¿Qué pensaríais si os digo que en España es legal infligir dolor a un recién nacido? Tranquis, me refiero a los pendientes, ya podéis respirar.
Este debate es tan importante como polémico, y antes de nada, (siempre me justifico, lo sé), querría decir que no se trata de una competición de feminismo, ni de madres buenas versus madres malas. Tengo amigas a las que adoro, que son unas madres estupendas y han decidido poner pendientes a sus hijas. No trato de juzgarlas, mi intención es exponer una opinión reflexionando sobre el acto en sí.
El otro día hablando con una amiga, le decía que agujerear los lóbulos a bebés es misoginia pura, o dicho de otra manera, odio. Visto así entiendo que pueda parecer una exageración, pero no me refiero a un odio específico a esa beba en concreto, si no a algo colectivo. ¿Cómo llamaríais vosotras a un daño que se hace voluntariamente a bebés por el hecho de ser niñas?
Normalmente los argumentos de las personas partidarias de esta tradición es que no recordarán el dolor, y sinceramente ¿qué más dará que no lo recuerden? La realidad objetiva es que estamos haciendo un daño completamente innecesario a un ser indefenso por un motivo sexista y estético. Personalmente, creo que lo normal debería ser que los máximos protectores (padre y madre) de ese ser humano, no le causaran daño sin justificación alguna.
Otro argumento habitual son los pendientes/piercings y/o tatuajes que lleva la madre en cuestión. Yo, por ejemplo, soy consciente de que cuando mi hija crezca puede preguntarme por qué yo sí y ella no, o directamente puede querer tenerlos. No pasa nada, también voy a rebatir esto. Mis primeros pendientes, evidentemente, no los elegí. Los siguientes si, al igual que los tatuajes. De manera consciente, sabiendo que eso iba a doler, elegí hacermelos, pero incluso esto, no está exento de reflexión, recordemos que los tatuajes están dentro de las autolesiones, hay divulgadoras que han hecho análisis brillantes sobre ello como Marian Infante, @marian.inphant en instagram, a la que recomiendo encarecidamente.
En la era de la crianza respetuosa y el rechazo a los gritos y a los “correctivos”, las mujeres que decidimos no hacer pendientes a nuestras hijas seguimos siendo las exageradas.
Lo que creo que algunas personas no entienden, es que este “acto sin importancia” es la gota que colma el vaso de un machismo que debuta sobre las niñas antes incluso de que nazcan. Aún recuerdo la cantidad de burradas que tuve que escuchar estando embarazada de mi hija; que si era una niña me iba a poner fea porque las niñas te roban la belleza, que tenía tantas nauseas porque las niñas son más difíciles, que las niñas son más tranquilas y no me iba a dar mucho trabajo, que qué lástima su hermano porque las niñas tienen más mala idea y son manipuladoras, etc.
Una vez fuera del vientre materno, los pendientes son lo que marca la diferencia, un acto dañino completamente normalizado por la sociedad, específico para el sexo femenino, en el que estamos dando por hecho que sufrir va a ser la norma para ellas (para presumir hay que sufrir). Qué queréis que os diga, que a los niños no se les haga ese daño creo que es una razón lo suficientemente potente para llegar a la conclusión de que no se les debería a hacer tampoco a las niñas. De hecho, voy más allá, debería estar prohibido por ley; por sexismo, por doloroso y por suponer un riesgo para la salud (infecciones).
Más allá de los pendientes empezaran los lazos, los moños bien tirantes, los vestidos que impiden el libre movimiento, los volantes, pantalones mucho más cortos que los de sus compañeros, bikinis con relleno con tallas cada vez más pequeñas, y llegará el día en que entrarán a la guarde, sin el año cumplido y lo primero que recibirán será un comentario alabando su físico, pequeños actos “sin importancia” y “sin mala intención” que desembocan en el siguiente titular: “las niñas empiezan a preocuparse por su imagen corporal a los 5 años”.
No se trata de que nosotras seamos mejores o peores madres, tampoco de que seamos más o menos feministas, se trata simple y llanamente de que ELLAS no se merecen eso.
Nuestras hijas no son un objeto que necesita ser decorado, y cuesta, cuesta mucho, soy consciente, porque lo tenemos grabado a fuego, pero son mucho más que preciosas y bonitas, son fuertes, son inteligentes, son valientes y divertidas.