Lesbiana: ser o no ser, esa es la cuestión

Hoy no vengo a contaros cosas aBOErridas, sino una historia de las que te dejan con la mosca detrás de la oreja, o al menos hará que muchas personas me tilden de <<inserte aquí su término para invalidar los argumentos de una mujer bajo términos neofascistas so pretexto de abanderada/o de la libertad>>

Hace algún tiempo, mientras tomaba unas copas en casa de un amigo, éste me comentó que en ocasiones mantenía relaciones sexuales con chicos a pesar de declararse abiertamente heterosexual. Seguidamente le pregunté si le gustaban los chicos, ya que hasta el momento nunca me había contado nada al respecto y tampoco tenía claro si era fruto del alcohol que comenzaba manifestarse en sus mejillas. Su respuesta fue negativa, él era heterosexual pero había decidido tener relaciones sexuales con hombres, incluso en ocasiones tan sólo encuentros que no implicaban ningún interés sexual y consistían en ir al cine o cenar.

Su discurso era claro, “que un pavo me haga una paja no me convierte en gay, y que yo se la chupe tampoco”.  Mi opinión poco valía aquí claramente, cada cual es es libre de etiquetarse o no según su propia idiosincrasia, sin embargo me parecía bastante evidente que, si encontraba cierto placer sexual y personal en tener relaciones sexuales y cuasiafectivas con hombres, oye, pues lo mismo no era descabellado pensar que mi amigo es bisexual. 

Mi amigo me explicaba que estaba cansado de las tías, no terminaba de entender qué queríamos en una relación, en el trabajo, en la cama ni en la vida. Estaba bastante desencantado, por eso decía que lo mejor era implicarse con otro hombre: “es como estar con un igual, como con tu mejor amigo aunque no lo sea. Entre nosotros nos entendemos mejor”.

A mi todo esto me recordaba al clásico argumentario de quien se encuentra encerrado en el armario, y asoma la patita pero no mucho, no vaya a ser que se interprete que le gusta alguien de su mismo sexo. Además, atufaba bastante a romantización de las relaciones entre personas del mismo sexo, como si estuvieran libres y ajenas de todos los conflictos que afectan también a las relaciones entre heterosexuales. Vaya, que cualquiera podría pensar que, independientemente de que mi amigo puede definirse o no como quiera, es bastante probable que sea bisexual u homosexual, ¿no?

Bueno en realidad he cambiado algunos detalles, no es mi amigo, la realidad es que esta persona se llama Clara y es amiga, por supuesto todo lo relatado es real pero respecto a relaciones con otras mujeres, abanderado bajo el término “lesbianismo político”. Por supuesto yo, como lesbiana, después de esa romantización de las relaciones entre mujeres, le pedí que me explicara un poco más de qué iba este concepto y heme aquí escribiendo estas lineas unos meses después, habiendo escuchado más experiencias como la suya y habiendo leído bastante sobre el tema (sí, amigas, si no lees libros dicen que no puedes opinar).

No me cabe duda que  el lesbianismo político surgió como una disidencia frente al rol heteropatriarcal que impera(ba), tampoco me cabe duda que en sus inicios por los años 60 y 70 fuese una posición adoptada por un número importante de mujeres. Sin embargo, el desuso de esta posición política es fruto de la inverosimilitud de la misma y del  empañamiento que supone respecto a las lesbianas. 

El lesbianismo político, como descendiente del separatismo lésbico, pretende grosso modo crear un movimiento en el que las mujeres rompan los lazos afectivos y sexuales con hombres, independientemente de su orientación sexual. Es aquí donde empiezo a ver las primeras incongruencias; aceptar esta tesis supone aceptar que la orientación sexual se puede elegir y, por lo tanto, modificar a conveniencia. Es decir que tú puedes elegir qué te atrae.

La segunda incongruencia aflora con la variable defendida por Beatriz Gimeno (responsable del área de Igualdad de Podemos de la Comunidad de Madrid): “todas las mujeres nacen bisexuales y tienen un deseo más fluido”. Que alguien llame al SAMUR que me está dando un infarto, ¿cómo una activista que ha sido presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales, tiene la osadía de negar la realidad de miles de mujeres -a las que defiende- para justificar su argumento? Afirmar que todas las mujeres somos bisexuales (¿y los hombres?) es negar el lesbianismo, porque a las lesbianas no nos gustan los hombres, como tampoco a los gais les gustan las mujeres. 

La tercera incongruencia viene de la mano del evidente trasfondo bifóbico de esta tesis, enlazando con la anterior: “No soy bisexual, soy una mujer heterosexual que decide ser lesbiana política y romper vínculos sexoafectivos con hombres, pero no me gustan las mujeres a pesar de que tengo vínculos sexoafectivas con ellas”. Me cuesta creer que alguien sea capaz de mantener relaciones sexuales consentidas con un sexo que no le atrae. Quizás sí eres bisexual, pero queda más revolucionario apropiarte del término “lesbianismo” y añadirle la coletilla “político” para justificar que has decidido no relacionarte con hombres por unas razones determinadas.

Nadie ha acuñado el término homosexualidad política, ni gay político, y ello porque de nuevo nos encontramos en un escenario en el que todo aquello que afecte a las mujeres es voluble y puede ser modificado por quienes no tienen legitimidad. Sencillamente porque es evidente que dentro de tu propios deseos y preferencias puedes optar por no relacionarte sexoafectivamente con determinadas personas, hecho que es real y no necesita la validación de nadie, pero apropiarte de un término que va directamente aparejado a un colectivo sólo para argumentar tu postura, es ilegítimo y ofensivo para todas las lesbianas.

Si no entiendes por qué el término de lesbiana política ofende, pregúntate ¿por qué te ofende que Amancio Ortega se autodenomine clase obrera?

MAYCA GARCÍA LUQUE
Abogada y politóloga
DOBBY NO MATA

«Defiende tu derecho a pensar, porque incluso pensar de manera errónea es mejor que no pensar.»

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