Cuando mi hija o mi hijo es quien acosa

Cada año millones de niñas y niños en todo el mundo, se convierten en víctimas de una violencia silenciada, que adopta múltiples y cambiantes formas, entre ellas, la violencia entre iguales. España no es una excepción. Según diversos estudios, uno de cada cuatro estudiantes, sufre cada día acoso escolar (también llamado bullying).

¿A qué nos referimos cuando hablamos de acoso?

Es un acto de hostigamiento, maltrato, violencia por diversión, demostración de superioridad y faltas de respeto entre iguales (es decir, entre menores con edades similares).

No es un conflicto, una pelea, una discusión, un insulto, un empujón, un grito, una broma desagradable o un puñetazo, que se da de forma aislada o por accidente. 

Es importante que tengamos en cuenta estas diferencias, al abordar los componentes clave de todo proceso de acoso: intencionalidad (se hace daño a propósito), repetición (sistemático y reiterado) y desequilibrio de poder (por estatus social, fuerza física o popularidad).

En todo proceso de bullying, encontramos 3 protagonistas:

  • Víctima. Es la persona que recibe la violencia con actitud pasiva o sumisa.
  • Agresor. Quien ejerce directamente la violencia. Le gusta el poder y el dominio y disfruta cuando tiene el control. Con frecuencia, disfruta del apoyo de un grupo, que anima o simplemente observa.
  • Espectadores. Quienes no participan directamente en las intimidaciones, pero actúan como secuaces.

No obstante, a pesar de que los actores son tres, el foco mediático, profesional y empírico, se centra casi exclusivamente en uno de ellos, la víctima. A diferencia, el agresor, no solo tiene escasa presencia, sino que simplemente plantearlo, provoca rechazo frontal por parte de ciertos sectores.

Numerosas investigaciones revisadas, coinciden en que es difícil trazar un perfil concreto del acosador. Sin embargo, podemos señalar una serie de rasgos que suelen repetirse, como ocurre en la violencia machista.

Con frecuencia, son chavales:

  • Que viven en modelos familiares donde hay maltrato o violencia.
  • En cuya familia hay una exigencia muy alta, o por el contrario, muy laxa (poca disciplina, dificultad para cumplir normas y malas relaciones con la autoridad).
  • Que se les tolera cualquier actitud. Narcisistas, acostumbrados a tenerlo todo, endiosados, sobreprotegidos, que van de sobrados.
  • Que muestran aparente seguridad en sí mismos, baja tolerancia a la frustración, escasa capacidad de autocrítica y falta de empatía.
  • Con tendencia a abusar de su fuerza y una mayor identificación con el modelo social basado en el dominio y la sumisión.
  • Perfectamente conscientes de lo que hacen. No sienten culpa y no piden perdón. 

Por otro lado, sus progenitores, tras explicarles el sufrimiento que su hija o hijo están causando a la víctima, en vez de sancionar o corregir la actitud de su hija o hijo:

  • Minimizan o disculpan sus conductas con típicas frases como: ‘hoy en día se exagera cualquier chiquillada’ o son ‘cosas de chavales’.
  • Niegan rotundamente.
  • Culpabilizan a la víctima.
  • Amenazan a sus padres.
  • Manipulan a su entorno para que no acusen.

En mis más de 30 años de profesión, nunca me he reunido con una familia que admita que su hija o su hijo está acosando a un compañero de clase. Lo que dificulta enormemente atajar el problema a corto plazo. Y puede dar lugar a otras formas de violencia en un futuro inmediato.

A los acosadores y sus familias les cuesta mucho reconocer la situación. Algo que también sucede en la violencia de género. En un reciente estudio sobre convivencia en Educación Secundaria, solo un 2,4% de la población escolar se autoidentifica como acosadora, frente al 3,8% que lo hace como víctima. Una diferencia que puede atribuirse a que hay acosadores que no se ven como tales.

