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¿Somos las mujeres culpables de sufrir violencia machista?

¿Has escuchado alguna vez, ante un caso de violencia de género, “si tan mal estaba, que lo hubiera dejado antes”? ¿Te has preguntado por qué tu amiga, a pesar de querer dejar a su novio, vuelve con él una y otra vez? ¿No entiendes por qué te adaptas a lo que esperan de ti tu pareja?

Para intentar darle respuesta a estas preguntas, debemos empezar por el principio: a las mujeres nos educan de forma diferente que a los hombres desde que nacemos. Las diferencias que puede haber entre los hombres y las mujeres no son innatas, sino que las aprendemos. Podemos aprenderlo a través de la propia experiencia, pero también podemos aprender a través de lo que vemos en otras personas.

Ya en nuestra familia, a las niñas se nos inculca la obediencia, la empatía y los cuidados, mientras que a los niños todo lo contrario. ¿Cuántas de vosotras teníais horas de llegada diferentes a la de vuestros hermanos? ¿Cuántas llevabáis a cabo más tareas que ellos? ¿A quién veíais haciéndose cargo de los cuidados de menores y mayores dependientes

Estas diferencias que observábamos en casa, además, se reafirmaban cuando salíamos al exterior: nuestro grupo de amigas, las redes sociales, la publicidad, las películas y series, etc. La educación sexista que hemos recibido sienta las bases de la opresión que sufrimos todas las mujeres, y que nos acarreará numerosas consecuencias, que van desde asumir la carga mental del hogar de forma prácticamente exclusiva, a las formas más extremas de violencia machista. 

Desde niñas nos educan para que prioricemos las necesidades y sentimientos de los demás antes que los nuestros propios. Esto no sólo nos dificulta poner límites, sino incluso reconocer cuáles son los límites que queremos poner, y qué es lo que nosotras necesitamos y deseamos en una relación. Esto hace que podamos sentirnos incómodas o violentadas y no sepamos identificarlo, que no lo sepamos frenar, o que queramos romper pero que no lo hagamos por no hacer daño a la otra persona.  

Esto se refuerza a través de las series y películas que vemos cuando somos pequeñas, antes de que podamos analizar con espíritu crítico lo que estamos viendo. Nos bombardean con el mensaje de que nuestro objetivo vital debe ser encontrar un príncipe (por supuesto, hombre), que nos rescate. Así, crecemos con la idea pasiva de que debemos esperar a que un hombre nos “elija”, percibiendo la soltería no como una elección, sino como una imposición, y sintiendo que si no tenemos una relación es porque no somos lo suficientemente buenas ni válidas para ello, de forma que nuestra autoestima se verá seriamente afectada si no lo conseguimos.  

Por tanto, percibimos nuestro valor en base a la aprobación masculina. La presión por atraer y gustar a los hombres empieza desde que somos muy jóvenes, y basta con ojear una de las revistas que leíamos cuando éramos adolescentes para entender que todo se reducía a dedicar tiempo y esfuerzo para atraer a un chico, saber si le gustábamos y como mantenerlo. Que un hombre nos “elija” como su pareja nos hace sentir valiosas y aumenta nuestra autoestima, lo cual va a hacer más difícil que dejemos esta relación si luego no funciona. 

Me gustaría también dejar muy clara la influencia de la normalización de la violencia hacia nosotras y hacia otras mujeres de nuestro entorno que hemos vivido desde pequeñas. Todas hemos escuchado un “te levanta la falda porque le gustas” y nos lo hemos creído. Todas hemos recibido acoso callejero siendo menores de edad. Todas hemos visto noticias en las que han desaparecido mujeres y nos han dicho “por eso tú debes ir con cuidado”. La mayoría de nosotras hemos sufrido algún tipo de violencia sexual siendo aún menores de edad. Hemos crecido viendo series y películas en las que vemos cómo el personaje masculino trata mal a la protagonista porque está enamorado de ella. Como en la bella y la bestia, aprendemos de forma vicaria que aunque conozcamos a un monstruo, con nuestro amor y dedicación, lo podemos convertir en un príncipe

Todo lo comentado anteriormente son factores de riesgo que explican porqué las mujeres, debido a cómo somos educadas, podemos iniciar una relación con un hombre violento. Pero, ¿Qué pasa cuando ya estamos dentro de esas relaciones?

