Heredé mi amor por la música de mi madre. No he encontrado en todos estos años de escenarios y terciopelo a nadie con tan buen gusto y tanta pasión por ella. Recuerdo su colección de vinilos. Tango, zarzuela, bolero, seguidillas, jotas, fandangos, ópera, de cada género hacía su selección, su destilado de piezas diamante. Para ella la música tenía su estación del año y su momento del día. La mañana de un sábado primaveral se merecía su ”Zeffiro torna” y un bolero maridaba con una tarde de domingo, mejor no en otoño, que excedería lo melancólico. Yo me dediqué profesionalmente al bel canto, no hay duda de que inspirado por ella. Mi madre tenía una voz cálida y cantaba sus alegrías mientras hacía las labores de casa o cuando paseábamos por el parque, pero era consciente de que el instrumento vocal era un don que no le había sido concedido. Aun así, cantaba y cantaba, convencida del poder medicinal de cantar.
Trabajó cuarenta años de administrativa en un banco y con eso nos sacó adelante cuando padre murió. La paga era pequeña y no creo que la trataran muy bien, por el paño gris en la expresión del rostro que traía a veces al volver a casa. Pero era una mujer optimista y sabía administrarse. A veces tenía ideas locas para sacar dinero extra que no siempre salían bien. Se le ocurrió comprar tres pollitos y criarlos para vender los huevos, pero nosotros vivíamos en el cuarto piso de un bloque de viviendas en una barriada de una gran ciudad. Pues ella metía a los pollitos en una caja y los bajaba a pastar al descampado de al lado. Cuando se hicieron más grandes les traíamos la hierba y el grano a la habitación donde las alojó mi madre. Comimos muchos huevos ese año pero no llegaba la cosa para vender. Pese a los esfuerzos de higiene de mi madre, empezamos a ver pulgas en casa y las gallinas fueron inmediatamente a la cazuela. No obstante, mi madre descubrió que hacer eclosionar los huevos y vender los pollitos era mucho más fácil y rentable, además requería menos espacio y dedicación. Con una caja y una bombilla dábamos a luz a pollitos salidos de huevos comunes comprados en la tienda de abajo. Y pasamos otra temporada con la habitación extra habitada por pollitos. Me pregunto si para ellos llegar al mundo en una casa llena de música suponía alguna diferencia. Para mi la música es como el aire que respiro, es mi elemento, es lo cotidiano y lo excelente, forma parte de mi vida como el agua y el pan.
Pero hay una canción en particular que trae a mi memoria un continente entero de recuerdos felices de una infancia que a veces se me vuelve borrosa. Hay una canción que es piedra angular: La flor de la canela.
Esta pieza es de una delicadeza y belleza sublimes. Seguramente lo pienso porque me retrotrae al olor a arroz con leche y a las baldosas hidráulicas de colores del suelo de aquella casa en la que me crié. De cualquier modo, mi corazón se enciende cuando la canto, lo hacía antes de la carta y lo hace ahora.
Cuando me marché a estudiar al Instituto Curtis en Filadelfia, mucho después de los pollitos, ella arrendó el cuarto para sacarle rentabilidad y poder pagar mis estudios. Poco a poco se fue deshaciendo de muebles y otras pertenencias y finalmente vendió la casa. Primero se fue a vivir a casa de una amiga, que era vecina del mismo bloque, en el tercero y más tarde fueron juntas a una residencia.
Mi madre se llamaba Manuela y su gran amiga era Frida. En fin, que me he despertado con “el viejo puente del río y la alameda” innumerables domingos de mi vida. Al levantarme, me encontraba a mi madre y a Frida bailando y riendo en el salón. Bailábamos los tres y luego me llevaban a desayunar churros con chocolate. Ya no los hacen como aquellos o puede que ya no sean el manjar del domingo y hayan perdido la magia. Nos vestíamos de guapos, mamá se ponía sombrero y carmín y Frida sacaba de paseo un elegante abrigo burdeos. Y de esta guisa me llevaban a la churrería de la calle mayor a comprar una docena de churros y tres porras, más una lecherita de chocolate. Eso era fiesta, ¡que rico el chocolate! el churro mojado en chocolate me sabía a felicidad, como suena La flor de la canela.
