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Historias de resiliencia

Cuidadanía 

Pan tostado, mantequilla, café con leche, una pastilla blanca, una pastilla roja y una pastilla  azul. 

En la televisión la misa del domingo. 

Khady observa como las manos temblorosas de Ana arrancan las migas de pan, cómo su boca  sorbe el café, cómo sus ojillos de ratón sonríen con cada sorbo y cada bocado. – Así que esto es  la felicidad para esta anciana. Un bocado de pan, un sorbo de café, la misa del domingo- piensa Khady. 

Bufanda, abrigo, zapatos y la maldita silla de ruedas que siempre se atranca con la rendija de la  puerta del ascensor. 

Ana y Khady salen del portal. Ana arrebujando en el abrigo beige, su cuerpo menudo, con la  nariz goteando mucosidad por el viento gélido y las manos huesudas cruzadas sobre el regazo.  Khady empujando la silla de ruedas despacio, con cuidado, atenta a los baches. 

Un rayo de sol sobre sus cuerpos, el sonido del agua en la fuente…cierran los ojos un  momento… allí sentadas en el parque sueñan con una playa de arena blanca. 

Ana se ve de niña corriendo por la playa de Getares en Algeciras con su tata detrás. Bajo el sol  de primavera. -“Señorita Anita no corra”- le grita su tata. Anita loca, riendo siente latir su  corazón fuerte, mientras corre aún más deprisa. 

Khady se ve en la playa de M’bour en Senegal. Recogiendo con su cesta pescado del cayuco,  con su pequeño Moussa atado a su espalda. El agua fresca en los tobillos. Oye la risa de su  pequeña Mali. Recuerda la cara de Moussa, tan redonda y risueña. Se pregunta si la  reconocerán después de cinco año. Abre los ojos de golpe. Es demasiado doloroso su  recuerdo. Mejor no pensar, mejor dejar pasar los días en la vertiginosa vorágine de la lejía, la  comida, la ropa sucia, el orín, mejor no recordar. Además ya es tarde. El pequeño cuerpo de  Moussa yace para siempre en el fondo del mar. Ya es tarde. 

Khady y Ana vuelven a casa. Allí el murmullo del televisor, las comidas, las duchas, el  abrillantador de muebles y por la noche el cansancio. El cansancio y el recuerdo se hacen  insoportables en el silencio de la noche. 

Ana no duerme sólo espera el amanecer, en un lento discurrir de las horas y un rosario de  dolores en el cuerpo. En un miedo ancestral a la muerte. Dormir es como morir por unas  horas, por eso Ana no duerme. 

Khady no duerme sólo entorna los ojos. Vigila cada respiración de Ana, cada suspiro. Rendida  parpadea apenas y ya amanece. 

Y por la mañana, pan tostado, mantequilla, café con leche, una pastilla blanca, una pastilla roja  y una pastilla azul.  

Amanecer

Todavía es muy temprano, aún la calle no late con su pulso frenético. Hemos dormido a  retazos. Toda la noche caladas por la humedad y asustadas por los transeúntes nocturnos que  se paraban a mear o que pasaban cantando ebrios cerca de nuestro refugio de cartón. La  noche del sábado ha sido movida a pesar del frío. No entiendo cómo las personas pueden  pasar toda la noche en la calle por diversión. Desde que desahuciaron a Adela y a mí del piso  hace dos años, no hemos podido dormir caliente. Desperezamos nuestros cuerpos  entumecidos entre los cartones. Adela acaricia mi cabeza, y yo la miro con dulzura. Juntas nos  encaminamos hacia la plaza para recoger el desayuno que reparte una ONG a las personas sin  hogar. 

Sin hogar. Me hace gracia esa frase. Será sin techo. Por qué a nosotras, nos falta un techo pero  somos nuestro hogar. La amo tanto. Es por ella que me despierto cada día. Ella es para mí y yo  soy para ella, la única familia, el único reducto de amor incondicional. El hogar. 

Sentadas al sol compartimos el bocadillo, mientras Adela bebe el café caliente, yo la miro para  que sepa que todo va bien, que a pesar de nuestras dificultades la sigo amando. 

Adela es una escritora maravillosa. Escribe poemas en una libretita de cartón, para después  repartirlos entre los clientes de las terrazas de los bares del centro de la ciudad, con suerte  alguno le entregará una moneda a cambio. 

Reuniendo unas pocas monedas durante la semana, Adela me compra alimento. Un paquete  de salchichas, un poco de pan, si hay suerte una latita de carne.  

Adela me ama. Lo sé porque cuando le dijeron que yo no podía dormir en el albergue, ella  prefirió acurrucarse conmigo bajo los cartones, antes que separarse de mí.  

Nos tumbamos en un banco al sol. Adela comienza a hablar sola en voz alta. -“¡Fuera de aquí!”- grita mientras intenta alejar a una persona imaginaria. A veces le pasa, a veces tiene  alucinaciones.  

Pasa un grupo de chavales que comienzan a insultarnos porque creen que Adela se está  peleando con ellos. Uno se acerca y da un puñetazo a Adela en la nariz. Ella se tambalea.  Mientras los chavales animan a su amigo, dos de ellos le bajan a Adela los pantalones y las  bragas. Uno me da una patada en la barriga. Chillo de dolor.  

