Los gimnasios como espacios deportivos masculinizados

Cuando buscas en Google las palabras “mujer” y “gimnasio” aparecen resultados relacionados con los centros deportivos exclusivos para mujeres, de los que personalmente, tengo una opinión no muy positiva. Lo que sí tengo claro es que cuando nosotras hemos creado espacios únicos, es porque hemos tenido la necesidad de construir un lugar seguro y de acceso limitado para el patriarcado. Este concepto, desarrollado por Kate Millet (1970) y Shulamith Firestone (1970), aun llevando más de 50 años siendo visibilizado, no parece quedar muy claro cuando nos referimos a espacios

Según la ONU MUJERES (2020) el acoso y otras formas de violencia en los espacios públicos o privados, tanto en entornos urbanos como rurales, son un problema cotidiano al que se enfrentan las mujeres y las niñas de todo el mundo; ¿Cómo entonces no iba a ocurrir esto en los gimnasios? En una sociedad hipersexualizada y como diría Elena de la Vara “una sociedad más pornificada y más radicalizada”, las mujeres que entrenan también forman parte de ese ideario colectivo masculino y machista en el que se perpetúa la cosificación del cuerpo femenino.

El deporte y el ejercicio físico, ese gran pilar fundamental del bienestar y la salud en pleno siglo XXI, sigue suponiendo un gran muro a derribar por el feminismo y un objeto de crítica de éste hacia la constante mercantilización del cuerpo femenino. En un espacio tradicionalmente ocupado por hombres, entrenar te llena de fuerza y te capacita, o más bien, te hace creer en tu capacidad. Ocupar espacios tradicionalmente masculinizados no sólo te empodera si no que te da poder real; porque como diría Amelia Valcárcel “yo no quiero sentirme empoderada, yo quiero tener poder”.

“Hacer ejercicio físico y deporte, sobre todo aquellos tradicionalmente ‘masculinos’, es hacer activismo y revolución”.

Cuando la teoría de finales de los setenta se fracturó por la separación de los conceptos sexo y género, se empezó a plantear la experiencia de la mujer en los espacios públicos y privados. No sólo en aspectos urbanos tipo la construcción de la ciudad en sí como por ejemplo los edificios, si no en cómo éstos tienen impacto en mujeres y hombres. Es decir, si existe una dicotomía de sexo/género entendiéndose como una serie de constructos culturales sobre lo que es correspondiente a un cuerpo biológico sexuado, esto está relacionado con los espacios. (McDowell, 1983; Sabaté, Rodríguez Moya, & Díaz Muñoz, Mujeres, espacio y sociedad: hacia una geografía del género, 1995). 

Quiero creer que todas tenemos una opinión clara de todo esto: las urbes no están diseñadas para las necesidades de movilidad especial y el uso de ciertos equipamientos que, tradicionalmente, se han relacionado con la feminidad y las mujeres. Con los espacios deportivos, en concreto los gimnasios, ocurre exactamente lo mismo: el equipamiento deportivo no suele estar pensado para nosotras ni para nuestras necesidades especiales como puede ser el embarazo. Ahora, si se trata de ridiculizarnos y de infravalorar nuestras capacidades, tiñendo de rosa la pesa de un kilogramo, entonces sí que nos tienen en cuenta. 

“La masculinidad se organiza a través de relaciones de jerarquía y hegemonía, y cómo no iba a ser el gimnasio un espacio masculinizado si la fuente principal de poder y opresión de los hombres hacia las mujeres es su supuesta superioridad física”. 

Cuando hablamos de los espacios masculinizados, podemos referirnos a la descripción de éstos en sí como hemos mencionado anteriormente, o por la prevalencia histórica del sexo masculino en relación al femenino. Tradicionalmente el reparto espacial por sexos ha relacionado a la mujer con un ideal doméstico de cuidado del hogar y familiar, para lo cual, nunca se ha pensado que eso supusiera un requerimiento de condiciones físicas especialmente óptimas. 

Existen numerosos estudios de género y sexo en los que se realiza un enfoque relacional entre hombres y mujeres en los espacios semiprivados, como son los gimnasios, en los que la representación corporal masculina cobra vital importancia. Thomas Johansson (1996) ya planteaba los gimnasios como un lugar donde el estereotipo social de género está ligado a prácticas hegemónicas en relación al cuerpo, al grupo y al espacio. Además, existe correlación positiva entre la asistencia a los gimnasios por parte de los hombres y las nociones socialmente construidas de la masculinidad como la búsqueda de rendimiento como motivo intrínseco de la práctica, la satisfacción con su cuerpo y la percepción del gimnasio como un espacio de ocio y diversión (Jac Brown y Doug Graham, 2008). El apoyo incondicional fraternal que tienen los hombres en la esfera pública, unido a sus dinámicas grupales, permiten entender que exista esa transferencia e incluso, que se afiancen, en un espacio como los gimnasios. Afortunadamente, el movimiento feminista ha conseguido abordar estos problemas derivados de los modelos de masculinidad para cuestionarlos, deconstruirlos y destruirlos

“Los espacios deportivos como los gimnasios, son lugares donde las identidades de género se construyen y se practican; lo que sucede dentro del gimnasio y la cultura masculinizada que lo sustenta, está íntimamente relacionado.”

Existe suficiente evidencia científica para afirmar rotundamente que la práctica de actividad física contribuye a la prevención primaria y secundaria de enfermedades también crónicas y se asocia a un menor riesgo de muerte prematura, pero desgraciadamente, el nivel de ejercicio físico practicado por las mujeres es claramente inferior a las recomendaciones. 