Si no conoces la canción, te recomiendo que la busques y si piensas que sabes cuál es, te reto a que escuches la versión de su autora; Chabuca Granda. Has leído bien, esta archiconocida canción que ensalza la belleza de una mujer, es obra de otra mujer. Hay videos de una entrevista a Chabuca en la que cuenta que se inspiró en Victoria Angulo Castillo. Al describir a esta señora, sus ojos se llenan de un tipo de amor al que este mundo nos tiene poco acostumbrados. Yo digo que es admiración por la dignidad que emanaba de los poros de la piel negra de Victoria.
La figura de mi madre también se me antoja digna y llena de amor propio, que es mi legado. Falleció hace un tiempo, estando yo de gira internacional. Por suerte llegué a tiempo de acompañarla. Ella llevaba ya doce años en la residencia a la que quisieron ir juntas Frida y ella, un lugar francamente hermoso y agradable. Tengo la fortuna de decir que me sobra el dinero para que mi madre y ella disfrutaran de su ocaso sin faltarles de nada y me siento orgulloso de haberles dado eso. Por otra parte, no he estado muy presente, me entregué a mi carrera y las he visitado veces puntuales. Mi madre me ha visto actuar en eventos nacionales, pero mi carrera se internacionalizó y los aeropuertos ya eran demasiado para ellas.
La muerte de los padres es una pérdida que se rememora una y otra vez en la vida. Cumpleaños, navidades o cualquier momento en que uno enfrenta dificultades, vuelven a la memoria y siempre aprendes de su recuerdo o de su falta. Mi padre murió cuando yo tenía seis años, por lo que mis recuerdos son fragmentados y difusos, pero su falta ha sido omnipresente. He oído decir muchas veces que es el padre de quién se aprende a ser hombre, por lo que me imagino que es normal que yo me pasara la vida intentando aprenderlo de otros hombres, sin demasiado éxito. Además, el mundo en el que yo me he estado moviendo está lleno de narcisistas y discapacitados emocionales que seducen jovencitas en serie para no tener que enfrentar su vacío existencial. Perdona, es que me viene en mente un profesor en concreto y no me contengo. Me resultaba imposible no admirar e incluso imitar a esos hombres de cierto prestigio con los que me iba encontrando pero siempre, en algún momento, acababa viéndoles las costuras. Padres de amigos que hablaban a sus esposas como si fueran sirvientas, profesores que compensaban su sentimiento de fracaso vital ridiculizando a los estudiantes o pavoneándose de haber escrito un libro una vez… y directores de orquesta que se comportaban con las aspirantes a músico como si fuera su coto de caza. No hubo manera de encontrar una figura mínimamente coherente que me sirviera de guía, que me ayudara en mi etapa adolescente a contrastar mi personalidad. Creo que de algún modo esto ha marcado el fracaso en mis relaciones con mis parejas mujeres. Ojalá lo hubiera hablado en su momento con mi madre. Ella intentaba que yo me abriera y le contara pero yo prefería que ella no supiera que tenía novia, así me ahorraba explicaciones incómodas.
Mi madre ya casi no podía hablar cuando llegué a su lecho de muerte, pero no hizo falta. La cogí de la mano y me miró con mucha emoción. Frida había muerto solo tres días antes pero yo no había sido informado. Se ve que el corazón de mamá ya no pudo soportarlo. Se fue la misma noche que yo llegué, ante mí, en paz. Extraña satisfacción. Claro que siento su pérdida y lloro por no volver a verla o tener sus consejos a golpe de llamada internacional. Pero ella me enseñó el valor de vivir bien y morir bien. – No te preocupes por la muerte- me dijo una vez- cuando ella viene, tu ya no vas a estar-.
-. ¿Y dónde estaré yo? – le pregunté obviamente
-. Cierra los ojos- me puso su mano en el pecho- nota tu corazón y no pienses en nada- quedó un momento en silencio- ¿has visto, esa sensación de amor y bienestar? Ahí te irás. Ahí puedes ir siempre que quieras.
Me gusta pensar que gracias a esta técnica no me he convertido en uno de esos idiotas, como cierto famoso solista de cello.
Pues esta mujer extraordinaria ya había dejado organizado los quehaceres con sus objetos personales tras su muerte. En su dormitorio de la residencia, espléndidas macetas con plantas tropicales lucían post-its de brillantes colores, con notas de su puño y letra. Los muebles de la habitación, que los había comprado a su gusto, los regalaba entre amigas y enfermeras preferidas. También sus libros y discos estaban distribuidos en cajas perfectamente etiquetadas con el nombre de la persona afortunada. Más que un funeral, aquello parecía el 6 de enero y ella una reina maga.
