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El hijo producto y la socialización masculina

Por César Sainz

Todos los hombres estamos socializados en una única masculinidad tóxica, que determina nuestra psique y nuestras condiciones materiales. Es un proceso de socialización basado en tres pilares básicos: el machismo, la homofobia y la violencia. 

Todo esto da como resultado la glorificación de conductas reprobables como el dominio, la falta de emociones, la autosuficiencia. Sin embargo, los daños colaterales que sufrimos los hombres son el sobrecontrol, la hipercompetitividad, el aislamiento, la falta de empatía, la homofobia y el sexismo. Si no exhibimos estos valores, no somos “hombres reales”. Seguro que hemos escuchado esa ilustre mención: “los hombres no lloran”, lo cual no siempre es beneficioso para nosotros como individuos. 

El reto actual es romper las conductas de riesgo como el bullying, el fracaso académico o la sobrevaloración del éxito laboral, el cometer delitos, ser violentos, caer en adicciones por sustancias tóxicas o no cuidar la salud mental que lleve a depresión y ansiedad. La clave es derrotar el llamado “el conflicto del rol” para no sentirnos acordes con valores fantasmas como describe la socióloga Raewyn Conell. Y no hablo de deconstruir, sino de demoler la masculinidad. No creo que haga falta reflexionar qué es un hombre porque el feminismo lo explica a la perfección: el hombre es el macho de la especie humana y, en una gran parte, se ha socializado a través de violencia. 

Una de las medidas actuales que aporta la psicología para romper el hielo es hablar abiertamente de nuestros sentimientos, algo que va en contra de estos valores masculinos tradicionales. Quizás por esto, los hombres no buscamos atención profesional o incluso no hablamos de nuestras luchas con amigos o familiares. ¿A cuántos y cuántas nos suena este tema? Desde luego, soy el primero en levantar la mano. ¿A qué se debe? Pues, a los sentimientos de insuficiencia, debilidad y la percepción de ser “menos hombre”. 

Un aporte, que no es nuevo y ha sido recalcado por el feminismo, es experimentar abiertamente una amplia gama de afectos, respeto, interdependencia, vulnerabilidad y cooperación. 

Es importante destacar que la definición de masculinidad no es algo que la sociedad puede inculcar en una persona, ni es algo que se pueda quitar ni dar. Es un proceso de aprendizaje que incluye nuestras experiencias humanas para poder cambiar el universal femenino y masculino. Ahora bien, ¿se crean espacios de escucha y debate abierto desde una perspectiva crítica y, a su vez, del respeto? Me temo que no; porque no nos han enseñado y, lo peor, nos vamos corrompiendo en base a deseos. 

Cuando un niño y una niña ven el mundo a través de gafas estrechas, proporcionadas por el patriarcado, estos rasgos masculinos y femeninos exagerados, puede sentir que es la única vía para ser aceptado asumiendo esos rasgos. 

Y aquí aplico el análisis marxista junto a la perspectiva feminista. Se ve la primera división de clases: el hombre y la mujer. Y de esta socialización diferencial, que explica, por ejemplo, Simone de Beauvoir en el Segundo Sexo, nace la primera división del trabajo. Se perpetúa los dos primeros modo de producción de la humanidad: el ámbito privado, que es el modo de producción doméstico inmutable en el tiempo, y el ámbito público construido sobre el primero y generando los sistemas económicos que conviven históricamente: el esclavismo, el feudalismo o el actual capitalismo neoliberal. 

Y me atrevo a parafrasear una famosa cita de Karl Marx diciendo lo siguiente: La historia de los hombres es la historia de las clases dominantes y la lucha de clases. 

Es una de las contradicciones de nuestro propio sistema porque los gobernantes dominantes- hombres- han ganado poder conquistando a otros, hombres y mujeres. Y añado a esta dinámica tóxica la presión social, las expectativas familiares y las parejas sexuales- temas centrales en hombres- son preocupaciones que han estado y están sobre la mesa durante siglos.

La interrupción del pensamiento mitopoético llegó en la década de los ochenta con la posmodernidad. Su objetivo era proporcionar a los hombres una salida para recuperar la falta de masculinidad que según Michael Messner, su fundador, se había perdido con la irrupción de los movimientos feministas.  Este movimiento incluía rituales en la naturaleza donde se buscaba la conexión con la llamada “energía masculina profunda”. ¿Qué es esa energía masculina profunda? Podríamos verla reflejada en todos los valores que conllevan la llamada “masculinidad tóxica”. 

Ahora, la masculinidad, según la ONU, se define como el conjunto de atributos, valores, comportamientos y conductas que son característicos del hombre en una sociedad determinada. 

Reconociendo que cada persona aprende de manera distinta a ser hombre o mujer, es válido afirmar que existen muchas formas de ser hombre, o ser mujer, ya que en cada cultura se encuentran presentes mecanismos y códigos aprendidos que soportan y explican esta diversidad. Debido a que el concepto de “lo masculino”, y “lo femenino”, deriva de una construcción social, su significado se modifica en consonancia con los cambios culturales, ideológicos, económicos e incluso jurídicos de cada sociedad, en una época determinada.  Así aparecen la  masculinidad hegemónica, subordinada o alternas. Hay tantas causas como personas. Personas movidas por su causa individual sin tener en cuenta al resto de población. 

Otro de los ejemplos de opresión ejercida por nosotros, los hombres, es el hecho de que los hijos son la mercancía más valiosa del patriarcado. Como dice Julia Cañero Ruiz en Pikara Magazine: apostar por la institucionalización de bebés durante la gestación significa comenzar con el adoctrinamiento patriarcal y capitalista desde el inicio de la vida, eliminando a las mujeres de la ecuación. Un argumento que puede explicar porque el sistema necesita nacimientos, pero no partos ni abortos ni crianzas. Violentar a las mujeres y separar a los bebés de sus madres es una estrategia de desvinculación que el patriarcado ha llevado a cabo durante siglos, a la vez, que se estigmatiza a la propia maternidad. 

Como decía Marx, la prole no era únicamente la fuerza de producción, sino también la fuerza de cambio. 

Resumiendo, para explicar lo que supone la masculinidad hegemónica en la actualidad, podríamos aplicar el esquema de la tríada de la violencia que ejercen los hombres: contra las mujeres, otros hombres- de la clase obrera-,  y ellos mismos- no aceptando sus propios sentires-.

Y esta triada se convierte en un proceso de alineación histórico y psicológico desde la infancia, al cual debemos hacerle frente para, como decía Marx, evolucionar como sociedad. ¿Y tú, te atreves a hacerle frente?

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