistido.
Las benzodiacepinas, como el Valium y el Xanax, se convirtieron rápidamente en una herramienta para tratar lo que la sociedad consideraba “problemas de mujeres”. La narrativa que surgió era clara: las mujeres estaban «estresadas», «ansiosas» o «deprimidas» y necesitaban una pastilla para calmar sus nervios. De este modo, se ignoraron sistemáticamente las causas subyacentes de estas emociones, que en muchos casos estaban relacionadas con desigualdades sociales, la presión de los roles de género, el aislamiento doméstico o la violencia de género.
Las cifras hablan por sí solas. Durante las décadas de los 60 y 70, las mujeres fueron dos veces más propensas que los hombres a ser prescritas con benzodiacepinas. Esta tendencia, aunque reducida en los últimos años, sigue presente. El problema no es sólo la sobreprescripción, sino también el hecho de que estas drogas crean una fuerte dependencia, tanto física como psicológica. Muchas mujeres que buscaron ayuda para sobrellevar situaciones de estrés o depresión acabaron atrapadas en un ciclo de adicción que en muchos casos empeoró su calidad de vida.
En lugar de recibir un tratamiento adecuado para las causas profundas de su malestar, a estas mujeres se les ofreció una solución temporal que las silenciaba y las alejaba de sus emociones, perpetuando una especie de «calma forzada» que no resolvía sus problemas reales.
A lo largo de la historia, la medicina ha tendido a desestimar nuestras voces cuando se trata de describir nuestro propio dolor o malestar. Este patrón se ha visto reflejado en la prescripción de benzodiacepinas y antidepresivos, donde los médicos, en lugar de escuchar y validar las experiencias de sus pacientes
femeninas, han optado por medicalizarlas. Este fenómeno es una continuación de una larga tradición de minimizar nuestras experiencias, especialmente cuando se trata de salud mental.
Es importante destacar que este no es un fenómeno aislado ni accidental. Las farmacéuticas también jugaron un papel crucial en esta narrativa. A través de campañas publicitarias dirigidas específicamente a las mujeres, las benzodiacepinas fueron presentadas como la solución perfecta para los “problemas” femeninos, reforzando la idea de que las mujeres que sentían ansiedad o estrés no necesitaban más que una pastilla para ser funcionales de nuevo.
El abuso histórico en la prescripción de benzodiacepinas a las mujeres no sólo es una cuestión de mala praxis médica, sino una problemática profundamente machista. Es hora de que tanto la medicina como la sociedad en su conjunto se replanteen cómo abordan la salud física y mental femenina, y que escuchemos, de una vez por todas, las voces de las mujeres. Nuestras voces.
Un comentario
Gracias por escribir sobre estos temas. La voz de las mujeres es tan importante que siempre ha sido callada por el sistema en el que vivimos. Pero una buena idea será rodearnos de mujeres sanitarias, profesionales de la salud féminas y además, exigir lo que realmente se requiere: mejor calidad de vida, tiempo libre sin culpas, horarios de trabajo dignos, acceso de terapias psicológicas, valoración del tiempo en comunidad para no vivir tan aisladas. Somos un negocio, las mujeres somos un buen negocio para este sistema y hay que frenarle sí un poco los ingresos.