Reproducción asistida como el principio de la transformación de lo humano 

Nerea Pin Portela

Vivimos un momento de transformación y superación de lo humano. Tanto a nivel histórico como filosófico, el fin o ruptura de la Modernidad, que llevamos arrastrando desde el siglo pasado, ha exigido a nuestra sociedad una nueva definición de lo humano que se aleje de los sesgos humanistas. En otras palabras, esta caracterización de lo humano propia de la Modernidad, que limitaba la humanidad a aquellos considerados como miembros efectivos de la sociedad —hombres blancos y heterosexuales a partir de una cierta clase social—, hubo de ser en algún punto necesaria para poder legislar sobre los derechos y obligaciones que había de tener el ciudadano del mundo moderno, no obstante, no era ni de lejos definitoria de la grandeza de la humanidad. Actualmente, nos encontramos en un punto casi contrario, en el que no solo el avance social, sino también el tecnológico, han prometido una expansión sin límites de las capacidades humanas. No por casualidad, la discusión en torno a cuestiones como el género, la raza o la clase se encuentran a la orden del día, y la pregunta sobre lo humano no ha hecho más que ampliarse. Cabe recordar, sin embargo, de que sesgos partimos a la hora de ahondar en nuestras diferencias. 

Esta necesidad de transformación de lo que se ha entendido como humano ha traído a nuestra época movimientos como el transhumanismo, que según Wikipedia “es un movimiento cultural e intelectual internacional que tiene como objetivo final transformar la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnologías ampliamente disponibles, que mejoren las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual.” Quizá a priori no estemos familiarizadas con este término, pero lo cierto es que desde los círculos intelectuales se ha iniciado un amplio debate en torno al mismo. Se habla de transhumanismo con la esperanza de encontrar en éste un nuevo acuerdo sobre aquello que entendemos por humanidad, el problema es que este intento de superación parece olvidar por completo los sesgos humanistas que todavía permanecen latentes en nuestras creencias.  

La herencia humanista en el transhumanismo 

No es posible acercarnos a una definición integral de lo humano cuando la humanidad realmente no ha conseguido integrar por completo a todos los individuos que la conforman, empezando por las mujeres. Paradójicamente, el mundo que se ha atrevido a hablar más allá de lo humano no ha conseguido que más de la mitad de la población mundial sea considerada humana en la práctica. Pues en la práctica la mujer no posee ni el reconocimiento ni la representación necesaria para poder hablar en nombre de la humanidad. También en la práctica el cuerpo de la mujer ha interesado tan poco a la ciencia y ha sido tan poco respetado por la medicina, que pocas sabemos cómo funciona realmente la ovulación. Y por supuesto también en la práctica llevamos el apellido de nuestro padre porque ni siquiera se nos concede a las mujeres una representación de nuestro propio papel como máximas responsables de la reproducción de la especie. Cabría preguntarse entonces si esta tendencia transhumanista afecta negativamente a las mujeres promoviendo nuestro uso como medio de reproducción. Es decir ¿hablamos de un movimiento legítimo, o se nos está olvidando por completo la deuda moral que todavía arrastramos con más de la mitad de la población mundial? 

Cuando hablamos de transhumanismo hablamos de una tecnología que permitiría superar nuestras capacidades humanas. El problema está en que eso que se ha entendido a lo largo de la historia por “capacidades humanas” son en realidad capacidades masculinas, pues son éstas las que nuestra cultura nos enseña a leer con neutralidad como propiedades humanas propiamente dichas. Si tuviéramos en consideración a la mujer como parte de la humanidad efectiva sería fácil llegar a la conclusión de que con la reproducción asistida ya ha habido una superación o ampliación de las capacidades humanas, aunque ésta no se encuentre asociada al transhumanismo, ya que, este movimiento se apoya en un sesgo humanista que centra su atención en las capacidades típicamente masculinas. Ni siquiera los problemas de reproducción son leídos como problemas humanos, sino como problemas de mujeres, pues a nosotras se nos encomiendan íntegramente los problemas de la baja maternidad. Lo que también nos lleva a advertir que si el riesgo de explotación reproductiva ya existe por medios naturales dentro de un sistema patriarcal, cabría señalar que éste puede aumentar y aumenta exponencialmente por medios artificiales. Para todas las feministas ha sido fácil ver este culmen de la explotación reproductiva en los vientres de alquiler, pero puestas a pensar en ello hasta el fondo, esta práctica supone solo un resultado más de haber manipulado la reproducción sin ningún tipo de respeto hacia el cuerpo de las mujeres. 

La explotación reproductiva en la era del transhumanismo 

Hace apenas unos años que el mundo se dio cuenta de que los óvulos no eran pasivos, sino que tenían la capacidad de escoger. Este descubrimiento tardío llegó cuando la reproducción asistida ya estaba tan normalizada, que a nadie se le ocurrió plantear el conflicto ético que subyace a este descubrimiento: si el óvulo escoge ¿no está la reproducción asistida en realidad dedicada a forzarlo? Personalmente, creo que, después de esta pregunta, cada vez tiene más sentido la falta de promoción de la adopción frente a las múltiples campañas y anuncios de donación de óvulos que se nos muestran continuamente a las mujeres: la reproducción no es nuestra, en un mundo patriarcal, la reproducción es un mercado más y estamos ante su evolución más sofisticada. Si la medicina fuera consecuente con la realidad que vivimos las mujeres, no podríamos llamar reproducción asistida a una serie de técnicas que consisten en fecundar un óvulo de manera forzada, no sin antes haber forzado el cuerpo de una mujer a que libere artificialmente una cantidad de óvulos antinatural para la especie humana.  

