La lengua de las mujeres

Por Camila Luna

Se escuchaban los clamores feministas a través de los megáfonos que se adelantaban a cada tramo de la manifestación. Y entre consigna y consigna se entreoía un rumor constante. Miré a mí al rededor, eran las voces de las mujeres hablando, entre ellas y acerca de ellas. 

El otro día contribuí con una historia personal a la cuenta @movimientometoo de Instagram, que da visibilidad a las narraciones de acoso y agresión sexual que sufrimos las mujeres por parte de los hombres. Mientras escribía me sentía tan imbécil… ¿cómo era posible que habiendo tenido esos encuentros con los hombres de forma reiterada, hubiera seguido buscando su compañía e, incluso, su aprobación? Las mujeres toleramos tanto… Jedet decía en una entrevista que no había sido educada para aguantar que le acosen, claro que no guapi, porque has sido educado como varón. A ellos no les educan para aguantar, a nosotras sí. Rousseau lo dejó bien claro, la educación de las mujeres tiene que ir enfocada a sufrir, de forma amable y subordinada, las pendejadas de los hombres. Pero no así las de nuestro mismo sexo. Me da la impresión de que soportamos lo insoportable por parte de los hombres, mientras que a las mujeres no les pasamos ni media. Fácilmente he tachado y me han tachado a mí como amiga otras mujeres, mientras que el potencial violento de los hombres lo acarreamos tan interiorizado que nos cuesta terriblemente dejar de perdonar su amplia gama de misoginia. Las relaciones entre los sexos no son neutras. Así que, como dice @radfemgal, una de las mujeres más sabias que, no conozco pero, sigo con devoción en redes: “discute con tus hermanas”. No nos perdamos en el discurso del él/ellos, dejemos de invertir energía verbal en los hombres y, a modo de descontaminación masculina, mantengamos los intercambios verbales entre nosotras, desde el yo-mujer al tú-mujer. Descubrir y hablar de todo aquello que nos concierne, evocar nuestras genealogías, recuperar las referentes históricas y mitológicas, eso es contribuir a la creación de nuestro propio orden simbólico de interpretación de la realidad, aquel que refleja nuestra verdad. Los sexos somos dos y las verdades también son dos, solo que una ha sido silenciada y es la que debemos recuperar.

A lo largo de la historia, mientras nosotras estábamos en contacto con la realidad concreta, ellos organizaban las leyes simbólicas con la pretensión de que fueran universales. Sin embargo, el hombre está tan disociado de la realidad que, en su discurso, sus interpretaciones son artificiales. El orden simbólico del hombre no contempla las relaciones ni valora las diferencias, por lo que no puede ser compartido, solo forzosamente asimilado por las mujeres. El orden simbólico de representación e interpretación está establecido por el hombre como sujeto sexuado, y las marcas sexuadas de su discurso eclipsan a las mujeres, convirtiéndolas en objetos e influyendo en la percepción de su subjetividad. El cambio cultural para por un cambio lingüístico. El discurso de las mujeres debe liberarse del androcentrismo, reencontrarse con y contribuir a su propio orden simbólico. La lengua debe reflejar la diferencia sexual, la existencia de dos discursos sexuados otorga la subjetividad necesaria para la individuación y el desarrollo como sujetos de ambos sexos. La lengua, la sociedad y la cultura sexuadas implican que mujeres y hombres, se vean reconocidas en un discurso que les es propio, y que esto se refleje en el desarrollo social y la creación cultural.

La categoría lingüística neutra tiene carácter masculino y las mujeres no podemos reconocernos en un lengua que no posea un carácter sexuado, es decir, que reconozca la diferencia sexual como valiosa. Sexuar la lengua instaura un nuevo orden del logos, nuevas formas para nombrar, definir y dar significado y sentido a la realidad, propias de las mujeres. A través de la lengua de las mujeres nos erigimos como creadoras valiosas de formas culturales sexualmente diferentes a las de los hombres y este reconocimiento entre nosotras nos da una nueva consciencia del “yo”. La energía de nuestras relaciones yo – tú – nosotras otorga un nuevo sentido y significado al hecho material de ser mujer.

Existe una lengua secreta creada por las mujeres chinas en el siglo III, un sistema simbólico que utilizaban para comunicarse entre ellas, escrito en forma poética y verbalizado mediante cánticos. Es una muestra de que la fuerza de las mujeres para generar nuestro propio orden simbólico ha pervivido pese a las dificultades, porque ese es el lugar de encuentro con nosotras mismas y entre nosotras. Desde el Nü Shu a las Tierras de Womyn existe un continuum de mujeres referentes desleales a la civilización patriarcal, por que el separatismo es poder cuando lo personal es político.

El movimiento separatista de las mujeres comporta dos elementos vitales. Uno es la negación, por parte de las mujeres, al acceso de los hombres a nuestros cuerpos. El otro es la capacidad de definición, a la que me refiero en este texto, a modo de esbozo. La igualdad me parecerá un espejismo inalcanzable hasta que no añadamos a nuestra estrategia política esto que Marilyn Frie denomina “ingredientes fundamentales en la alquimia de poder” para la reapropiación de nuestra productividad y reproductividad como mujeres. La dimensión sexuada es importante para el desarrollo igualitario de la civilización. Luce Irigaray, en cuyo libro Yo, tú, nosotras, me baso para escribir estas líneas, escribe: “iguales derechos subjetivos”, en donde “iguales quiere decir diferentes, aunque de igual valor” y, “subjetivos implica derechos equivalentes en los sistemas de intercambio”.
Creo que las mujeres tenemos más probabilidad de encontrarnos solas en la vida, pues el patriarcado se ha encargado de aislarnos las unas de las otras. Nuestro camino es solitario hasta que comenzamos a tirar de este hilo de Ariadna llamado Teoría Feminista. Pues al sabernos pertenecientes a una genealogía de creadoras, las mujeres descubrimos nuestro erotismo, en forma de energía vital. Como una madre, la Teoría Feminista porta en su seno el poder de nombrar, definir e interpretar la vida. Sus símbolos y representaciones tienen sentido para nosotras, y conforman la base segura desde la que exploramos el mundo y contribuimos a su creación.

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