El porno: un destructor de las relaciones sexuales

Por Juan Manuel González Dobarro

El consumo de porno destruyó mi sexualidad, pero no fui consciente hasta que me sumergí en el feminismo. Os compartiré mi experiencia de hombre hetero ex adicto al porno y las consecuencias físicas, psicológicas y sociales que provocó esta industria misógina en mí. Y es que, sin darme cuenta, el porno distorsionó toda la manera de ver y de relacionarme con las mujeres.

Recuerdo esa mirada hipersexualizada que me hacía focalizar toda mi atención en culos, genitales y pechos. Era algo obsesivo, un impulso incontrolable que me dominaba, sin darme cuenta, me veía mirándole el escote a una mujer muy mayor – yo con 23 años- o el culo de una adolescente.  

Era un acto inconsciente, miraba, y después me daba cuenta de que no me atraía, en el caso de que fueran mujeres muy mayores. Si eran adolescentes, me juzgaba diciéndome “tío, es una niña pequeña, que asco das, le estás mirando el culo a una niña”. Hiper sexualizaba a madres o hermanas pequeñas de amigos, y todo tipo de mujeres hasta la demencia. Hasta el punto de que, durante bastante tiempo, estuve evitando mirar a niñas bebés, porque sabía que bajo mi perturbada mente las iba a sexualizar, así que, si estaba cerca de alguna bebé, y le iban a cambiar el pañal, evitaba mirarla, porque sabía que me podía invadir esa hipersexualización. Altamente asqueroso, pero creo que muchos pederastas nacen a través del porno.

Después, estaba esa hiper excitación sexual constante. Siempre estaba excitado, a cualquier hora, y en cualquier momento. Pero hasta un punto enfermizo. Me llegué incluso a masturbar conduciendo. Paraba todo lo que estuviese haciendo, o llegaba tarde a los sitios, porque me estaba masturbando. Me llegué a masturbar incluso unas diez veces en un mismo día. Recuerdo esa sensación de malestar en el cuerpo. Me sentía vacío, pero volvía a hacerlo, una y otra vez. Era un yonqui, enganchado al porno, a mi pene, y a la estimulación de eyacular.

Esa hiper excitación sexual dominaba mis relaciones sexuales, provocándome eyaculación precoz- muy temida por el macho alfa- y otras distorsiones falocentristas. El sexo para mí era penetración, con tanta importancia, que afrontaba los famosos “preliminares” como un momento que quería que pasara rápido, ya que mi obsesión era penetrar cuanto antes.

 Antes de penetrar a la chica, ya estaba súper excitado, y nada más hacerlo, mi cuerpo reaccionaba, y no aguantaba una relación sexual duradera. Eso, para un hombre macho, era un estigma, pues había un mito que decía que un polvo es mejor, cuanto más duradero fuese. Es como si tu hombría se midiese por el tiempo que duras en la relación sexual. Y tener un “gatillazo” era un ataque directo hacia tu virilidad.

Para manejar esa sobre excitación, si sabía que iba a mantener relaciones sexuales, me masturbaba horas antes, así, cuando llegaba la hora, el nivel de excitación había disminuido, y con ello, llegaba la insatisfacción sexual. A veces, el mismo día que quedaba con chicas, ya me había masturbado más de tres veces. Eso me garantizaba que iba a aguantar mucho tiempo, bajo el estereotipo de “macho empotrador”. A cambio, el precio que pagaba era mantener esas relaciones sin casi satisfacción, hasta el punto de que en algunas ocasiones me costaba eyacular.

Mirando hacia atrás también me di cuenta de que, sin ser consciente, imitaba escenas ya vistas en la pornografía, posiciones corporales en las que parecía que yo mismo estaba en la película. Tan solo me faltaba la cámara. O repetir prácticas que al hacerlas, no me producían placer corporal en sí, si no que al reproducirlas me inducían placer psicológico. 

Como con cualquier droga, el porno me quitaba mucho tiempo, porque ya no eran los escasos minutos que gastaba en llegar al clímax, eran todos esos minutos que me llevaba buscando material nuevo, cada vez más excitante, mirando todo tipo de secciones, ordenadas por nacionalidades (las brasileñas, españolas, etc), milf (madre a la que me follaría), divididas por trozos de su cuerpo (tetas, culos, etc), o por las acciones (mamadas, bukake). He dejado escapar muchas horas de mi vida bajo la adicción del porno.

Antes de dejar definitivamente de consumir pornografía llevaba años dándome cuenta de que, en la gran mayoría de las películas porno, a la mujer se la trataba como un producto. Muchas comenzaban con la presentación de la chica, humillándole, física o verbalmente, se escuchaban a dos hombres- que no salían en cámara- preguntándole a la chica, entre risas y burlas que, si le gustaban “las pollas grandes”, le hacían abrir la boca para mostrar cuanto le puede caber, etc. Era totalmente un acto vejatorio.

Escenificaban como se acercaban a una supuesta desconocida, se ponían a hablar con ella, y le ofrecían dinero a cambio de sexo. Así, junto con la normalización de prostíbulos cercanos a tu residencia, se formalizaba y reforzaba la concepción de que cualquier mujer puede tener un precio.

