Hay una tendencia en los últimos tiempos a hablar de “nuevos modelos de comportamiento masculino” o “nuevas masculinidades”, centrada en hacer que los hombres nos “deconstruyamos” y en hacer que mostremos una actitud en nuestro día a día que se aleje de nuestros tradicionales privilegios, pero ¿está bien enfocado todo este “movimiento”?
En 2021 se creó en Barcelona un centro “plural”, enfocado en dar visibilidad a estas nuevas formas de comportamiento de los hombres. La base estaba fundamentalmente enfocada en la teoría de que los hombres también tenemos y somos víctimas del género, y que por lo tanto debemos trabajar en sentirnos libres de lo que nos oprime, aunque para ello vamos a empezar conceptualizando la palabra “género”.
Dentro de esta corriente, se habla de género (masculino y femenino) confundiéndose siempre con el sexo (hombre y mujer); por lo que, con las nuevas masculinidades, se pretende hacer que los hombres actúen de una forma que se aleje del tradicional prototipo de hombre heterosexual. Este planteamiento, a pesar de su intencionado buenismo, ya se está olvidando de la base: el género es el arma de opresión que, dentro de la jerarquía sexual, los hombres utilizan para subyugar a las mujeres, por lo que la orientación sexual no exime a ningún hombre de ser partícipe del sistema opresor.
Tal ha sido la banalización del uso de la palabra “género”, que se ha reducido a una mera expresión estética o a meras muestras de mayor sensibilidad. Esto quiere decir que esos centros de “nuevos hombres” o “nuevas masculinidades”; focalizan sus preceptos en hacer que los hombres se sientan libres de vestirse y ataviarse con elementos que han sido tradicionalmente asociados a las mujeres (en lo que sí que son claramente imposiciones de género), como maquillaje, faldas, uñas pintadas… Además de ayudar a los hombres a mostrarse más abiertos a la hora de hablar de sus emociones más íntimas; e incluso llorar si así lo necesitan sin encontrar ninguna barrera o impedimento para ello.
Analizando todo este asunto, me he preguntado si realmente los hombres alguna vez hemos estado tan realmente encorsetados como para necesitar un movimiento que nos ayude a expresar con libertad nuestras emociones. Luego me he acordado de todas las veces que se ha erigido en baluartes del feminismo a señores que, simplemente con no cumplir con el mandato de la heterosexualidad, han hablado por boca de las mujeres: bien haciendo que actrices interpreten en la pantalla sus propias vivencias con otros hombres (Almodóvar), defendiendo la “libertad” de ser reproductiva y sexualmente explotada con mucho sentimentalismo y adorno literario (Roy Galán) o utilizando una tribuna radiofónica en la que es aplaudido por criticar, sentado junto a una mujer de amplia trayectoria periodística), los mismos comportamientos que tiene el prototipo de hombre tradicional y que él mismo reproduce enmascarados como progresistas gracias a terminología neoliberal (Bob Pop). Esto crea una línea que, como el nacimiento de Jesucristo, divide la historia en dos partes: La era anterior a las Nuevas Masculinidades (cuando a las mujeres feministas se las catalogaba como feminazis) y la era posterior (en la que todo es lo mismo, pero ahora hay un grupo de señores muy modernos y “desaprendidos” a los que se les alaba por decirle “terfas” a las mismas mujeres feministas).
¿Cuál sería, entonces, la función real del aprendizaje y enseñanza de estas “nuevas masculinidades»? En la confusión social (e institucionalmente plasmada) que se ha creado respecto al sexo/género; este asunto de las “nuevas masculinidades” ha instaurado una especie de Síndrome de Estocolmo en el que las tradicionales víctimas (las mujeres) deben preocuparse y trabajar porque quienes han sido siempre sus agresores (los hombres), no han sido culpables de toda una historia plagada de misoginia porque hayan querido serlo, sino porque el sistema les ha obligado a ello. Esta última línea me ha recordado a personajes históricos como William Wallace o Luis XIV. Hombres sanguinarios, rudos, líderes de potencias mundiales… a los que no se les partía el tacón, se les corría el maquillaje, le bailaba la falda o les temblaba la peluca si tenían que encabezar cruentas batallas en favor de sus intereses de Estado (o sea, de sus privilegios masculinos, pero dicho de una forma más apta para poder ser publicada en un Boletín Oficial del Estado bajo un título que evoque nuevas formas de “Feminismos”: así como los testículos, con un par y en plural). En un resumen general a la pregunta formulada en la primera línea: se exime a los agresores de sus responsabilidades y se pone el foco de culpa en las víctimas, para que centren su existencia en intentar explicar diariamente que tienen el derecho a ser consideradas seres humanos y a poder vivir en paz. Lo puede constatar el gobierno más progresista y feminista de la historia de España, con su novedosa línea de teléfono de ayuda al potencial feminicida.
Quisiera finalizar esta, mi humilde opinión, invitando a mis compañeros de cromosomas a que, ya que ahora somos libres de expresar nuestras emociones y sentimientos más íntimos, que los canalicemos en ser personas funcionales, en cuidar de nuestras casas, de nuestros familiares, en rechazar cualquier forma de violencia, invasión, explotación e intromisión en la vida de las mujeres… en vez de hacer prevalecer nuestro llanto y pataleta como emoción principal. Al fin y al cabo, viendo a diario todos los feminicidios que se cometen (y que llevan sucediéndose desde el principio de los tiempos), me cuesta mucho pensar que los hombres tenemos tantos problemas a la hora de expresar nuestras emociones: la violencia misógina siempre nos ha emanado sin encontrar obstáculos.
Un comentario
“… canalicemos en ser personas funcionales, en cuidar de nuestras casas, de nuestros familiares, en rechazar cualquier forma de violencia, invasión, explotación e intromisión en la vida de las mujeres…”
ESO HACE FALTA.
Muchas gracias, gran texto.