Cuando era niña y adolescente, sin tener siquiera un pequeño ápice de conciencia feminista, devoraba libros sin parar, buscando sin saberlo, papeles femeninos diferentes. En la época de los 80 y 90 era complicado encontrar literatura feminista. Sí existía la literatura femenina que nos agotaba hablándonos de amores románticos, príncipes azules y princesas elegidas por aquellos héroes que hincaban la rodilla, prometiendo amor eterno a aquellas que habían hecho los méritos suficientes como para ser dignas de ser llevadas al altar. Eso nos hicieron anhelar.
La televisión, el cine y la literatura han emborrachado a las mujeres de historias de amor increíbles, a menudo acompañadas de ciertos tratos que hoy en día serían tachados de violencia machista. Este tipo de producciones no iban dirigidas a los hombres. Ellos han consumido desde siempre otras cosas, aventuras sin fin, libres de la influencia del amor romántico.
Actualmente empiezan a ponerse de moda papeles protagonistas femeninos, muchos de los cuales distan mucho de ser feministas. Me sigue pareciendo insuficiente la poca representación que nos conceden y los pocos modelos de feminidad que nos ofrecen. Todavía nos faltan referentes en los que proyectarnos. Mujeres libres, que vivan con autonomía, que no estén continuamente preocupadas por el amor del señor que tiene que llevarlas al altar y llenar su vida de descendencia, de la cual seguramente tendrá que hacerse cargo ella.
Trato de consumir literatura y cine producido y/o protagonizado por mujeres, y sigo recomendaciones feministas. Y, aun así, continúo viendo cómo lo que se cataloga como feminismo sigue inundado de machismo. Una historia de una mujer maltratada que consigue zafarse de su maltratador, otra de una mujer vi*lada que consigue vengarse o huir, otra que trata de una cárcel de mujeres, la mayoría cumpliendo condenas por haber sido engañadas por las que consideraban sus parejas. Un infinito repertorio de producciones que, aunque pretenden ser feministas, me hacen revivir una y otra vez el machismo al que somos sometidas continuamente. Somos aquellas que construimos nuestras historias y vivencias en torno al eje masculino. Una vez más el patriarcado consigue hacernos protagonistas sí, pero con respecto a ellos, con respecto a su violencia. En realidad, mirándolo bien, siguen siendo ellos los protagonistas, siempre ellos. Somos la «otredad» con respecto a lo que los hombres nos hacen o deciden por nosotras.
¿Dónde están nuestras historias? Las nuestras de verdad. Me refiero a esas en las que no necesitemos de un varón para que todo tenga sentido. Nuestras propias aventuras, nuestras decisiones, nuestra autonomía. Son muy limitadas aquellas versiones donde los hombres juegan papeles secundarios. Y aun siendo secundarios, tienen más protagonismo en comparación con el que tenemos nosotras, pues a menudo ocupamos los lugares y las tareas del hogar y los cuidados. En un mundo imaginario, supuestamente feminista, los hombres son respetados, como iguales, no son mutilados. Se les sigue tratando bien. Vamos, como seres humanos de primera, supongo.
Aun consiguiendo producciones feministas, o al menos el intento, no dejo de ver la Men Gaze detrás de cada toma. Esos primeros planos en las piernas de una mujer, recorridos sinuosos sobre la silueta de esa chica en bikini, una belleza imposible mientras le sangra la nariz a una mujer que ha recibido un puñetazo de su novio, pero siempre maquillajes y peinados perfectos, cuerpos hegemónicos, relaciones heterosexuales. Seguimos tan empapadas en el patriarcado que difícilmente podemos deshacernos de todo lo que nos ha impregnado durante milenios.
Cuando decidí escribir en base a protagonistas femeninas tuve mucho en consideración todas estas reflexiones. Mis heroínas son brujas ¿quién si no para representar todo aquello que el patriarcado desprecia y persigue que aquellas mujeres con poderes mágicos? A pesar de esto, me preocupa seguir perpetuando ciertos estereotipos y roles de género que seguro que todavía mantengo en la inconsciencia. A pesar de intentar hacer este arduo ejercicio de conciencia, siento que todavía no alcanzo a inventar una civilización nueva sin caer de nuevo en las garras del género. Quisiera contrarrestar la sobredosis de masculinidad en el género de la fantasía y propongo a todas las escritoras del mundo que trabajen en lo mismo. Para empezar, sólo evitar el uso del masculino genérico, ya me ha parecido una tarea titánica.
Pienso que ha llegado el momento en que las mujeres escribamos nuestras propias historias. Que nos describamos cómo nos queremos ver y sentir de forma libre, sin filtros. Sólo las mujeres somos capaces de comprender enteramente nuestra esencia, y así debemos plasmarlo en la creación de un mundo nuevo, real o ficticio, en la narrativa, en la novela, la fantasía, el erotismo, las aventuras y las relaciones entre nosotras. Hay otras versiones de mujeres pero no nos las van a regalar, debemos crearlas nosotras mismas. Hemos hablado tanto de feminismo que creo que a veces se nos podría llegar a olvidar que somos las únicas que podemos inventar nuevos relatos de nuestra realidad. Vamos a crear miles de alternativas para dar a nuestras niñas y jóvenes, nuevos y diversos roles que admirar, perseguir y anhelar. Pero libres, siempre libres.