Y allí estaba la mía, apilada cuidadosamente sobre las otras – Para mi Juan Diego- decía la etiqueta color lavanda. En su interior, un tesoro de recuerdos.
Me transporté a la infancia cuando abría los cajones de su dormitorio para explorar su contenido como si fuera un arqueólogo o un pirata. En aquella época, guardaba en la cómoda de su dormitorio una lata de galletas decorada con la pintura de dos señoras en un lago. Años después supe que se trataba de “Día de Verano”, de la impresionista Berthe Morisot. De niño, al husmear y abrir aquella lata me sentía descubridor de la tumba de Nefertiti o las tablas de Enheduanna. Atesoraba allí su collar de perlas, un broche de plata, la alianza de mi padre y algunas fotos en blanco y negro de bebés que ni ella recordaba si eran sus hermanos o sus primos. Yo lo manoseaba un rato y luego lo dejaba todo en su lugar, antes de que Frida y ella volvieran de comprar. Lo colocaba tal y como lo encontraba, con los camisones en el mismo orden, esperando que no se diera cuenta, fantaseando con ser espía soviético infiltrado en el despacho oval.
Me llevé de la residencia la caja de mi herencia para abrirla en el espacio familiar de una cafetería. Capuchino con cacao espolvoreado y un croissant, nada malo puede ocurrir en esta compañía.
Al abrir, encuentro el disco de Chabuca Granda. Soy de lágrima fácil, lo demás imagínalo. La camarera me consoló y me dio su teléfono. Miriam, no la llamé, sé que el listón está muy bajo. Me pasa que las mujeres que no me conocen de nada, a penas de una pequeña conversación, quieren salir conmigo. No me malinterpretes, no soy ni tan fantasma como para mentir ni tan atractivo como un actor de cine. Creo que por lo general están habituadas a hombres con comportamientos tan tóxicos que yo les parezco la repera. Pero mis relaciones no han funcionado, como ya he dicho, siempre llega un momento en el que yo siento que la cosa no va a ningún sitio y necesito romper. Volviendo a mi herencia.
Además del disco había otras cosas. La llave de nuestra antigua casa, dos anillos con sus nombres grabados y una carta.
“Querido hijo,
Yo ya me he muerto y, déjame decirte que he disfrutado de una vida sencilla pero hermosa, una vida llena de amor. No obstante, he vivido con el peso de este secreto a plena vista que me oprimía mucho más de lo que yo pensaba. En estos últimos años he tenido la oportunidad de vivir libre de él y esta liberación ha encendido mi espíritu como no puedes imaginar. Ahora quiero compartir esta verdad contigo para que tú también tengas la oportunidad de encontrar tu paz.
Durante décadas no he sabido dar respuesta a porqué me casé con tu padre. Ahora sé que uno u otro daba igual, casarme era un trámite obligatorio y él me lo puso fácil. No creas que para él yo era algo más. Tu padre era hijo de su tiempo y de su mundo y cumplió los mandatos de trabajo, familia y normalidad. No me trató mal, como no trataba mal al sofá o al transistor, pero yo no era más para él. Había muchos así, bueno, los sigue habiendo. Hombres cuyo enamoramiento es idéntico al sentimiento que les produce estrenar coche. Por eso me preocupa que no conozcas esta historia. Tienes que saber para comprenderte mejor.
Tu padre murió de un ataque al corazón volviendo del trabajo, como te he contado muchas veces. No pienses que me alegré, no le deseaba ningún mal. Además, era yo quien se quedaba sola con un niño pequeño y sin poder afrontar todos los gastos. Pero esa noche en el hospital conocí a Frida. No todos los males vienen a hacer daño, que decía tu abuela. Nos hicimos amigas inmediatamente. Empezó a venir a casa a menudo e incluso te cuidaba cuando estabas enfermo, pues ella tenía la posibilidad de cerrar su mercería sin peligro de ser despedida. Pero además tienes que saber que algo más surgió entre nosotras, un amor que… trascendió lo emocional y espiritual hasta el plano físico.
Frida es el amor de mi vida, mi amiga, mi amante, mi compañera y un soporte en tu crianza mucho mayor de lo que tu padre hubiera sido nunca.
Cuando tenías nueve años la llamaste mamá. Me partió el corazón tener que decirte que no lo era y que no podías llamarla así. Cariño, el mundo que nos rodeaba nos lo hubiera hecho pagar muy caro y yo tenía que pensar en ti, tenía que protegerte.
