Los dioses tienen sed

En estos días de campaña electoral, se alude mucho a la histórica defensa que hizo Clara Campoamor en favor de la mujer y que tuvo como resultado nuestro derecho al voto. Me resulta muy irónica la manipulación con la que se transforma la defensa de la democracia real para convertirla en icono de la ideología, en este caso feminista, sólo para hacer que la gente vote. Aunque sea votando nulo.

Las personas de nuestro tiempo practicamos el noble y milenario arte de convertir filosofías en ideologías, ahora con solo un clic. Defendemos férreamente unas ideas con identidad propia y preexistentes a nosotras mismas, transformando nuestra visión del mundo según las “gafas ideológicas” que toque (¿Nos va sonando?). De manera que olvidamos que esas ideas son parciales, porque corresponden a un análisis concreto, para hacerlas universales y aplicables a cualquier esfera, en cualquier momento, en cualquier lugar e incluso anacrónicamente: las gafas que nos iban a ayudar a ver mejor se convierten en anteojeras para caballos, sin darnos cuenta de lo provechoso que es para quien tiene el poder, que la subordinada no vea lo que hace. 

Pero volviendo a Clara Campoamor… comenzó con su discurso citando a Anatole France, mostrando su comprensión por los argumentos de la socialista feminista Victoria Kent, que argumentaba en contra del voto de las mujeres, después de confesar estar renunciando a un ideal por el bien común

Creo que ninguna de las personas u organizaciones que han utilizado lo dicho por estas mujeres aquél primero de octubre han comprendido realmente lo que significaba. Quizás ni siquiera hayan leído el Diario de Sesiones de aquel día.

Haciendo spoiler de la lectura, resumo que, descartada la idea de que la mujer no es más ignorante que el hombre, el motivo de discusión era la consciencia más que la ignorancia, pues los republicanos temían que la mujer, en su ejercicio democrático, hiciera caer la República. 

Clara defendió su postura diciendo que, además de que la mujer era tan consciente como el hombre, “nos oponemos a que (…) dentro de la misma Constitución, se eleve (…) un monumento al miedo”. Es decir, lo que de verdad defendió Clara, fue el derecho de la mujer al voto por estar segura de que somos tan conscientes de la necesidad de defensa de nuestros derechos como cualquier hombre.

Como decía al principio, me resulta muy irónico utilizar aquella batalla para legitimar un sistema corrupto, muy lejano a los ideales de Clara y Victoria, que nos ha robado tanto la consciencia, como el mismo derecho a elegir a nuestros representantes. 

Si a día de hoy hay personas u organizaciones feministas llamando al voto aludiendo a Clara Campoamor, es porque precisamente, no son conscientes del sistema al que están llamando a participar y de lo que implica su derecho al voto, o sí que lo son, pero quieren su parte del pastel, aunque de ser así, no sé si alguna de mis compañeras consideraría a esas personas como feministas.

Pero lejos de invocar un “o conmigo o contra mí”, prefiero hablar de la verdad contrastable, y esa verdad es que el derecho al voto significa, en última instancia, la participación en un sistema de representación, es decir, significa que estamos conformes con el funcionamiento del sistema, que nos parece bien y que queremos que siga así y por eso participamos.

De hecho, gracias a esa participación se validó la legislatura que está a punto de terminar y que tantos dolores de cabeza nos ha traído. Muchas de nosotras acudimos a urnas con mucho miedo a la ultraderecha e incluso gran parte de las feministas dimos nuestro voto a los partidos que actualmente forman Gobierno, porque creíamos que por fin había un partido que iba en nuestra línea y, sin embargo, hemos contemplado como en nuestras propias narices, han utilizado el poder conseguido en contra de nosotras mismas: Nos han traicionado, nos han ignorado y silenciado. Han usado nuestras ideas para agredirnos. A algunas hasta las han denunciado. A otras, las han sacado de eventos públicos y universidades al grito de “fascistas”, mientras que los que no gritaban miraban hacia otro lado. Ante semejante espectáculo, solo cabe preguntarse cómo es posible que, en un país democrático, el voto de la ciudadanía se vuelva en contra de sí misma.

