La lucha por la emancipación de las mujeres siempre ha sido vista como una amenaza al statu quo patriarcal. Una de las herramientas del patriarcado a la hora de tratar de desarticular la lucha feminista ha sido precisamente etiquetar a las mujeres que desafiaban la jerarquía sexual de “malvadas”. A lo largo de la historia, antes incluso de que el feminismo se organizase como movimiento social, encontramos numerosos ejemplos de esta estrategia patriarcal.
El propio Platón, hijo intelectual del mismísimo “padre de la filosofía” – Sócrates –, ya asoció a las mujeres con lo corporal en su dicotomía cuerpo-alma. Siendo el alma, por supuesto, aquella esfera superior de la vida en la que se desarrolla todo lo que es importante y trascendente y cuyo propósito es controlar los apetitos corporales, tan vulgares e innecesarios para el ascenso al Olimpo de la erudición.
Unos siglos después, esta misma premisa será rentabilizada por los padres de la Iglesia, que opondrán a la virgen-madre María, paradigma del sacrificio y la virtud, la figura de la pecadora Eva, representación del mal y de las desgracias de la humanidad. Dos maneras opuestas de ser mujer que definirán las trayectorias vitales de la feminidad en Occidente y que representan dos maneras antagónicas de afrontar la realidad, una buena y otra mala, que dependerán de la sumisión, o no, a roles y valores funcionales al sistema de dominación masculina.
A lo largo de la Edad Media y Moderna, cuando las mujeres, encargadas de los cuidados, comenzaron a acumular conocimiento sobre el cuerpo humano, sus enfermedades y sus posibles tratamientos, adquirieron un inesperado grado de poder e independencia. Esto provocó la reacción del patriarcado que tildó a estas mujeres de brujas y a su conocimiento
fruto de una relación con lo diabólico y, en definitiva, con la maldad.
A lo largo de los siglos XVIII y XIX, con la llegada de la Revolución Industrial serán muchas las mujeres que se incorporen a la fuerza de trabajo. Aunque siempre en condiciones muy inferiores a los hombres, nuevamente aparecen ciertos espacios de independencia para las mujeres. Por primera vez, podrán trabajar fuera del núcleo familiar, obtener ingresos e, incluso, se les permitirá recibir cierto nivel de educación.
Esto provocará nuevamente la reacción del patriarcado que busca estrategias para desestabilizar el incipiente feminismo.
Los avances del movimiento de liberación de las mujeres en Europa generaron a lo largo del siglo XIX muchas y muy variadas reacciones por parte de los varones. El temor ante la alteración de la distribución tradicional de roles sociales, la lucha por los derechos de las mujeres, el paso de estas al espacio público, la rebelión de las mujeres como intelectualmente capaces o las primeras campañas de control de natalidad, propiciaron el nacimiento del concepto de la femme fatale en la segunda mitad del siglo XIX. La independencia y la sexualidad femenina se asocian con la maldad e, incluso, locura, a través de este estereotipo. La mujer que no cumplía o se revelaba contra los mandatos de género pasa a ser etiquetada de histérica o loca.
El desprecio occidental a lo carnal, construido a través de siglos de catolicismo cimentado sobre la tradición clásica, convertirá en fetiche la idea de la maldad intrínsecamente femenina. La idea de una mujer dominadora, independiente y tremendamente sexual generará en artistas y académicos tanto desprecio como fascinación, motivo por el cual la femme fatale ha sido y es una de las figuras más poderosas del imaginario cultural.
Dentro de la historia del arte, el auge de este tipo de iconografía tenía como objetivo producir nuevas definiciones de la feminidad como respuesta al rechazo que las mujeres comenzaban a manifestar hacia los ideales de debilidad, docilidad, desamparo, pasividad e ignorancia asociados a esta.
Las imágenes producidas por los hombres no solo han reflejado la ideología dominante, sino que a través de las representaciones dicotómicas virgen-puta contribuyeron a crear y producir significados. A través de los lienzos podemos estudiar las relaciones de poder presentes en la cultura y en el resto de aspectos de la sociedad, como la política o la economía. Todas estas imágenes, sean aparentemente positivas o negativas, tienen como objetivo la definición de una serie de comportamientos que son deseables, o no, en las mujeres. Su fin es, de nuevo, actuar como instrumentos de control social.