Los chavales se alejan riendo. 

Adela me abraza mientras se recompone la ropa y se limpia la sangre de la naríz. Siente un  dolor en la boca del estómago y una tensión en el cuello. Vamos caminando al hospital.  

Aquí estoy sentada en la puerta esperando a que salga, aún con el rabo entre las patas por el  susto. La calle es un lugar peligroso, pero mientras nos tengamos la una a la otra todo irá bien.  Pronto vendrá y volveremos a nuestro refugio de cartón. Pronto saldrá. Ella siempre vuelve a  por mí y yo la espero paciente. Ella siempre vuelve. Aunque ya tarda demasiado. No sé cuántos  días llevo aquí. 

Encaje 

Mi coño. Sí, mi coño. Es por mi coño que me veo ahora en esta situación. No por lo que piense  o cuente, o haga o reflexione o sienta. Es por el hecho biológico de tener un coño entre las 

piernas. Soy tachada de manipuladora, malvada, sibilina, envidiosa, mentirosa, débil….es por  eso, es por mi coño. 

Parece que mi coño me incapacita para crear, razonar, filosofar, conversar, luchar. 

Es por él, aunque yo prefiero decirle ella, por qué manda ovarios que hasta la palabra para  nombrarlo tenga que ser también masculina. Llamémoslo mejor la vulva. Así en femenino.  Mucho mejor, la palabra vulva es mucho más expansiva. Se te llena la boca al decirla VULVA,  es muy sonora. Hay que ver la de palabras bonitas que componen nuestra anatomía. Vagina,  clítoris…son grandiosas, aunque los de la RAE se empeñen en despreciarlas. ¿Sabéis cómo  definen nuestro clítoris en el diccionario? Órgano pequeño, carnoso y eréctil, que sobresale en  la parte anterior de la vulva. Parece que todo lo femenino tiene que ser pequeño, para que  ocupemos el menor espacio posible y no molestemos. Pero sí desde hace una eternidad se  sabe que lo que se ve es el glande del clítoris, que el clítoris puede llegar a ser más grande que  muchos penes…y he visto muchos. Pero nada, que tiene que ser pequeño y además tampoco  lo sitúan bien…en la parte anterior de la vulva dicen. Será en la parte superior…normal, los  hombres lo tienen crudo para hacer bien un cunilingus. 

A ver qué dicen los Señoros de la RAE de esto. Cunilingus: “Práctica sexual que consiste en  estimular con la boca los genitales femeninos”.  

¡No, lo veis como no dan una! Los genitales no, el clítoris joder. Estimular el clítoris, con la  lengua. ¿Tan difícil es? Me van a tener que dar un sillón a mí en la RAE. Se enterarían de cómo  hay que hacer una definición precisa. 

Pues como iba diciendo. Es por mi vulva que me venden, me violan, me discriminan, me  agreden, me esclavizan, me explotan, me mutilan y me asesinan. 

Portadoras de vulva, agujero de bonificación, no hombre, productora de óvulos y un sinfín de  eufemismos para no nombrarme. Para hacerme desaparecer. Para no nombrar esa palabra  maldita…Mujer. Porque lo que no se nombra no existe. Y así, borrada, diluida, no amenazaré  con mi existencia la estructura jerárquica del sistema patriarcal. El orden y la ley se  mantendrán inmóviles, mientras las vulvas continuemos sirviendo, complaciendo, cuidando. 

Por eso ahora os digo: ”Mujeres del mundo unidas levantémonos para arrejuntarnos,  revelarnos y adueñarnos del lugar que nos corresponde en el mundo”. 

(Su proxeneta entra en la habitación, hace un gesto para que le entregue el dinero y  cogiéndola por el pelo exclama): ¡A trabajar! 

Perla 

Baja la cuesta que separa la tienda de su casa chancleteando sus zapatillas en el barrizal del  suelo. Pequeña, delgada y morena pasa bajo las miradas de los hombres que beben cerveza en  la esquina. Uno grita -¡Perla eres ya una linda mujer! ¿Tienes novio? 

Ella acelera el paso, ¿Mujer? -esa palabra retumba en sus oídos- y cierra la desvencijada puerta  de la casa. 

Su abuela lava la ropa en un barreño. Perla calienta el agua para el arroz. ¿Soy una mujer?- se  pregunta- ¿Qué es ser mujer?- piensa. Quizá sea ponerte bonitos vestidos, pintarte los labios y  trenzarte el cabello. No, no es eso. 

¿Será notar las miradas de los hombres cuando andas sola por la calle soportando esa  sensación de miedo y vergüenza? Eso es perturbador, pero no es eso. ¿Hacer los trabajos  domésticos?- piensa mientras limpia los mocos de su hermanito de tres años. Debe ser algo  más que eso. ¿Será soportar los golpes de tu marido con la convicción de que mereces cada  uno de ellos?. Eso era lo que hacía mamá. Ella era mujer. ¿Será eso? 

Por la noche sentada en una silla de plástico sorbiendo una soda mira a su abuela y pregunta:  “Abuela ¿Qué es ser mujer?” “Mujer, mijita, es ser hembra adulta de la especie human”.. “¿Y por eso nos matan?”- pregunta Perla. 

La abuela mira el retrato de su hija colgado en la pared y  asiente – “Por eso”.

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Oliva Aguilera

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