Según las estadísticas del Consejo Superior de Deportes, el porcentaje de varones que practica uno o varios deportes es del 45%, mientras que el de mujeres es del 30%. La población más favorecida son los varones jóvenes que tienen estudios secundarios o más, residen en grandes ciudades y disfrutan de una posición social alta, es decir, lo que comúnmente conocemos como hombre heterosexual blanco de clase media o alta. La población más desfavorecida, como siempre, son las mujeres de edad superior a 65 años, sin estudios, residentes en pequeños municipios con una posición social baja. El ejercicio físico, como tantos otros aspectos, tan sólo es un reflejo de la realidad completa. 

Pero ¿Cuáles son las razones reales por las que las mujeres acuden menos al gimnasio? La presión a la imagen femenina por parte del patriarcado, se incentivó ante la llegada de la mujer a los espacios públicos y semiprivados creando unos cánones de belleza y estéticos para que pudiésemos ser aceptadas. Esto lo describe bien Naomi Wolf (1991): “el mito de la belleza genera una caída en el amor propio de las mujeres y elevadas ganancias para las empresas”, haciendo referencia a la industria dietética, cosmética, de cirugía plástica y pornográfica que mueven millones con nuestros cuerpos. ¿Pero qué ocurre con la actividad física? Según el estudio Mujer joven y actividad física, Fundación Mapfre (2019), el 76% de las mujeres españolas jóvenes de entre 12 y 25 años deja de hacer deporte por dos razones principales: la primera es por tener mayor responsabilidad académica y la segunda hace referencia a un mayor sentido del ridículo por presión sobre nuestros cuerpos. 

“El mansplainning, está presente en todas las esferas de la vida; también en los gimnasios. Mientras que ellos se sienten capaces de opinar acerca de cómo estás entrenando, incluso con toques paternalistas con un “cuidado que te vas a hacer daño”, ellas se sienten intimidadas ante el desconocimiento de un espacio que no se le ha sido tradicionalmente asignado a su género.”

En los últimos años, se muestra una mayor proporción de mujeres que presentan niveles de actividad física semanal bajo o moderado respecto al hombre, y notablemente inferior en el caso de actividad física de nivel alto. Las mujeres solemos dar más importancia a las prácticas grupales y de interacción con iguales y no tanto al enfoque competitivo, pero si no tenemos referentes a las que nos podamos igualar, ¿Cómo vamos a querer ser iguales que ellas? Esto es una lacra en el deporte, los medios de comunicación que sexualizan nuestros cuerpos en vez de ensalzar las aptitudes positivas. 

Desgraciadamente, existen pocos estudios con perspectiva feminista sobre la ocupación femenina de las mujeres en espacios masculinizados como el gimnasio, pero por experiencia personal haré un breve resumen de los motivos principales por los que las mujeres no realizan tanto ejercicio como los hombres:

  • Tienen miedo de desarrollar un físico “masculino”. La mayoría de mujeres basan sus entrenamientos en el ejercicio aeróbico que, aun siendo también esencial, reporta menos beneficios que el entrenamiento de fuerza; y la mayoría que practica este último suele demandar un objetivo estético como por ejemplo aumentar glúteos o aplanar abdomen para llegar a los cánones de belleza impuestos por el patriarcado.
  • En relación al punto anterior, esto conlleva más riesgo de lesión y por lo tanto más riesgo de abandono de la práctica deportiva. La realización del entrenamiento con una gran descompensación entre tren inferior y tren superior o entre grupos musculares, es un error que se puede llegar a pagar muy caro. 
  • Se sienten con escasa información acerca de cómo y cuándo realizar los entrenamientos. La vergüenza que sienten al reclamar asistencia o ayuda en las salas, es mayor que en ellos. Muchas veces no prueban un ejercicio por no tener claro que lo van a realizar correctamente ¿somos más autoexigentes?
  • No les apetece soportar que un hombre les diga cómo, cuándo y por qué debe realizar su entrenamiento. Incluso a las mujeres graduadas en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte nos pasa que el ciclado ignorante del gimnasio nos pretende dar lecciones y su opinión. Es insoportable. 
  • En relaciones sexoafectivas heterosexuales, las mujeres soportan comportamientos por parte de sus vínculos del tipo: “pero mira que vas a poner más fuerte que yo”, “te vas a poner como un tío”, “seguro que no lo haces bien, te vas a hacer daño” y un largo etcétera.
  • Este último punto es extrapolable al círculo familiar, amistoso y de relaciones sociales en general. 
  • Lo que se considera los fundamentos del entrenamiento, son fundamentos masculinos. Existe una escasez de fundamentos de entrenamiento femenino que se adapten a nuestros requerimientos y características fisiológicas. Nuestro sistema hormonal único en absoluto se tiene en cuenta y es importante señalar que esto forma parte de la violencia sistemática que sufrimos las mujeres. 
  • El equipamiento, además, no está adaptado a nuestra anatomía, si no a la suya. Esto conlleva que la mayoría de nosotras tenga que esforzarse más para adaptarse lo que puede acarrear frustración y abandono temprano de la práctica. 
  • Existe una enorme desinformación acerca de nuestras necesidades como mujeres. No es admisible que el ciclo hormonal, con las ventajas e inconvenientes que éste conlleva respecto a la actividad física, sea una parte esencial del 50% de la población y completamente ignorado por la otra mitad. 

Termino con un extracto de un artículo de Ana Bernal-Triviño para reflexionar “El problema es que todo esto nos lo vendieron como liberador, pero […] la libertad de la mujer está en sus derechos, no en la imagen que esperan de nosotras.”

Lucía Carmona Álamos

Gestora deportiva especializada en mujer

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