La característica principal de la femme fatale es su incitación al mal, propiciado por su fuerte sexualidad, casi animal. Lilith, Medusa, Pandora, Sirena, Harpía, la Esfinge, Medea, Circe, Eva, Salomé, Judit, Dalila, Salambó, Cleopatra. Personajes bíblicos e históricos, figuras míticas, personifican el arquetipo de la femme fatale: perversa, fría, poseedora de una belleza contaminada, representa lo otro, lo desconocido, un peligro que debe ser dominado y resuelto por el hombre.
En este mismo siglo tuvo lugar un acontecimiento de inmensa relevancia si tenemos en cuenta su influencia en el pensamiento occidental contemporáneo: el nacimiento del psicoanálisis. No podemos obviar que Freud elabora la teoría psicoanalítica en la época victoriana, donde el ideal femenino era el de la buena esposa y la buena madre: pura, dócil, abnegada y complaciente, es decir, el ángel del hogar. El mismo Freud, hablando sobre la lucha por los derechos de las mujeres, mostraba sus resistencias ante la posibilidad de que las mujeres perdieran esas características femeninas de las que tanto disfrutaba. Para él, la feminidad era un destino anatómico, un devenir deseable (teoría ya refutada ampliamente por el psicoanálisis feminista).
Por ello no es de extrañar que, frente a un ideal, se cree la contraparte del canon. Podríamos afirmar que el análogo psicoanalítico de la femme fatale del arte del siglo XIX vendría a ser representado por la mujer fálica, esto es, una mujer a la que se le atribuyen rasgos asociados con lo masculino representados simbólicamente por el falo. Son mujeres que no reprimen la agresividad, autónomas, seductoras, intelectuales, capaces de todo para alcanzar sus fines. Una imagen que se ha representado como absolutamente atemorizante para el varón, pero atrayente al mismo tiempo. Mujeres que en la época vivieron una vida atípica y que hicieron interesantes contribuciones a la teoría psicoanalítica de la época, como la famosa femme fatale Lou Andreas-Salomé o Marie Bonaparte, son consideradas mujeres fálicas. Por supuesto, este lenguaje entra dentro de la lógica falocéntrica, donde a la mujer no le queda otra que envidiar el pene y colocarse en una posición de carencia y subordinación, o poseerlo de forma simbólica dentro del orden falocéntrico. Esto es, un discurso que, una vez más, designa a las mujeres desde fuera de ellas mismas según el imaginario simbólico patriarcal.
Ya en el siglo XX, especialmente en la segunda mitad, volvemos a ver un marcado avance en la lucha feminista, lo cual desestabiliza de nuevo el sistema de jerarquía sexual. El feminismo saca a la luz la violencia sistémica que hemos sufrido las mujeres para mantenernos oprimidas y la respuesta patriarcal es, nuevamente, asociar a las mujeres con la maldad. Las feministas pasan a ser consideradas tan malas como lo fueron en su día los nazis (es aquí cuando surge el
famoso insulto “feminazi” por la defensa del derecho al aborto que se equiparó con el genocidio nazi).
En la actualidad, con la llegada del siglo XXI y la revolución tecnológica y de internet, se han producido importantes avances en las distintas luchas sociales ya que contamos con herramientas que nos permiten realizar un análisis global y transversal de las distintas opresiones y combatirlas de forma más eficiente. Pero como ya ocurrió en otros momentos, cualquier avance feminista se siente como una amenaza y el patriarcado no tarda en organizar una respuesta para detener estos avances. No hace falta idear nuevos recursos y se recurre nuevamente a asociar a las mujeres, sobre todo las feministas, con la maldad y el odio. Hoy en día, las feministas nos enfrentamos a acusaciones de fobia (odio o miedo irracional) hacia ciertos colectivos discriminados. En el último lustro, las acusaciones de transfobia y de posiciones reaccionarias y extremistas han aumentado sobre el colectivo feminista, presentándonos una vez más a las mujeres como seres de profunda maldad.
Así, hemos pasado de ser brujas, a ser locas, a ser nazis y a ser TERFs. Debemos entender que desde el patriarcado siempre se buscará deslegitimar nuestra lucha por la vía de anularnos a las mujeres; de acercarnos a la maldad y alejarnos de la humanidad.