“Soy superviviente del holocausto. Apenas sobreviví, a mis abuelos los mataron en Austwich, a gran parte de mi familia la mataron ahí.
Me convertí al sionismo, este sueño del pueblo judío de resurgir en su tierra ancestral, remplazar Auschwitz por un estado de Israel con un poderoso ejército.
Luego me di cuenta de que no era exactamente así, que, para alcanzar ese sueño, debíamos someter a la población local a una pesadilla.
Los historiadores judíos han demostrado que la expulsión de los palestinos fue perversa, persistente, cruel y sangrienta y con toda la intención. A esto le llaman “el Nakkba “o “la catástrofe”. En Israel es ilegal mencionar el Nakkba, aunque sea la base de la fundamentación del estado de Israel.
Visité los territorios ocupados, lloré todos los días durante dos semanas, por lo que vi, la brutalidad de la ocupación, el acoso, lo sangriento de todo. Destrozar las plantaciones de olivos, negarles el acceso al agua, las humillaciones… esto continúa y es mucho peor ahora. Es la limpieza étnica más larga de la historia en los siglos XX y XXI.
Yo puedo llegar a Tel Aviv y pedir la ciudadanía ahora, bajo la ley de “derecho al regreso”, pero mi amiga palestina en Vancouver, Hanna Kwas, que nació en Jerusalén no puede ni siquiera visitar su lugar de origen. ¿Yo tengo derecho a regresar después de dos mil años, pero Hanna que nació ahí, no puede volver después de 70?
Toda la población está miserablemente hacinada en lo que es conocido como “la prisión al aire libre más grande del mundo” y eso es lo que es.
No tienen que apoyar a Hamas para apoyar los derechos de los palestinos. Piensa en lo peor que Hamas ha hecho y multiplícalo por mil, y ni así se asemeja la represión y la masacre ejercida por el estado de Israel.
Si ves la prensa occidental, cuando civiles en Myanmar o en Hong Kong, protestan en contra de la represión, son héroes. Cuando niños en Palestina tiran piedras a soldados israelíes, son considerados terroristas.
Israel comete crímenes impunemente con mucha menos crítica por parte de la prensa occidental que ningún otro país.
Hay un “programa” para encarcelar niños palestinos de entre 14 y 16 años, encarcelados por resistirse, meses o años sin poder ver a su familia.
Quien tenga una onza de humanidad lloraría como lo hice yo cuando estuve ahí”.
Oír el testimonio del Dr. Gabor Mate (médico y escritor) es suficiente para conocer la realidad de Gaza, de la guerra declarada de Israel a civiles desarmados y toda la trama y los motivos que llevan a un gobierno sionista a cometer los mismos horrores que vivieron durante el Holocausto. Cualquier medio es válido para conseguir el propósito del sionismo, todo lo vale, por encima de personas y de vidas inocentes y por encima de todas las resoluciones o condenas de la ONU.
Todo lo vale para conseguir “la Tierra prometida” según el Éxodo (23:31), Dios fija los límites de la “Tierra Prometida “, desde el mar Rojo hasta el mar de los filisteos y desde el desierto hasta el río Éufrates, “la Tierra de la miel y la leche”, una paradoja, ya que esa pretendida tierra, se ha convertido en una fuente de sangre continúa, sangre de inocentes que ninguna culpa tienen de que en 1948 se constituyera el Estado de Israel.
Las superpotencias propusieron diferentes opciones para establecer al pueblo judío, lo cual suponía un verdadero quebradero de cabeza para la Europa de principios del siglo XX. Británicos, soviéticos, estadounidenses y alemanes, entre otros, propusieron diferentes lugares donde asentar a los hebreos y acabaron por escoger esta tierra, Palestina, que ya tenía dueños, una tierra próspera, la primera en la exportación al mundo entero de naranjas, con su propia moneda, sellos e infraestructura, ahora, desmembrada, vallada y relegada a escombros y muerte.
Pero así no queda la cosa, si todo sigue tal cual, dejando a los sionistas hacer lo que les dé la gana, sus anhelos y sueños expansionistas no acaban ahí, la “Tierra prometida”, se extiende por el actual Israel, la mayor parte de Siria, el Líbano, la mitad de Irak, la costa Oriental egipcia y el norte de Arabia Saudí. Todo un imperio.
Atrás quedó la primera idea del secretario para las colonias británico, Joseph Chamberlain (1903), quien hizo una propuesta para establecer a todo aquel judío que quisiese en el África oriental británica. El proyecto del Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Mancomunidad, conocido en inglés como Foreign Office, conociendo la realidad de Kenia, necesitada de muchos colonos europeos, y además a principios del siglo XX aquel territorio sufría una pérdida de ciudadanos blancos que se marchaban a otros lugares más atractivos del imperio, pensó que sería idóneo para alojar a los judíos.