No podíamos vivir juntas pero el destino quiso que los vecinos del tercero se mudaran y pusieran el piso a la venta. Así Frida vendió su casa y vino a nuestro bloque y podíamos estar más cerca. Hijo, yo sé que tú recuerdas las tardes que se sentó contigo a hacer las tareas del colegio y su talento para hacerte reír cuando venías tan cansado y derrotado del conservatorio. Pero también sé que en todos estos años no has sabido dónde poner ese amor al no tener una posición oficial en la familia, al no poder presentarla bajo ningún título. Pero aquella sociedad no tenía palabra para esto, era una manera más de desterrarnos. Yo temía que se pudiera saber en el barrio o en mi trabajo. Me angustiaba el estigma y la vergüenza que pudiera caer sobre ti.
Quiero que sepas que perdí el miedo hace años. Si no te lo dije fue porque no creí que fuera necesario. Pero cuando pienso en ti y, al verte solo, me pregunto si te sientes capaz de estar en una relación basada en el amor. Me pongo en tu lugar, buscando en el recuerdo vago de un padre distante, intentando entender si la vida de pareja es para ti, sin un modelo del que aprender. Bueno pues escucha lo que te digo: creciste en un hogar lleno de amor, de amor por ti y de amor entre las personas que te cuidaban. Y ese amor que percibiste, porque sé que lo has sentido, ese, es verdadero amor, el que va a hacer feliz a la pareja que tu elijas.
Juan Diego, Frida, tu segunda madre, murió en mis brazos. Te quería muchísimo y estaba muy orgullosa de ti. En esta residencia que ha sido nuestro hogar, no nos escondíamos, éramos una pareja más. Ella les hablaba a todas de su hijo, de lo guapo y talentoso que es y de lo feliz que le hacía que tuviera éxito en lo que le gustaba. ¡Ponía tus canciones a todas horas!
Hemos tenido una buena vida, pese a las dificultades. Ahora solo deseo que tú también la tengas y puedas cerrar las heridas que te hayamos podido provocar.
Te queremos muchísimo y siempre estaremos contigo.”
Tal y como mi madre intuía, leer sus palabras desató una tormenta. Un océano de momentos cotidianos en compañía de ambas que iban desfilando ante mis ojos, pero esta vez con otra temperatura de color, con otro sabor.
Los bocadillos de embutido que Frida me daba para ir al instituto, al pasar por delante de su puerta. El dinero para salir que me aparecía en los pantalones de las actuaciones cuando me los planchaba ella. Y mi primer chaqué. Tardó un mes en terminarlo, entre pruebas y retoques. Tenía refinados acabados en raso y unos botones elegantísimos. Le puso lo mejor que tenía en la mercería. Mis compañeros del conservatorio, los muy pijos, no se lo podían creer. Y las cenas… las deliciosas y divertidas cenas los tres juntos, contando chistes y riendo. Frida contaba siempre el mismo chiste cuando había sopa. Mi madre se reía tanto que se le salía por la nariz. Éramos una familia, una familia completa y feliz. Recordando sus gestos, las caricias diminutas y las miradas que se intercambiaban delante de mí, de pronto me parecieron románticas y tiernas. Ya podía ubicar todo aquello que hasta entonces tenía bloqueado entre el tabú y la carencia. Ya lo comprendía: no necesitaba que ningún señor me enseñara cómo amar a una mujer, podía amar como Frida amaba a mi madre y mi madre a ella. ¿Y si la masculinidad no es más que otro estúpido molde prefabricado y tóxico en el que es mejor no encajar? ¿Y si ya estoy completo con el carácter así, perfilado por dos mujeres que me enseñaron a ser persona? ¿Y si mis relaciones fracasaron porque yo no las elegí a ellas sino que acepté a la que me elegía a mi? Un torrente de revelaciones se desató dentro de mi.
Y entonces otro recuerdo reprimido salió a la luz, con un significado renovado, reluciente: Frida regalando a mi madre por navidad el tocadiscos y su primer vinilo.
Déjame que te cuente, limeña
Déjame que te diga la gloria
Del ensueño que evoca la memoria
Del viejo puente del río y la alameda
Jazmines en el pelo y rosas en la cara
airosa caminaba la flor de la canela
derramaba lisura y a su paso dejaba
aroma de mixtura que en su pecho llevaba.