Por Mena Ruch
Un día, cuando mi hija tenía 7 años, me dijo que quería ser un niño. Yo, que sabía que eso podía pasar porque había escuchado la teoría de las mentes que nacen en cuerpos equivocados, pensé que podía estarle sucediendo a ella, pero como ya en aquel entonces no cumplía los preceptos de la pureza progresista, no se me ocurrió otra cosa que indagar antes de ir corriendo al registro civil a cambiarle el nombre.
Lo primero que hice fue meterme en internet para informarme sobre las “infancias trans”. El principal objetivo, de momento, era buscar cómo los padres de esas niñas y niños se habían dado cuenta, y como el niño o niña lo había manifestado. El 100% de los testimonios que encontré, basaban su testimonio en la inconformidad con estereotipos de género, y muchos de aquellos padres desprendían un tufo a homofobia -en ese discurso en el que contaban que ahora su hija era feliz porque por fin tenía una bicicleta rosa (palabras textuales parte de un reportaje mexicano)- que en aquel entonces no me atreví ni a planteármelo. Eso es que estás desinformada, me dije, aunque no me convencí.
Tampoco me convenció el hecho de que en mi caso, no había visto un “comportamiento” claramente “masculino”. No le gustaban las muñecas, pero sí disfrazarse de princesa o maquillarse. Le gustaba jugar con pelotas y coches, pero también bailar o cocinar.
Unos días después, contándome que los niños de su colegio no dejaban que ella y otras niñas jugaran con ellos al fútbol, mi hija me dijo: “es que hay cosas que las niñas no podemos hacer”.
No era suficiente con una educación no sexista dentro de casa, porque vivimos en sociedad, y la sociedad sigue siendo mayoritariamente machista. Así que mientras yo le decía que podía hacer lo que ella quisiera, los niños del colegio (víctimas también de la sociedad y/o las familias) le impedían hacerlo. Cómo el feminismo va a pretender inculcar a nuestras hijas e hijos que crezcan libres de etiquetas si validamos la vuelta a los compartimentos sociales de género: Las niñas deben encajar en el “rosa”, los niños en el “azul”.
En aquel tiempo, ya se debatía en algunos espacios feministas la entonces desconocida para la gran mayoría teoría queer, pero en mi caso todavía faltaban un par de años para conocerla, cuando una amiga me explicó lo que estaba pasando con la polémica que enfrentaba al movimiento feminista contra el movimiento transactivista.
Se pretendía que el feminismo aceptara esa rancia división sexual de gustos y comportamientos, socavando y deslegitimando la lucha base del feminismo: abolir el género.
Cuál fue mi sorpresa cuando al reivindicar precisamente esto, la abolición del género, me encontré con voces que me acusaban de ultraderechista. Y es que si de algo se caracteriza el modus operandi de quien quiere silenciar este debate enfangándolo, es precisamente de crear confusión por un lado, (por ejemplo hacer indistintamente uso de las palabras sexo y género) y etiquetar de todo tipo de fobias a cualquiera que se atreva siquiera a dudar.
Es bastante sencillo explicar cuál es la diferencia entre el posicionamiento ideológico de la derecha tradicional, el del feminismo y el del transactivismo, y de hecho, no son precisamente los dos primeros los que más se parecen, pero sí es muy difícil hacerlo cuando no te dejan hablar. El debate ha pasado de estar silenciado, a estar sesgado. Hemos pasado de ver como despedían y cancelaban a mujeres por defender la existencia del sexo y su importancia como categoría jurídica sin que un solo medio se hiciera eco, a que las tertulias de las principales cadenas rellenasen horas de televisión cuando se mediatizó la problemática con la tramitación en el Congreso de la Ley “Trans”, eso sí, encontrar una voz autorizada, profesional, en contra de la ley, era como buscar una aguja en un pajar.
En resumen, las posturas se pueden definir de la siguiente manera, teniendo en cuenta que de aquí en adelante se usará “rosa” para aglutinar los estereotipos femeninos y “azul” para los masculinos:
1- Sexismo tradicional: Si eres niña, puerta rosa. Si eres niño, puerta azul. No se puede cambiar lo que eres (sexo), porque es lo que usamos para perpetuar los estereotipos (género): Oprimido para las rosas, opresor para los azules.
2 – Transactivismo: Si eres niña, puerta rosa. Si eres niño, puerta azul. Si no te gusta lo que hay al otro lado de tu puerta, puedes modificarte para cambiar de sexo y encajar en los estereotipos, que mantenemos y que por tanto siguen oprimiendo porque la sociedad sigue funcionando con las bases del sexismo rancio, pero hacemos la vista gorda con el que se declare de otro sexo, especialmente si es un hombre. Porque por alguna razón, intuyo relacionada con la industria del Big Pharma, se facilita y normaliza que las “infancias trans” se bloqueen la pubertad con medicación, pero por alguna otra razón, intuyo relacionada con el borrado de las mujeres, hay multitud de señores adultos que de no ser por su palabra, nadie, ni la propia Irene Montero, sería capaz a simple vista ni de sospechar que se declaran mujeres, por ejemplo, un tal “Álex madre de 4 hijes” que ronda por Twitter, y como él, mil más, que pretenden ser la prueba de que el transactivismo quiere diluir completamente el concepto de sexo, vaciarlo de significado y prescindir de él para siempre, en favor del de identidad de género.
