La gran farsa de la meritocracia: mucho esfuerzo para nada
La meritocracia, ese concepto brillante que promete que el esfuerzo y el talento son la clave del éxito. Pero si la analizamos desde cualquier ángulo —social, empresarial o de género—, lo único que encontramos es un sistema diseñado para premiar no a quien más lo merece, sino a quien sabe adaptarse a los caprichos de los poderosos. Spoiler: esto incluye ser dócil, manipulable y, preferentemente, hombre.
Ay… Menudo cuento de hadas moderno donde todas las personas, supuestamente, podemos llegar tan lejos como nuestro talento y esfuerzo nos lleven. Pero aquí va la realidad: este discurso es el favorito de los niños de papá/mamá, esos mismos que han montado cuatro negocios fallidos antes de los 30, pero que siempre tienen recursos para intentarlo una vez más.
Un tablero diseñado para perder
La meritocracia asume que todos jugamos en el mismo campo, pero hay quienes olvidan que el tablero está diseñado para que muchos pierdan ¿cómo competir cuando algunos empiezan con una línea de crédito ilimitada y otros con deudas? Estos herederos del privilegio lanzan startups de sudaderas, gafas de sol o bisutería para un público que, sorpresa, también es privilegiado. Cuando fracasan, nada ocurre: hay otra transferencia bancaria esperándolos. Mientras tanto, el resto tiene que apostar su tiempo, esfuerzo y escasos ahorros en un sistema que no garantiza nada.
Es curioso cómo los grandes defensores de la meritocracia suelen ser los mismos que nunca han tenido que luchar por nada. Quienes heredan dinero, contactos y estabilidad financiera son los primeros en gritar «si trabajas duro, lo consigues». Claro, porque para ellos, trabajar duro significa decidir qué colores usar en su nueva línea de ropa. Los demás, mientras tanto, enfrentan entrevistas interminables por empleos mal pagados, todo mientras intentan pagar alquileres absurdos y cubrir gastos básicos.
Educación y oportunidades: ¿Dónde está el mérito?
La educación, que debería ser la gran niveladora, está igualmente secuestrada por el privilegio. Mientras algunos asisten a colegios privados de renombre y universidades extranjeras, otros tienen que conformarse con un sistema educativo público que por desgracia está mal financiado. Según datos de la OCDE, la desigualdad en el acceso a la educación superior en España es una de las más altas de Europa.
Además, estas redes exclusivas perpetúan las oportunidades ¿cuántas ofertas laborales se consiguen gracias a contactos familiares? Según la Comisión Europea, el 35% de los empleos de alto rango en España se asignan a través de recomendaciones personales. No es mérito; es nepotismo disfrazado.
Meritocracia en el sector privado: El reino del «empresaurio»
Dentro del discurso capitalista, la falsa meritocracia tampoco cumple su promesa en el empleo por cuenta ajena. Aquí no asciende quien tiene más méritos o quien logra los mejores resultados, sino quien es más fácil de someter. Sí, estamos hablando del perfil ideal para el empresaurio, esa figura tan común que dirige desde el ego y la inestabilidad emocional, exigiendo subordinación total de su equipo.
¿Quiénes suelen obtener las promociones? No siempre quien trabaja más o mejor, sino aquel que baja la cabeza sin rechistar, que está dispuesto a responder mensajes fuera del horario laboral y a aceptar condiciones precarias sin cuestionarlas. En este sistema, cuestionar o proponer mejoras es percibido como una amenaza, mientras que el seguidismo ciego se premia como «lealtad».
Tanto así que, el Instituto Nacional de Estadística (INE), indica que los ascensos están profundamente influenciados por el favoritismo, el networking interno y, sorpresa, los prejuicios de género.
Ser mujer: Empezar desde la casilla de salida más atrás
En el caso de las mujeres, la falsa meritocracia opera con reglas aún más injustas. No importa cuántos títulos académicos, cursos o experiencia acumules: si eres mujer, empiezas el juego con desventaja. Según datos de la Comisión Europea, las mujeres en España ocupan solo el 34% de los puestos de alta dirección. Esto no se debe a una falta de talento, sino a la existencia de barreras como el techo de cristal, los prejuicios y la maternidad, que para muchos empresaurios todavía equivale a una «pérdida de tiempo».
La meritocracia empresarial no evalúa a las mujeres por sus logros, sino que a menudo las encasilla en roles de apoyo o de cuidado, reforzando estereotipos que les impiden acceder a posiciones de liderazgo. Incluso en las mismas condiciones que sus compañeros, las mujeres son juzgadas con un doble estándar: un hombre que lidera con firmeza es visto como «decisivo», mientras que una mujer que hace lo mismo es «mandona».
¿Sabías que en España las mujeres dedican de media 2 horas más al día que los hombres a tareas domésticas y de cuidado, según Eurostat? Este tiempo, por supuesto, no se remunera y tampoco cuenta como «mérito» en el sector privado. Mientras tanto, sus compañeros masculinos disponen de esas horas extra para hacer networking, asistir a reuniones o simplemente descansar.
Con todo, lo peor de la meritocracia es que lleva intrínseco un discurso que culpabiliza, es un sistema que no solo es injusto, sino que además culpa a quienes no logran ascender. Si no alcanzas el éxito, no es porque el sistema esté diseñado para que pierdas, sino porque «no trabajas lo suficiente». Esta narrativa es brutal porque desvía la atención de las desigualdades estructurales para centrarla en el individuo.
Es hora de exponer la farsa
La meritocracia no es más que una cortina de humo para ocultar un sistema que premia el privilegio y perpetúa las desigualdades. Si realmente queremos un sistema justo, necesitamos eliminar las dinámicas de favoritismo, implementar criterios objetivos de evaluación y garantizar políticas de igualdad de género que reconozcan las realidades de las mujeres.
Mientras tanto, la próxima vez que escuches a un niño de papá/mamá o a un empresaurio hablar de «esfuerzo» como la clave del éxito, recuérdale que su linaje o su red de contactos probablemente valen más que todos tus logros juntos. Porque en este juego, el mérito no importa; solo importa quién diseñó el tablero.