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Homoafectividad

Los hombres que sí amaban a los hombres

Aunque no sea una palabra que encontremos como tal con definición adjunta en la RAE  (institución por cierto, y valga la redundancia, sumamente homoafectiva), podemos  entender la homoafectividad como el amor y admiración que los hombres se profesan  entre sí mismos, sin tener que significar ello (necesariamente) la existencia de una  relación homosexual. 

La homoafectividad es a la vez causa y efecto de vivir en una sociedad patriarcal. Al estar  históricamente (herencia que aún arrastramos) todos los espacios ocupados por hombres,  se crea un mundo en el que cualquier referente, ya sea social, político, cultural, deportivo  e incluso familiar, es otro hombre. Esto hace que las mujeres siempre se hayan visto relegadas fuera de cualquier esfera que no fuesen las cuatro paredes del hogar. Primero  porque no tenían permitido salir de donde estaban obligadas a estar recluidas; y segundo  porque, una vez que poco a poco pudieron hacerlo, no tenían a ninguna semejante en la  que verse reflejadas. Todo esto ha llevado, como muy bien explica Ana de Miguel en  “Ética para Celia” a que consideremos lo masculino como lo universal; y lo femenino se refiera en exclusividad a las mujeres. En el libro pone como ejemplos la Filosofía y la Ética, pero es algo extensible a todos lo que nos rodea. ¿Por qué hablan los periódicos  deportivos de “fútbol” y “fútbol femenino? 

En el monólogo “Huelepenes”, Patricia Sornosa habla de algo tan homoafectivo como la  incapacidad de los hombres para tener no solo admiración y respeto por la obra artística  de las mujeres, sino directamente conocimiento de ellas. Ese concepto de “separar al autor  de su obra” con el que tantos hombres se llenan la boca para poder seguir llamando genios a célebres misóginos como Woody Allen o Roman Polanski. La homoafectividad en  relación a esta definición ensalza a un ser despreciable como Maradona (políticos de  “izquierda” como Pablo Iglesias, Íñigo Errejón e incluso Pedro Sánchez corriendo a llorar públicamente el día de su fallecimiento) y condena a Joanne K. Rowling por hablar públicamente de las diferencias entre sexo y género. La homoafectividad crea  innecesarios y repugnantes “debates” sobre si la víctima de una violación grupal ha dado  o no su “consentimiento” para poder exculpar a los agresores; a la vez que pide estudiar  detenidamente qué lleva a un hombre a presentar una denuncia falsa mientras intenta que  se criminalice a todas las mujeres por un ínfimo porcentaje de las mismas. La  homoafectividad es pacto patriarcal. 

Incluso en un debate tan actual en estos tiempos como el de implantar o no leyes en base  a las diversas identidades sentidas, algo de lo que muchísimas mujeres expertas en varios  campos llevan lustros hablando (sufriendo, en varias ocasiones, acoso, agresiones y  cancelación); no ha sido en nuestro país hasta que dos psicólogos hombres han escrito un  libro analizando estas cuestiones, cuando parece que el asunto ha sido digno de tener un  nivel más elevado de atención. Éxito, aplauso y reconocimiento para ellos; ostracismo y  ninguneo para ellas. Para dar una merecida conclusión a este párrafo, quiero hacer una 

síntesis para la que me bastan dos palabras que en mi camino de aprendizaje han sido  muy importantes: Alicia Miyares. 

Continuando con la ejemplificación, e incluso siendo vista como una disidencia dentro  del mandato de género de la heterosexualidad obligatoria, la homosexualidad podría verse  como el mayor acto homoafectivo que realiza el hombre, pues es todo lo que se ha venido exponiendo previamente en este texto, culminado en el acto sexual entre varones. El grado  superlativo de plasmar todo el amor (en el más amplio significado de la palabra) que el hombre puede sentir por la existencia del hombre. Ni siquiera la misma heterosexualidad es un acto de amor por las mujeres si es vista como la acción de dominación que los hombres realizan sobre las mujeres con la idea de perpetuar el endiosamiento que ellos  mantienen entre ellos al mismo tiempo que doblegan a ellas, ¿acaso un hombre no idealiza siempre a su mejor amigo mucho más que a la mujer con la que comparte su vida e incluso forma una familia? ¿No son los campos de batalla lugares donde hasta a los enemigos se  les trata con ese sentimiento afectivo que se tiene de igual a igual, aunque sea para batirse en duelo? Esos momentos que se datan como claves para toda la humanidad, pero que  han sido creados por hombres y para hombres. El germen de la fratría. Para poner punto y (de momento) final a este análisis, también existe desde la  homoafectividad un apunte de defensa de la “libre elección” y “empoderamiento” de las  mujeres. Ese epígrafe que se guardan los hombres para luchar por los “derechos” de ellas, pero únicamente si sirve para perpetuar los deseos y privilegios masculinos mediante  actos de terrorismo machista como las explotaciones sexual y reproductiva y la  imposición de cualquier deseo identitario por encima de las realidades materiales. Porque cualquier palabra y obra que evoquen la tangibilidad de la homoafectividad, sin tener en  cuenta ni por un instante poner en práctica su omisión, significará siempre una acción que conmemore e inmortalice la misoginia.

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