Ante esta situación, el primer objetivo debe ser concienciar a madres y padres de su papel a la hora de ayudar a sus hijos a entender el riesgo de los comportamientos violentos. Los padres son los responsables de que sus hijos interioricen los valores morales para una convivencia en sociedad. No hacerlo puede tener graves consecuencias.

Diversas investigaciones han mostrado, que un 60% de los niños o adolescentes que acosan recurrentemente; cometen, al menos, un delito antes de los 21 años. Un niño que chantajea, roba la merienda, amenaza o golpea a otro, irá haciéndose cada vez más agresivo.

El acoso hay que reconducirlo a tiempo. Los datos muestran que las probabilidades de que se repita en otros entornos (laboral o familiar) en un futuro, son elevadas. Por eso, es tan importante la prevención desde los primeros años. No obstante, puede ocurrir, que nos informen desde el centro escolar de que nuestra hija o hijo acosa a otros compañeros.

Si esto ocurre, ¿Qué podemos hacer?

En primer lugar, debemos asumir la realidad. No es bueno que nos engañemos a nosotros mismos. Puede ocurrir que nuestra hija o hijo se comporte de manera distinta dentro y fuera de casa. Cuanto antes afrontemos la situación, mejor para todos.

En segundo lugar, debemos ponernos a disposición del centro. Un acosador está llamando la atención y de algún modo, está pidiendo ayuda. Nos tenemos que poner a trabajar lo antes posible.

En relación a nuestra hija o hijo, debemos seguir las siguientes pautas:

  • No restar importancia a lo ocurrido.
  • Mostrar empatía con la víctima. Reforzar la idea de que nadie merece sufrir este tipo de situaciones.
  • No justificar la agresión, ni culpabilizar a la víctima.
  • Ayudar a nuestro hijo o hija a asumir que se ha equivocado y que ha tenido un comportamiento inapropiado.
  • Ayudarle a entender que sus comportamientos tienen consecuencias que debe asumir y aceptar (en casa y en el centro educativo).
  • Profundizar en la idea de la reparación del daño y pedir perdón a la víctima.
  • Transmitir la idea de que no habrá impunidad y se aplicarán las medidas correctivas razonables y razonadas que respetarán sin dilación.

Es necesario que cuidemos las censuras y descalificaciones: ‘si sigues así vas a acabar siendo un delincuente, ‘te voy a moler a palos’, ‘me avergüenzo de ti’, ‘no sirves para nada’ y pedir ayuda profesional si lo estimamos oportuno. Es un asunto muy serio que no debemos relativizar.

El acoso presenta un reto claro en términos de asunción de responsabilidades por parte de toda la familia. Estamos hablando de violencia de un menor hacia otro. Para evitar este tipo de conductas resulta determinante reforzar la educación emocional en casa y el centro escolar. Y no olvidar la necesidad de que adquieran habilidades sociales e interioricen valores de convivencia. Está documentado que la gran mayoría de acosadores muestran baja autoestima, escasa empatía y una baja capacidad para resolver conflictos.

La familia al completo (junto al centro escolar) debe implicarse en el seguimiento de la conducta del acosador. Empezando por la madre y el padre y terminando por los adolescentes. La intervención debe ser rápida, eficaz y bien dirigida, con el fin de proteger la integridad física y emocional de la víctima.

En casa, las medidas que se tomen con el agresor, no se centrarán únicamente en un enfoque punitivo. Estarán enfocadas a la restauración de derechos de la víctima, a la reeducación y la toma de conciencia del agresor.

Por último, no quiero dejar de comentar la importancia de tomar medidas con el grupo de observadores. La evidencia científica ha demostrado que son esenciales para la erradicación de la violencia, el restablecimiento del equilibrio y la recuperación de la convivencia en la comunidad educativa.

Carmen López Suárez
Doctora en educación y pedagogía.
Investigadora.
Orientadora familiar.
Directora de Hijos con éxito. Formación para padres y madres.
Anteriormente profesora de Universidad y Secundaria.

https://hijosconexito.com/

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