Una mujer entra en una consulta médica. No importa qué especialidad y, en general, tampoco importa el sexo del especialista. Esta escena se suele repetir bajo cualquier condición externa, siempre y cuando la paciente sea mujer. La paciente entra en la consulta y se aqueja de una sensación física. No importa dónde, ni desde hace cuánto, ni cómo de intensa sea esa sensación. El o la profesional, después de hacer un pequeño chequeo, muchas veces ni siquiera físico, casi por deducción intuitiva, por saber popular, por la experiencia de los años… sin probablemente haberla mirado a la cara en los escasos minutos en los que ella lleva sentada al otro lado del escritorio, porque solo se ha dedicado a teclear lo que la mujer iba narrando (o eso queremos creer, porque muy bien podrían estar haciendo cualquier otra cosa como, por ejemplo, nada en absoluto). Finalmente el veredicto, el diagnóstico, avalado por años de estudios, períodos de residencia y experiencia diaria es “no pasa nada, esto es normal, tú tranquila”.
Ante todo, mujer, tranquila, tranquilízate. Que te presentas aquí con una cara de disgusto, que nadie quiere ver a una mujer tan desfigurada, eh. Una sonrisita. Eso, genial. Ahora bien, esto que te pasa es muy normal, le pasa a todas las mujeres. ¿Qué no conoces a ninguna que le haya pasado? Pues hija, qué casualidad, porque aquí en la consulta (signo de cantidad con la manos), “así”. Son cambios hormonales, ¿sabes?, el ciclo menstrual… ¿Qué te duele? Claro que duele, eso es super normal. Te receto ahora mismo algo para el dolor. Y ahora coges esto y te vas a desayunar, ¿eh? ¡Y ponme buena cara, mujer! QUE NO TE PASA NADA.
Creo que todas podemos reconocernos en una situación como la que os acabo de describir. Y si no os reconocéis todavía, a la siguiente vez que visitéis una consulta médica os acordaréis de mí. Porque esto, desgraciadamente, si que es de lo más normal y nos suele pasar a todas.
A las mujeres nunca nos pasa nada. Es que somos unas histriónicas, demasiado debiluchas, con nada nos estamos ya quejando, histéricas, ¿no estaremos en esos días? Ya sabemos, el ciclo menstrual, las hormonas, que nos llevan veinte siglos desbaratando por dentro y por fuera. Nada más que eso, super normal.
En la medicina, que ya sabemos todas que es androcéntrica, existe lo que se llama sesgo de credibilidad por el que a las mujeres no se nos cree cuando alegamos síntomas. Bueno, en la medicina y en todos lados. Y mina mucho la moral que a una no la crean, en cualquier contexto. Pero en el tema de la salud, esto significa poner en riesgo tu vida. Que automáticamente cuando una mujer acuda a consulta el prejuicio de la o el profesional sea que seguro que no le pasa nada porque lo que es es una exagerada, reduce las posibilidades de que podamos acceder de forma digna a un sistema de salud público.
Cuando una muchacha va a ver a su ginecóloga porque la regla le duele, le duele mucho, vamos que se desmaya por los pasillos del instituto, y la ginecóloga le dice “claro mujer, eso es super normal”, y a la chavala se le empieza a generar tejido endometrial hasta en el cerebro… pues hay un problema.
Cuando llegué hoy a la consulta de mama, por una inflamación y un dolor que tengo en el pecho izquierdo y la doctora me mandó irme a desayunar a ver si entraba con mejor cara porque daba penica verme de lo preocupada que estaba. Que no me preocupara, que eso es de lo más normal, que no me pasaba nada. Pues no sé si hay un problema, pero podría haberlo.
Hace dos años, acudí tres veces a urgencias en un mes por un dolor indescriptible de barriga que me hizo perder 10 kilos por el miedo que tenía a comer, de lo mal que me encontraba durante la digestión, pasé por varios diagnósticos de mierda como ansiedad, gases o covid, cuando estaba probablemente a punto de palmarla y llevaba 6 horas retorciéndome del dolor en una camilla, el médico de guardia llegó a preguntarme que si era drogadicta y no sería que me estaba dando el mono. Solo después de una prueba radiológica pudieron comprobar que el DIU me había perforado el útero, había pasado a la cavidad abdominal y estaba provocando que los intestinos se me desplazaran de sitio. Me operaron de urgencia a la media hora.
La tendencia a quitar hierro al asunto empieza ya desde chiquititas, y nos acompaña siempre. Escucho mucho eso de “no pasa nada”. Lo escucho a los padres decírselo a sus hijos e hijas cuando se pegan un tortazo contra el suelo. Y me encanta imaginarme que las criaturas se levantan con las rodillas magulladas y les dicen a sus progenitores “sí, si pasa papá, que me he pegado un tortazo y DUELE. Mi cuerpo me dice que algo pasa y voy a hacerle caso”. ¿Qué nos están enseñando cuando tenemos sensaciones corporales y nos dicen que no nos está pasando nada? Nos enseñan a desconfiar de lo que nos dice nuestro cuerpo. Disociarnos de nuestros cuerpos es un arma afiladísima de la que hace uso cualquier sistema de dominación para que andemos por este mundo y vivamos nuestras vidas totalmente desconectadas de nosotras mismas. Uno de los muchísimos retos a los que nos enfrentamos las mujeres en este aburridísimo sistema creado por el varón es poder volver a conectar con nosotras mismas, con lo que nuestro cuerpo nos dice que necesitamos. Confiemos en nosotras. Y de paso, hablemos entre nosotras. Si encontramos una buena especialista, de esas que nos creen, compartámosla con las amigas. Compartamos más conocimientos, más sabidurías. Construyamos una red de cuidado entre nosotras. Para que lo normal sea que cuando pase algo podamos afrontarlo sabiéndonos verdaderamente cuidadas.