Este mes pasado hemos tenido la suerte de ver a la clase obrera defendiendo sus
intereses en la calle. Hablo, por supuesto, de la huelga del metal en Cádiz. Las trabajadoras y sus familias salían a la calle por numerosas problemáticas que se dan dentro del sector del metal en la Bahía. Son situaciones inherentes al poco tejido industrial de la zona, a saber: gran parte del personal subcontratado por empresas de trabajo temporal, jornadas laborales de más de 10 horas concentradas en pocas semanas, meses sin actividad por falta de carga de trabajo, salarios insuficientes que no se actualizan pese a la subida del IPC… En definitiva, un entorno laboral muy del gusto de la patronal.
Esta huelga nos ha dejado algunos episodios esperpénticos, como ver al portavoz de IU en el Congreso pidiendo al proletariado que no le hiciera el juego con esta huelga a la extrema derecha, o la entrada del Cuerpo Nazional de Policía con la famosa tanqueta y a porrazos contra manifestantes con las manos levantadas, todo un espectáculo para el Torturador Grande-Marlaska. Otra prueba más de que es la socialdemocracia, que nos imponen como única alternativa a la barbarie neoliberal, la que le está haciendo el juego a los filo-franquistas. Nada nuevo en el estado español.
Desde el comienzo de la huelga, lo que se transmitió por parte de los sindicatos mayoritarios CCOO y UGT como objetivo de la huelga fue la actualización de los salarios conforme al IPC. No sé con quién hablarían los delegados sindicales (supongo que con sus jefes de IU y PSOE), pero desde luego no es lo que me han transmitido ni mis amigas que participaban de la huelga, ni distintas periodistas con las que he tenido la suerte de comentar el asunto. En todo momento me comunicaban que la huelga era por todo: por la situación general de precariedad que no va a solucionarse por una actualización conforme al IPC.
Cabe preguntarse ¿Qué ganan CCOO y UGT con ese mensaje? La posibilidad de anunciar un éxito en la huelga. Rebajan las pretensiones que se ponen en la mesa de negociación para que de entrada la patronal ya tenga un gol en la portería de las huelguistas. De esta forma, es mucho más sencillo cerrar un acuerdo al dejar al margen la mayoría de las reivindicaciones a la hora de negociar. Tristemente, el acuerdo final se descafeinó del todo con un incremento fijo a tablas del 2% anual hasta 2024 y poco más. Eso no va a solucionar la precariedad ligada al sector y, sobre todo, no es una victoria para las trabajadoras; por mucho que sirva para relajar la presión sobre el gobierno central.
En este panorama, con la huelga ya desconvocada, entra en juego la CGT. Este sindicato, que no tenía representación en la mesa de negociaciones pese a concurrir a las elecciones sindicales, decidió continuar con la huelga al considerar unilateralmente insuficiente el acuerdo alcanzado con la patronal. El mantenimiento de la huelga sin el apoyo de las trabajadoras supone abocar a unas pocas a seguir sin cobrar para no conseguir nada. A la patronal le importa poco que apenas doscientas trabajadoras de una plantilla que cuenta con miles de asalariadas continúen en huelga. CGT lo sabe y actúa, a mi juicio, de forma irresponsable. Usa a las trabajadoras para entrar en una batalla sindical y poder vender una imagen de sindicato peleón con la única intención de arrebatar unas cuantas afiliadas a los sindicatos mayoritarios.
Desgraciadamente, pese a que la CGT se autodefine como una organización anarcosindicalista, en Cádiz y en muchas otras zonas de Andalucía está copada por trotskistas, despojándola por tanto de cualquier atisbo de teoría anarquista en beneficio de una teoría política basada en hacerse con el poder y mantenerlo a cualquier precio.
Numerosas son las organizaciones políticas trotskistas que campan a sus anchas por nuestra tierra con distintas denominaciones, aunque quizá las más conocidas sean Izquierda Anticapitalista (los que están detrás de Adelante Andalucía) con todos sus vástagos en forma de “colectivos” (Abrir Brecha, Calle Viva, Visibles…) y su escisión,
IZAR.
Esta batalla de sindicatos es consecuencia directa de la política partidista. Tanto UGT y CCOO como CGT usan al proletariado para sus propios intereses: nutrir al partido u organización política que está detrás de una masa de posibles votantes. Ante este desolador panorama, mis esperanzas quedan en que la CNT-CIT (que sigue la tradición del anarcosindicalismo revolucionario y no se presenta a elecciones sindicales, tampoco entra a los comités de empresa y, por tanto, no recibe subvenciones) sepa responder a la falta de representación de los intereses de la clase obrera. Las proletarias tenemos que recuperar el sindicalismo y la huelga como lo que siempre fueron: armas revolucionarias frente a la barbarie del sistema.
Eduardo Jesús Rovira del Río
Activista y abogado.
A lo largo de los años se ha ido dando cuenta de lo mal que está el mundo y cómo nos engañan los poderosos para mantener su orden. Firme defensor del apoyo mutuo, la educación y la divulgación como medios para cambiar las cosas. Radicalmente en contra de los privilegios.