Una crítica hacia el BDSM

Látigos, fustas, sogas, agujas, esposas, cadenas, mordazas, electricidad, torturas, dominación, sometimiento, etc.

Con esta breve introducción podría parecer que voy a hablar de alguna clase de tortura medieval,  y en parte guarda relación. Pero últimamente estos términos se escuchan de forma normalizada cuando hablamos de sexualidad, o de una concepción patriarcal y jerárquica de esta.

BDSM

Una combinación de siglas que significan Bondage; disciplina y dominación; sumisión y sadismo; masoquismo. Las personas que defienden este tipo de prácticas reclaman una supuesta esclavitud »voluntaria»  y la violencia sexual como una »libre elección». Describen el BDSM como prácticas y fantasías poco convencionales, pero ¿Qué hay más convencional en el patriarcado que las relaciones basadas en el poder y el maltrato?

En las sociedades patriarcales se relaciona la guerra con el amor; el poder y la explotación con la sexualidad.

En culturas prehistóricas los azotes se realizaban en forma de ritos de »iniciación, purificación y fertilidad», incluyendo diversas formas de sufrimiento físico.  Las prácticas denominadas BDSM estaban asociadas a los rituales de la diosa Inanna (diosa de la guerra y el amor) (Ishtar en Acadio). La dominación y la sumisión se ha mostrado también en el kamasutra donde incluso se habla de la venta de esposas y de matrimonios infantiles; aparte de explicar diferentes métodos de tortura hacia las mujeres.

Encontramos las raíces esencialistas del masoquismo en la obtención de »la gloria» o el »éxtasis» a través del sufrimiento físico como acto de expiación. Como ejemplo están las flagelaciones religiosas. La Semana Santa es una ocasión única para observar la romantización del sufrimiento físico y de la sumisión. La idea de que buscamos el placer a través del dolor es la misma que promovió Freud, de que las mujeres somos pasivas, masoquistas y narcisistas por naturaleza. Esta teoría que defiende el masoquismo como derecho está creada para legitimar cualquier violencia infligida a nuestros cuerpos.

No hay componente que no sea patriarcal en la cultura BDSM.

Prácticas violentas como la asfixia se ven erróneamente como un «juego». Hay asesinatos por asfixia que además son tipificados de homicidio imprudente, y muchas veces las personas culpables, en la mayoría de casos, hombres, son absueltos.

La mal llamada »dominación femenina» tiene un origen totalmente distinto que se basa en fetiche patriarcal masculino. Hay constancia de demanda de flagelación por parte de los puteros en los lupanares (burdeles) británicos desde el siglo XVI.

Desde el feminismo también se critica el papel de »dominatrix» y el de hombre sumiso, porque siguen reproduciendo los roles patriarcales de poder. Una de las prácticas que más demandan los puteros como humillación es la feminización. Esto puede incluir lo que se llama »travestirse», que no es más que ponerse ropa típicamente asociada a mujeres, como lencería. Pero también adoptan maneras de actuar que se asocian de forma patriarcal a las mujeres. Con esto está claro que los hombres, aunque a veces lo nieguen, reconocen que el género que se nos impone a las mujeres es una humillación.

También conviene romper tópicos sobre el placer del dolor. Endorfinas y otras sustancias con efectos más o menos placenteros son segregadas hasta minutos antes del fallecimiento, con esto quiero decir que estas endorfinas segregadas en situaciones donde estamos sufriendo dolor, son mecanismos corporales de defensa ante situaciones de peligro o posibles daños a nuestra integridad física y psicológica. Las experiencias dolorosas debilitan la capacidad para procesar nuevas sensaciones positivas. 

 Cuanto más dolor experimentemos, esto va a generar un cortocircuito entre la amígdala cerebral y el hipocampo que hace que el cerebro a la larga lo normalice. Todo esto hace que se desarrolle lo que se llama “alexitimia”, que es la incapacidad de reconocer las emociones, lo que supone la normalización de la violencia y la imposibilidad de reconocer la misma como tal.

A las mujeres se nos socializa en la anulación de nuestros sentidos y mecanismos de identificación de la violencia para que no podamos combatirla, esto sumado a la normalización del BDSM contribuye a que las mujeres que sufren violencia puedan no ser conscientes de ella, algo imprescindible para denunciar y actuar.

Detrás de la excitación como respuesta física al dolor también hay un proceso de socialización donde se erotizan relaciones violentas de maltrato. El sistema patriarcal nos predestina sexualmente a desear la dominación masculina, a desear a los hombres más fuertes y violentos, es un mensaje cultural que está en todas partes, en la música, en las novelas, en las películas, etc.

Se está camuflando el maltrato y la violencia mediante el consentimiento. Cómo se ha llegado a un acuerdo, ¿ya no es maltrato?

No podemos confundir algo consentido con algo feminista, las mujeres podemos vernos coaccionadas de muchas formas, tanto físicas como psicológicas a ceder ante presiones del sistema. El consentimiento no vale para todo, mediante la aplicación legal del consentimiento mujeres han sido asesinadas y los feminicidas absueltos.

Esta pauta de dominio y sumisión constituye un problema esencial: unir sexo y poder como la base de la sexualidad. No podemos luchar contra el maltrato y el abuso cuando creemos en una forma erótica de estos. El patriarcado también se manifiesta en la cama, las dinámicas de poder también están presentes en el  sexo, o mejor dicho, sobre todo en el sexo; ya que la opresión sexista como bien indica es por sexo.

¿No forma parte del género que queremos abolir una sexualidad basada en la dominación y la sumisión?
¿Podemos llegar a ver el maltrato como una elección libre?

El BDSM no es SEXO, es erotización de la jerarquía y la violencia sexual.

Si queremos acabar con esta forma patriarcal de concebir la sexualidad debemos luchar por la abolición del género, algo que, aunque a veces parece que se olvida, forma parte de la agenda feminista.

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