En el sexto congreso de la OSM, se propuso oficialmente el plan (Kenia) con la condición de que ello no supusiese el abandono de la idea sionista inicial (Palestina), aunque los presentes estaban concienciados de que las negociaciones con los otomanos serían muy complicadas (ellos dominaban Palestina). En 1902, el sultán había ofrecido a los hebreos tierras en Mesopotamia, Siria y Anatolia, pero nunca Palestina, por lo que esta negativa, junto con la presión ejercida por los delegados de Europa del este, hizo que se diera luz verde al estudio del proyecto.
El plan dividió a los miembros del Congreso, causando disensión a los rabinos sionistas. Pese a ello, el rechazo a una independencia total al Estado judío por parte del Foreign Office acabó finalmente con este primer proyecto de hogar para los hebreos.
En el séptimo congreso de la OSM, en 1905, se dió el espaldarazo final al Plan Ugandés (Kenia). Sus principales defensores, los territorialistas, entre ellos, el inglés Israel Zangwill, impulsor principal, o los hermanos Rothschild, abandonaron el movimiento sionista.
Zangwill dejó una frase para la posteridad: “En África habrá bestias salvajes, pero en Jerusalén hay criaturas aún más salvajes”.
Finalmente en 1948 y después de la II Guerra Mundial, como se ha puntualizado anteriormente, las superpotencias de la época decidieron regalarles Palestina.
Y esta idea de “salvajes” ha calado hondo en el gobierno sionista israelí y en los ciudadanos que así lo apoyan, porque si no, no se puede comprender que, viviendo y siendo observadores y consentidos del apartheid, no sientan ni un ápice de empatía por los autóctonos del lugar ya que ellos, los colonos “invasores” (ya que por definición se coloniza una tierra desierta o sin dueño), son de todas partes del mundo, menos de Palestina.
Aquí se hace visible y se comprende en profundidad la “Banalidad del mal” un concepto acuñado por la filósofa alemana Hannah Arendt para describir cómo un sistema de poder político puede trivializar el exterminio de seres humanos cuando, se realiza como un procedimiento burocrático ejecutado por funcionarios incapaces de pensar en las consecuencias éticas y morales de sus propios actos.
Cualquiera de nosotras, las personas que de verdad quieran informarse al respecto de lo que está pasando en Palestina, que accedan a YouTube y escuchen a Llan Pappé, profesor de historia en la Universidad de Exeter, Reino Unido, codirector del Centro Exeter de Estudios Etno-Políticos y activista político. Anteriormente fue profesor de ciencias políticas en la Universidad de Haifa y director del Instituto Emil Touma de Estudios Palestinos de Haifa o a Norman Finkelstein, profesor judío, experto mundial sobre Gaza a quien se le negó la titularidad en su universidad por un discurso público contra la política israelí.
Estos ejemplos son para mostrar una política sionista donde prima el “o estás conmigo o en mi contra”, no hay pie para medias tintas o para ninguna crítica por más constructiva o veraz que esta sea.
“La banalidad del mal”, estudiada tanto en psicología social, queda patente al escuchar al Dr. Gabor decir: “Puedes escuchar a cantidades de soldados de las fuerzas de defensa israelíes que hablan sobre la brutalidad que ejercen sobre los civiles palestinos, e incluso a pilotos que hablan de porqué se niegan a volar sobre Gaza debido a las atrocidades que les obligan a cometer”. Algo similar dijo en su día Adolf Eichmann, juzgado por crímenes contra la humanidad y condenado a la horca por su participación en el genocidio dirigido por la Alemania Nazi: “Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera”, sus acciones respondían a la “obediencia debida”, según él, a sus superiores.
Espero, sinceramente que este artículo abra las mentes de todas aquellas personas que, se niegan a ver más allá de estos angustiosos días de dolor y noticias constantes sobre el conflicto israelí- palestino e indaguen en la historia antes de emitir juicios discriminatorios, falsos y carentes de argumentos y cómo he visto en nuestra ciudad en el día de ayer, durante la manifestación a favor de los civiles palestinos, solo decir que: no hay que ser musulmán ni de ningún credo para asistir de manera pacífica a apoyar una causa justa, solo hay que tener algo de empatía y sobre todo ser un poco más humanos. Como dijo el PAPA de la iglesia católica: “Estamos olvidando llorar”, y efectivamente creo que, estamos perdiendo la humanidad.