La respuesta a esa pregunta es más vieja que el hilo negro: es posible porque quien hace la ley, hace la trampa. Y por eso, desde el absolutismo, al Poder se le ponen límites. 

El problema del sistema de representación español es que no está limitado ni controlado por quien tiene la soberanía, sino que quien limita y controla exclusivamente a la clase política es: la clase política, siendo esto ya un abuso de poder en sí mismo. Si la clase política puede hacer lo que le dé la gana, es porque no hay un límite a su poder, no hay un control sobre lo que pueden o no hacer estas personas que se dicen representantes. No existe en España un mecanismo a través del cual, la ciudadanía pueda exigir responsabilidad a la clase política por traicionar sus ideas. 

Para hacer un símil con el que todas las feministas entendamos la gravedad del asunto, se podría comparar con pretender que un violador reincidente no viole sólo porque él se vigila a sí mismo. O que lo vigilase otro violador reincidente, compañero en otras agresiones.

Nuestra Constitución puede no tener monumentos al miedo entre sus artículos, pero porque toda ella es un entramado tramposo y el sistema de representación es su validación. Es una Constitución creada para que eso de «romper el sistema desde dentro» sea imposible, apoyado en la ideología como el empujoncito que cada legislatura necesita para poner en marcha los engranajes hasta la siguiente. 

Un sistema de representación en el que no eliges representantes, sino que refrendas una lista configurada por cada jefe de partido, no es democrático. Si, además, los integrantes de dicha lista hacen sus pactos en contra de lo votado, trafican con votos, tergiversan los ideales, se enriquecen a costa de ese engaño y no existe posibilidad alguna de que el pueblo los eche cuando lo hacen, no estamos en una democracia. Y si te silencian, humillan y agreden por decirlo, con aplauso de tus representantes y sin rubor alguno, este sistema no es una democracia.

En aquellos tiempos se tenía miedo a un final como el de María de Pineda o Julián Grimau. Ahora, la gente tiene miedo a la inflación, la subida de la hipoteca y la factura de la luz. Si nos hemos conformado con refrendar las elecciones es porque, como temía Victoria Kent, a la luz de nuestra Constitución, la ciudadanía española, y no solo las mujeres, ya no somos conscientes de la necesidad de defender nuestros derechos, sino que nos conformamos con el uso de la ideología que hacen los partidos políticos sobre las ideas que creemos justas, para legitimar algo que no se parece en nada a la Constitución de 1931. 

Y sin embargo, anacrónicamente y aferradas a esas ideas parciales, defendemos el sistema como si fuera el del 31, de la misma manera que algunas mujeres defienden el género como si fuera una identidad 

Si Victoria Kent estaba en contra del voto de la mujer fue porque pensaba que no éramos conscientes de la necesidad de defender nuestros derechos. 

Si Clara Campoamor lo defendía es porque ella pensaba que tenemos la misma capacidad de ser conscientes que los hombres. 

Y, sin pretender ponerme al nivel de semejantes referentes, si yo hoy defiendo la abstención activa, y no el voto nulo o el mal menor, es porque al participar sin consciencia, tanto hombres como mujeres, no solo hemos perdido la República, también hemos perdido la democracia y con ella, la mismísima dignidad. 

En conclusión, al final nos ha quedado un sistema de leyes e instituciones tramposas, que creo que a Clara y Victoria les daría vergüenza, que traiciona la democracia, traiciona a la ciudadanía y traiciona cualquier ideal, especialmente el ideal feminista.

Y resulta que el Feminismo no vota traidores.Por eso yo no voto, aunque espero volver a hacerlo algún día.

@hirunda_rustica

2 comentarios

  1. Buenísimo artículo, también muy triste , tenemos mucho pendiente las mujeres.
    Muchas gracias

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