Y de ahí uno de los mandamientos de la reacción queer: Los pronombres. Ninguna mujer ha tenido jamás que aclarar sus pronombres antes de ser violada, explotada sexual o reproductivamente o asesinada por un hombre, y tampoco le va a servir de nada usar un pronombre masculino si pretende librarse de cualquiera de estas opresiones, porque los hombres, incluídos los queer, saben perfectamente qué es una mujer y cual es su realidad material, lo que me lleva a explicar, por último:
3 – La postura feminista: El sexismo tradicional y el transactivismo te van a hacer encajar (con diferentes métodos) en el rosa el azul. El feminismo quiere entrar en las dos puertas para derribar los tabiques, quemar todo lo que haya dentro que nos oprime a las mujeres, y dejar que cada persona se desarrolle en libertad. Si un niño elige rosa no tiene ni que reprimir su forma de ser, ni que cambiar nada para poder encajar, porque lo ideal es que no haya nada típicamente masculino ni femenino.
Así que no, que digamos que el sexo es real e inmutable, no es ni ser de ultraderecha, ni es en ningún caso una falta de respeto a las personas “trans”; pero que digamos lo contrario, a parte de carecer de rigor científico, sí es una falta de respeto a las mujeres de todo el mundo que sufren cada día el machismo siendo humilladas, maltratadas y asesinadas, y al movimiento feminista que lleva 300 años luchando por los derechos de la mitad de la población, que se han visto mermados por razón de sexo.
¿Con qué cara vamos a seguir afirmando, (como hacíamos todas, todos y todes hasta ahora, por cierto), que nos matan por ser mujeres, a la vez que queremos borrar el sexo hasta del DNI?¿Cómo vamos a mantener leyes como la de Violencia de Género, que se basa en la opresión por razón de sexo, si buscan borrar cualquier mención al sexo en todos los documentos existentes, para que lo único válido sea la identidad de género que cada persona declara?
Llegados a este punto saldrán los negacionistas de este argumentario, alegando que el transactivismo no dice eso. Así que vamos a poner unos pequeños ejemplos:
En un programa del canal infantil Clan de RTVE, se explicó a niñas y niños que hay gustos y actividades femeninas y masculinas: “Los pintauñas son de chicas, los videojuegos de chicos”.
En las guías para “detectar menores trans” en los colegios, como por ejemplo la Guía de atención integral a las personas en situación de transexualidad del Gobierno Vasco, se activa el protocolo cuando un menor tenga “conductas no coincidentes con lo que socialmente se espera en base a su sexo”. ¿No es esto puro sexismo?
En la web de Chrysallis, asociación de padres de menores trans que cuenta con el apoyo del Ministerio de Igualdad, hay cuentos de libre descarga entre los que podemos ver disparates como este:
Me pregunto qué hubiera pasado con mi hija de siete años si hoy en día dijera que quiere ser un niño. La legalidad que se pretende implantar (y que ya funciona en muchas CCAA), y la ideología que ya lo está, no me permitirían dudar, ni indagar con ella, ni acudir a un profesional de la psicología que hiciera otra cosa que no fuera la terapia afirmativa, es decir: validar que es un niño, pautar bloqueadores, operaciones, etc.
Tal vez años después sería una de las cada vez más detransicionadoras: mujeres que realizaron la transición y que con los años se dieron cuenta de que no era lo que necesitaban.
Hay países, como Suecia, que están reconduciendo la manera en la que se atiende a estos menores. Han paralizado la administración de bloqueadores porque no hay suficiente evidencia de que sean seguros, incluso lo han calificado de tratamiento experimental.
A título personal, no me atrevería a afirmar categóricamente que en la sociedad actual no haya casos de disforia para los que la solución no sea una transición, pero desde luego, no de la manera indiscriminada en la que está sucediendo, ni como está sucediendo: los datos del NHS del Reino Unido muestran un aumento del 4000% en las derivaciones a servicios pediátricos de género. La disforia de género ha pasado de ser un diagnóstico poco frecuente principalmente en preadolescentes y hombres adultos, ahora se diagnostica con mayor frecuencia en niñas adolescentes.
Hay muchas incógnitas que resolver antes de aprobar una ley -contra la cual ya se han pronunciado varias sociedades médicas-, como lo hacía Helena, una chica de 23 años que detransicionó: «¿Qué lleva a una niña sin antecedentes de incomodidad con los juguetes y la ropa estereotipados de «niña», o incluso con el más mínimo deseo de ser un niño en la infancia, a querer ser un «hombre» a través de inyecciones hormonales cuando se acerca a la edad adulta?»
¿Y si dejamos de experimentar con la infancia, y experimentamos una sociedad libre de estereotipos sexistas?
Porque si hay algo que las chicas definitivamente no podemos hacer, es dejar que desarticulen nuestro movimiento, que perdamos los avances conseguidos, y que pongan en peligro a nuestras hijas.