En esencia, todas y cada una de las prácticas que la mal llamada reproducción asistida necesita aplicar al cuerpo de la mujer para llevar a cabo una concepción, se basan en tratar a la mujer como un sujeto pasivo, del mismo modo que se ha hecho y se sigue haciendo en todos los ámbitos de la cultura. No sabemos apenas nada sobre la ovulación porque para la historia la mujer ha sido una mera vasija. A la ciencia le ha importado más que fuéramos capaces de producir óvulos más allá de nuestras capacidades, que tratar la ovulación como un reflejo de la salud integral de la mujer. La ciencia se ha volcado en que consiguiéramos tener descendientes a pesar de nuestras incapacidades, en vez de pararse a investigar el aparato reproductor de las mujeres en profundidad y la mayor complejidad de su franja abdominal. Pero lo más triste de todo es que estos “avances científicos” nos ha creado un deseo de paternidad genética que, en mi opinión, es un deseo impuesto por un sistema patriarcal que bebe de la reclusión de las mujeres al ámbito privado, ¿o es que acaso antes de la invención de las pruebas genéticas había alguna manera para los hombres de asegurar que alguien fuera su hijo si no era a través del aislamiento de la mujer? Si se tuvo que inventar un sistema de legitimación como son los apellidos, es porque esta legitimación del padre no existe de manera natural. Han hecho falta siglos y siglos de creencias religiosas para borrar a la madre y poder apropiarse del fruto de su vientre, pero lo peor de todo es que, en este esfuerzo, han hecho de la genética un mandato narcisista. Insultar a alguien llamándolo bastardo no se aleja tanto de nuestra época y su único significado hace referencia a no ser reconocido por el padre. De cara a la sociedad la mayoría de las personas reconoce que la importancia de la paternidad y maternidad recae en los cuidados, no en la genética, y sin embargo, nuestro lenguaje y nuestras prácticas nos muestran lo contrario.  

Los peligros de trascender la reproducción humana 

Más allá de los conocidos vientres de alquiler, que son el culmen y el colmo del uso de las mujeres como medio de reproducción, habría que llamar la atención sobre las prácticas que dieron lugar a esta retorcida idea de ocupar un cuerpo ajeno con un óvulo con el que no posee relación genética. No obstante, la reproducción asistida se encuentra tan consolidada que investigar en qué sentido las prácticas que nos llevan a esta situación son dañinas no interesa. Al carecerse en su momento de cierta información respecto a la no pasividad de los óvulos y a los efectos segundarios de la extracción de los mismos, la  inseminación artificial y la fecundación in-vitro han pasado desapercibidas, pero llama poderosamente la atención que justo ahora haya aparecido un método como el ROPA (Recepción de Ovocitos de la Pareja) que combina: explotación medicalizada de óvulos, extracción e inseminación forzada y reimplantación en otro útero, y cuya única la diferencia para con el alquiler de vientres ajenos es que en este caso no estaríamos comprando la voluntad de nadie. Al igual que en los métodos anteriores, esta pequeña diferencia, marcada por la voluntad, borra la explotación a la que estamos sometiendo el cuerpo de las mujeres —dos en este caso: una mujer medicalizada para extraer óvulos y otra medicalizada para implantarlos—, pero en todos los casos la reproducción asistida está marcada por un deseo de una paternidad o maternidad genética que nubla el papel de los cuidados —que es realmente el definitorio de este deseo— y lo substituye por un sentimiento de posesión.  

Estamos asistiendo al nacimiento de nuevos métodos de asegurar la propiedad sobre los seres humanos y, no por casualidad, en el camino los cuerpos de las mujeres están siendo los más afectados e ignorados. La violencia que la reproducción asistida implica en los cuerpos de las mujeres es heredera de un modelo androcéntrico de pensamiento que sigue mostrando sus carencias, aún cuando el mundo se ha atrevido a hablar de su superación como algo inminente. Así pues, hablar de transhumanismo es hablar de un ídolo con pies de barro; es poner la esperanza en un futuro que no estamos cimentando adecuadamente y continuar extendiendo el ideal de producción moderno, aun cuando ya conocemos la inviabilidad de éste. La reproducción asistida es solo un ejemplo más de como el capitalismo consigue disfrazar de libre elección la explotación de los cuerpos en favor de una producción desbocada que se ha convertido en símbolo del triunfo tecnológico. Algo que si bien ha sido deseable por la humanidad, no ha sido acompañado de una reflexión y conocimiento a la altura del cambio cuantitativo y cualitativo que el avance tecnológico ha supuesto. 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Información básica sobre protección de datos Ver más

  • Responsable: Jose Maria Pedrosa Muñoz.
  • Finalidad:  Moderar los comentarios.
  • Legitimación:  Por consentimiento del interesado.
  • Destinatarios y encargados de tratamiento:  No se ceden o comunican datos a terceros para prestar este servicio. El Titular ha contratado los servicios de alojamiento web a WordPress que actúa como encargado de tratamiento.
  • Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos.
  • Información Adicional: Puede consultar la información detallada en la Política de Privacidad.

Secciones

Temas

Utilizamos cookies propias y de terceros para obtener datos estadísticos de la navegación de nuestros usuarios y mejorar nuestros servicios. Si acepta o continúa navegando, consideramos que acepta su uso.    Más información
Privacidad