Camila Luna
Cuando vi la película de Blonde sufrí. No solo por el personaje ficcionado de la película, o por Norma Jeane en concreto. Sufrí por mí, sufrí por todas.
Esta película, basada en la novela de Joyce Carol Oates, es una biografía novelada de la actriz que muestra cómo las experiencias traumáticas que vivimos las mujeres no nos suceden por el hecho de ser actrices, rubias, guapas, ni por haber vivido traumas en la infancia, ni por haber aceptado la sexualización de nuestros cuerpos y nuestras vidas; nos suceden por ser mujeres. Creo que esto lo ha comprendido la escritora del libro Blonde y ha volcado todas esas experiencias que para las mujeres nos son cotidianas en ese personaje de sobra conocido, Marilyn Monroe, bien elegido como representante de la deshumanización brutal de las mujeres en todo el mundo y a lo largo de toda la historia de la humanidad. Esta película deja algo claro: lo que le pudo pasar a Norma Jeane o a Marilyn Monroe, le pasó por ser una mujer, y es generalizable a cualquier mujer.
Las críticas progres hablan del supuesto discurso “provida” de la película. Primero me gustaría remarcar que denominar al objetivo de dominación del cuerpo y de la sexualidad de las mujeres “discurso provida” me parece aberrante. El sistema patriarcal que legisla sobre el cuerpo de las mujeres a su antojo no está a favor de la vida y aunque ellos mismos se auto califiquen de ese modo es inaceptable perpetuar el calificativo desde la pretendida izquierda progresista. Por otro lado, creo que estas críticas demuestran una empatía nula hacia la gran variedad y mezcolanza de sentimientos que experimentan las mujeres ante la dicotomía maternar/abortar. Como con todo, cuando uno se pasa de listo vuelve a ser tonto, y creo que esto es lo que le ha pasado a los discursos progresistas, que por querer ser tanto se han quedado en, simplemente, ser absurdos. Hay muchas realidades interiores al rededor de la experiencia del embarazo y del aborto, y todas son respetables, incluidas las retratadas en esta película. Me gustaría destacar, también, que la voz del feto que habla desde el útero de Marilyn es la de la pequeña Norma Jeane. A mi parecer, ésta es una muy cuidada representación de cómo el inconsciente de la mujer adulta encuentra en esa maternidad una oportunidad para subsanar las carencias de cuidado y afecto que sufrió como hija de su propia madre, como una necesidad fundamental que debe satisfacer para aliviar un malestar emocional crónico. La película también refleja cómo el mundo alrededor de una mujer es el opinólogo por excelencia que destruye cualquier esperanza. Así, la protagonista va viendo a través de los tres abortos que sufre, cómo esa oportunidad de sanar su dolor de niña se aleja cada vez más e, incluso, definitivamente.
La búsqueda del padre es otro simbolismo potente de la película. La necesidad de narcisización del propio Yo, del que también depende la estabilidad mental y el bienestar emocional, está muy ligado en este mundo patriarcal a la búsqueda de una referencia masculina. La protagonista, en su rol de exaltación de la feminidad, no se encuentra en una posición de igualdad que posibilite un encuentro cara a cara, un enfrentamiento directo con los hombres que invaden y manejan su vida. Ella confía entonces en que su padre, el hombre con mayor influencia en la vida de una criatura, aparecerá en algún momento para apoyarla en su lucha o para pelear por ella. Mientras le espera acepta a los hombres que deciden representar ese papel protector, sin que ella tampoco tenga un papel activo en la elección de sus relaciones. Referirse a ellos como si fueran su padre le da alivio, reaviva la creencia de que pronto, quizás, podrá dejar de refugiarse en el personaje creado de Marilyn y volver a ser una Norma Jeane sanada. En este caso, como en el anterior, Marilyn sufre una decepción tras otra mientras su ansia de cura interior es frustrada reiteradamente.
Esta película retrata la sexualización constante a la que estamos sometidas las mujeres y muestra una masculinidad acomodada al sistema patriarcal, cuyas cualidades se han vulgarizado hasta provocarnos las náuseas. Y también nos habla de salud mental. Desde mi punto de vista, una de las escenas más desgarradoras de la película (y es difícil elegir) es aquella en la que, ya habiendo entrado en materia de todos los sufrimientos por los que pasa la protagonista, está ella sentada frente al espejo de su camerino mientras su maquillador le acaricia suavemente la piel de la cara con una brocha. Ella suplica, en posición de oración, “vuelve, no me abandones”, como si Norma Jeane, incapaz de sobrellevar su realidad, le pidiera volver al espíritu de Marilyn, ese personaje creado en el que ella se refugia para poder seguir soportando la vida. Después de un momento, se mira al espejo y su gesto ha cambiado, dedicándole a su reflejo una amplia sonrisa y un beso. De esta manera, la sexualización y el papel sobrerrepresentado de los hombres en las vidas de las mujeres queda íntimamente ligado a la salud mental de estas, y esto es lo que, en mi opinión, refleja de una manera cruda pero bellísima la película de Blonde, mediante la maravillosa interpretación de Ana de Armas que, como he dejado caer más arriba, no interpreta sólo a Marilyn Monroe o a Norma Jeane, sino que nos interpreta a todas.