Al iniciar una relación sentimental, un hombre jamás se va a destapar como maltratador. Será, amable, encantador y atento. Por tanto, al darse el primer estallido de violencia (que puede ser verbal o física), la imagen del maltratador se “rompe” en dos. Por un lado, está la pareja maravillosa que habíamos conocido, pero por el otro una persona violenta y que nos produce miedo. Ante este primer estallido, el cerebro intenta sobrevivir generando las estrategias que llevamos de serie todos los animales: lucha, huida o congelación. Esto es muy importante entenderlo, ya que no somos las mujeres las que elegimos qué estrategia utilizamos, sino que es el cerebro el que evalúa de forma inconsciente los posibles riesgos y se acoge a la estrategia que asegure la supervivencia. Si nuestro cerebro entiende que no puede atacar ni huir, se disocia, desconecta a la persona del dolor, generando toda una serie de hormonas que anestesian el dolor de la mujer y la entumecen, haciéndole muy difícil romper la relación

Vamos a poner esto en un ejemplo práctico: tu marido llega del trabajo muy borracho y se duerme. Tu, al día siguiente, le despiertas para que vaya a trabajar, pero se enfada y tenéis una discusión enorme. El próximo día que llega borracho, le dejas dormir para intentar evitar esa discusión, pero se enfada contigo por no despertarle y volvéis a tener una gran pelea. Por tanto, hagas lo que hagas, te hace culpable de lo que está pasando, y el próximo día que llegue borracho tendrás miedo a no saber qué hacer. Además, estas peleas se dan en muchas otras situaciones a la vez. En las relaciones de maltrato, las conductas van aumentando en intensidad y frecuencia ejerciendo un gran desgaste emocional en la mujer víctima, y dejándola aislada de su entorno y sin fuerzas

Cuando el cerebro entiende que, haga lo que haga, no hay posibilidad de lucha o de huida, la mujer se sumerge en una sensación de indefensión, de la que no puede salir

En las relaciones en las que se nos da un mensaje de amor y cariño, pero se nos violenta, querer a la persona que nos daña es una de las alternativas que creamos para obtener una falsa sensación de control, y poder sobrevivir. Este mecanismo, más conocido como el síndrome de Estocolmo, hace que podamos querer a nuestra pareja a pesar de estar siendo maltratadas por él.  

Lo verdaderamente cuestionable no es porqué las mujeres aguantamos en estas relaciones, sino cómo, a pesar de todo, somos capaces de salir de ellas. Si has sufrido una relación de maltrato, no te culpes ni te juzgues por lo que aguantaste, felicítate por haber conseguido salir. Si estás ahora mismo en una relación de maltrato, acude a terapia psicológica con una mujer con perspectiva feminista. Si conoces a una mujer en una relación de maltrato, no la culpes, no la presiones, no la juzgues. Mantente a su lado hasta que esté preparada para dar el paso. 

Debemos entender que, en una sociedad machista, somos educadas de forma machista. Nos han adoctrinado desde pequeñas para tolerar y aceptar cierto grado de sufrimiento en las relaciones con los demás. No estamos locas, no somos tontas, no elegimos mal. No es nuestra culpa haber sufrido y habernos mantenido en una relación violenta, sino del maltratador. 

Pongamos el foco en los hombres, hagámosles las preguntas a ellos. ¿Si querías a esa mujer, por qué la maltratabas? ¿Si sabes que tu pareja quiere romper contigo, por qué insistes para volver con ella? ¿Si de verdad te gusta, por qué quieres cambiarla?

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