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¿Trad Wife en España?

Abres Twitter (bueno X, que se llama ahora) y está ahí. Threads, del mismo palo. Ni menciono TikTok, donde es la “comidilla”, valga la redundancia. Parece ahora mismo la mujer más importante de España. Y a doce mil km de casa me pregunto, ¿quién es y qué ha hecho esa chica morena con gafas enormes y que habla entre susurros mientras hace una ingente cantidad de comida para un tal Pablo?

Indagando un poco encuentro que la chica en cuestión se llama Roro Bueno. Roro, de Rocío, aunque debería escribirse como lo pronuncian los comentaristas “Rorró”. A mí me vais a permitir que la llame por su nombre, Rocío. Soy del sur, y para mí Rocío es un nombre precioso, de una mujer adulta como ya es ella. Rorró me evoca demasiado a “Fortunata y Jacinta”, cuando Juanito Santa Cruz, el protagonista y machirulo de cuidado, le habla a su recién casada mujer Jacinta sobre Fortunata, y de cómo ésta criaba palomas en sus pechos y les daba de comer en su boca, mientras les hacía “rorró” (si no habéis leído el libro, os lo recomiendo, a pesar de estar escrito por un señoro decimonónico).

Casada, criar, dar de comer…todo se vuelve circular en este caso. Parece que la chica se dedica a hacer TikTok donde relata las recetas (o manualidades) que a su novio Pablo se antoja, y ella, presta y menesterosa, se pone a hacer. Pablo es un poco como el personaje de “Rebecca” de la novela homónima de Daphne du Maurier (y de la película de Hitchcock, que también es muy buena, pero como era un abusador psicológico no voy a recomendar), todo se hace por y para él, pero él en sí es una sombra que nadie ve. Mientras ejecuta en sus vídeos con garbo las recetas a su modo de ver, fáciles, y que harían sudar a cualquier chef con estrellas Michelín, Rocío nos deleita con una voz dulce, infantil, suave (impostada). Es muy menuda, con una sonrisa y un maquillaje neutro que transmiten calma a la vista. 

Todo parece inocente, vacuo. ¿Qué hay de malo en que una chica quiera cocinar para su pareja, si es su afición?¿Dónde está la polémica? Pues en que todos sabemos que ningún contenido expuesto hoy por hoy en redes es inocuo. Rocío es para mí, un tiburón del marketing. Ella vende placer nostálgico y misógino a aquellos que anhelan deshacerse de todo lo que suene a feminismo. Y por ello saca rédito económico, es su profesión. Ha encontrado un nicho poco o nada explotado en las RRSS españolas, que es el fenómeno de las “trad wifes”, bien conocido en EEUU. Mujeres que presumen en sus redes de lo felices que son siendo amas de casa, dedicándose al cuidado de un marido proveedor y unos niños sonrientes, con una estética que recuerda a las postales de los años 50. Una situación desgranada ya por Betty Friedan, en las 472 páginas de “La mística de le feminidad”, allá por 1963, donde se describe el fallo de ese sistema tan ideal y cómo las jaulas de oro acaban asfixiando a las mujeres que las habitan porque no dejan de ser objetos a merced del amo que las mantiene.

Este fenómeno se ha visto acrecentado además con el avance de la ultraderecha, que repite de forma constante lo bien que se vivía en su infancia, cuando su padre era el único que trabajaba y su madre se quedaba en casa, “cuidándola”. No había ancianos en residencias, no había obesidad infantil ni mucho menos, tantos abusos y violaciones porque las mujeres no tenían que salir de sus casas (me gustaría reírme pero no puedo por lo grave del hecho). El privilegio de “quedarse en casa” ha sido algo reservado únicamente a las altas esferas de la sociedad. En el caso de los obreros, te pongas como te pongas, José Luis de mi vida, no era así. Tenemos que el trabajo femenino ha sido siempre tan denostado que no queremos ver que esas que salían de casa para planchar, lavar, limpiar, trabajar en el campo, marisquear, aparar zapatos o cosiendo dobladillos estaban efectivamente, trabajando. Ganando ese poquito de dinero, inferior siempre al del hombre (porque jamás podía considerarse un sueldo importante) que mantenía la economía doméstica de este y otros tantos países. 

En general la ultraderecha alaba a Rocío como el “ángel del hogar”, la “novia perfecta”, “el azote de las feminazis”. Aunque también los hay que la critican por no ser lo suficientemente “modesta” en su atuendo y usar escotes. ¡Ay! Esa vieja consigna de “una señora en la casa y una p*ta en la cama”, siempre saliendo a relucir. No hace falta bucear mucho por RRSS para ver a toda clase de pervertidos haciendo vídeos pornográficos con IA de su cara. Porque sí, aunque la consideren “la mujer ideal” para ellos es eso, un objeto más que usar y luego olvidar. Por otra parte, bastantes feministas se baten en redes intentando explicar el peligro que tiene entre las adolescentes la propagación de modelos como ella, que viven por y para complacer al hombre que tienen a su lado.

¿Pero de verdad María, esta chica con cara de inocente es la reencarnación del ideal de Pilar Primo de Rivera? No estamos discutiendo si ella está intentando inducir de forma consciente el pensamiento tradwife en España. La intención de Rocío puede tener en su origen, un planteamiento “inocente”. Aunque al final ha resultado ser de lo más lucrativa, como se está demostrando por el recorrido en platós que está haciendo mientras repite a porfía “yo no soy una esclava, sólo quiero cocinar”. Por supuesto que ninguna feminista va a decirle a ella lo que tiene o no qué hacer con su vida, como muchos señores creen. El problema está en que muchas veces no somos conscientes de cómo nuestras acciones, aún realizadas desde el libre albedrío, afectan al resto. Promover, desde una voz aniñada y una estética falsa (la cocina no es fácil ni rápida), las bondades de ser la servidora de tu novio, reflejando de manera más o menos indirecta que debes velar por su bienestar, es algo que las feministas vamos a criticar siempre. Ella, como tantos y tantas que la defienden, puede que no sea consciente, el velo del patriarcado nos cubre a todas en menor o mayor medida. La cuestión está en saber desgarrarlo a tiempo. Debemos preguntarnos, por ejemplo, si tendría Rocío tanta popularidad si en lugar de cocinar para Pablo, le acompañara y aconsejara sobre electrotecnia. O si en lugar de ser una chica blanca, guapa, delgada, con voz dulce e infantil, fuera una mujer anciana, discapacitada, racializada, fea, obesa y/o con la voz desgarrada de Chavela Vargas. Y qué pasaría si en vez de a Pablo, su novio, le cocinara a Paula, su novia. Si la respuesta muda a todas estas preguntas ha sido que no, que no sería tan popular, dale una vuelta. 

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María O.

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