 Con los años, escuchando a feministas que se posicionaban en la abolición del porno, conecté con todo lo que yo había visualizado tantas veces. Y es que una película porno no es una actuación, todo lo que se ve, se está reproduciendo no estaba siendo interpretado, estaba siendo sufrido por la mujer y ejercido por el hombre.

Yo he sido testigo de filmaciones en las cuales he presenciado una violación. Esa violación estaba consentida por la mujer bajo el poder del dinero. Te pago tanto por escena, pero eso ya me da derecho a hacerte y decirte lo que me dé la gana, ese dinero compra tu humillación verbal, ese dinero compra tu vejación física y verbal. Ese dinero te deshumaniza, te convierte en producto a manos del hombre que te ha comprado.

Creo que siempre supe en mi interior que el porno no estaba bien, cuando veía contenido más duro la escena no sólo me dejaba de excitar, si no que me producía rechazo, sin embargo, si se producía la misma práctica, y sentía que la mujer estaba disfrutando, si me excitaba.

Otra problemática que sufre el hombre al consumir pornografía es el complejo que puede tener con el tamaño de su pene. Como nunca recibí una educación sexual, creía que la gran mayoría de hombres tenían un pene súper grande. Yo, perseguido también por la tóxica publicidad del famoso dicho “el tamaño importa”, comparaba mi pene con los de la gran mayoría de actores y, al no tener ese pene gigante, me acomplejaba. Recuerdo que cuando salían anuncios en webs de aparatos que te prometían alargar unos centímetros tu pene, incluso leí información valorando si me merecía la pena pagar y someterme a ese proceso.

También condiciona todo tu imaginario de lo que es una mujer “atractiva sexualmente”. En el porno, la gran mayoría de las actrices, tenían grandes pechos, y la vulva depilada. De esta manera, sin darme cuenta, como si el gusto hubiera nacido de mí, decía que me gustaban los pechos grandes y las vulvas depiladas.

También creo que el porno está detrás de esa fijación que tiene el hombre de practicar relaciones sexuales sin preservativo a toda costa. Al exponernos siempre a películas pornográficas en las que nunca se utilizan protección, se ayuda a provocar aún más excitación sexual a ese acto. De tal manera que, si todas las escenas se escenificasen con preservativos, de manera inconsciente y perseguidos por la publicidad de todas esas escenas pornográficas, el uso del preservativo en relaciones sexuales aumentaría. Y esa fijación del hombre, que fuerza a la mujer con chantajes o excusas a mantener relaciones sexuales sin protección, disminuiría.

Por todo lo expuesto anteriormente, puedo decir desde la experiencia, que el porno destruye la sexualidad de las personas, es adictivo, y no genera prácticamente nada positivo.

Por eso estoy totalmente de acuerdo con su abolición.

A veces pienso cómo hubiera sido mi sexualidad sin el consumo del porno. Pues imagínate, el sexo sería mucho más empático y respetuoso, porque al ser una práctica a explorar, sin nada de información audiovisual, no estaríamos condicionados sobre qué papel debemos tomar (dominante/sumisa), se realizaría con mucha más comunicación, porque no se darían cosas por hecho. En conclusión, la sexualidad sin porno sería mucho más libre.

Termino diciendo que el sexo es orgánico y bello, es un acto de intimidad y amor con la otra persona. Es algo que forma parte de nuestra naturaleza, por lo tanto, debería de aprenderse con educación sexual y la propia exploración, el sexo debería de ser algo intuitivo, que nace desde la interactuación genuina de dos personas que se atraen. No necesitamos contenido audio visual que nos digan que es lo que debemos de hacer en la práctica sexual. Necesitamos la implantación de educación sexo-afectiva en todos los colegios e institutos, que ayuden a cambiar la manera de concebir las relaciones sexuales, hablar de consentimiento junto con deseo, de límites y de empatía con la persona con la que vas a tener relaciones sexuales.

2 comentarios

  1. Durante mi adolescencia vivimos un boom de pornografía ( fui compañero de cole del padre de la editora de esta revista) en plena Transición ver desnudos era superestimulante, y el sexo explícito tal cual hoy se puede visionar, no existía, y solo revistas extranjeras cuan alijo de droga. Veníamos de una generación opresora en moral, y machista hasta la médula.
    Observar unos senos o una vulva SIN depilar en revistas para unos chavales q con verle las bragas a las chicas era el summum, nos abocaba a lo que hoy se dice, pajilleros a diario, pero con el miedo al infierno, la ceguera o la descalcificación osea. Nunca supuso un trauma esa hipersexualizacion, las hormonas tienen sus tiempos y la sexualidad controlada y afectiva hace el resto.

  2. Yo creo que el porno está demasiado fácil para cualquiera, creo que el gobierno, debería prohibir esta práctica tan facil de acceder des desde cualquier teléfono y edad, debería de ser de pago y asegurándose la mayoría de edad, y como en el tabaco, explicando las consecuencias que hay detras de esta práctica que cualquier niño o niña de la edad que sea con su teléfono tablet o lo que sea pueda acceder
    y ademas piensen que es lo normal,

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