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Mujeres encorsetadas y caballeros sin espada

Orgullo y prejuicio

“Es una verdad mundialmente reconocida que, un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”.

Orgullo y prejuicio constituye un drama perfecto para leer un domingo de invierno, en el cual, Jane Austen narra la historia de los Bennet, una familia compuesta por cinco hermanas, girando la trama en torno a una de ellas: Elizabeth. Ubicada en las zonas rurales cercanas a Londres, describe cómicamente cómo los burgueses, pese a tener goteras en casa y comer pan duro día tras día, gastaban los cuatro chelines que tuvieran para llevar el mejor vestido al baile y emparejar a sus pobres y delicadas hijas. El símil perfecto para nuestra época, donde en vez de bailes tenemos Instagram, con la única diferencia de que, en el S.XVIII, si estabas triste se te notaba en la carita por mucho polvo de talco/filtro que te pusieras. Al estar impuesto el mayorazgo, madres e hijas tenían que buscar un marido con, al menos, igual posición social y económica para seguir adelante ya que al morir el padre, no podrían contar con las propiedades y se verían en la miseria. 

El matrimonio no era una posibilidad más, sino una obligación ante una vida de privaciones. La mujer solo servía para ser madre y esposa, estaba totalmente descartado tener ambiciones profesionales, y ya ni hablar del desarrollo personal e intelectual -comportamiento que incluso hoy en día se mantiene, según en qué círculos te muevas -.

“Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo me confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano”

La historia se centra en la relación entre Elizabeth Bennet y Mr. Darcy, un joven rico, apuesto e inteligente, con una personalidad estoica que no mostrará su amor tan fácilmente porque (¿cómo no?) eso es cosa de mujeres y contraer matrimonio enamorado estaba mal visto. Elizabeth, una joven perspicaz y nada contenta con la sociedad en la que vivía, no consideraba el matrimonio como el fin para alcanzar la felicidad. Tampoco contemplaba eso de renunciar al amor por motivos económicos -vaya cosa rara para finales del siglo XVIII -.

Mr. Darcy pide la mano de Elizabeth y ella lo rechaza, dejándose llevar por los prejuicios, negándose a un casamiento sin amor. Lizzy prefiere la soltería antes que conformarse con un matrimonio sin pasión y amor aunque eso supusiera una vida más cómoda –la rebeldía de la señorita Bennet es admirable- . La historia avanza, Elizabeth va conociendo mejor a Mr. Darcy, todo sea dicho, y gracias a una carta en la que él se despoja de un orgullo abiertamente machirulo, nuestra protagonista se replantea la idea de que realmente sea un hombre prepotente, empezando a entender el porqué de su carácter serio y reservado. Resulta que  Mr. Darcy es incapaz de demostrar y verbalizar sentimientos ya que, para variar, está mal visto que un hombre se muestre sensible y empático (¿os suena de algo?) Esta actitud ya no sabemos si la toma por su propio orgullo o por el qué dirán, ahí dejamos la libre interpretación de cada cual, aunque es muy probable y factible que sea una mezcla de ambas – ¡ay la fragilidad masculina que nos lleva acompañando siglos cómo nos torpedea! -. 

Él no puede bailar en un precioso salón con la mujer que le gusta, debe de ser ella la que se acerque y muestre interés, porque de hacerlo él, estaríamos ante un hombre deconstruido y recordemos que hablamos del siglo XXI, perdón del XVIII.

“Usted me ha hechizado en cuerpo y alma”.

Finalmente acaba venciendo el amor y se funden en una escena final perfecta muy heterobásica, donde todas suspiramos y deseamos en lo más profundo de nuestro ser alcanzar una conexión así de íntima y pura con alguien. La versión cinematográfica va estupenda para un día de resaca y regloso, pudiendo así regodearte en tu asquerosa soledad mientras te pones fina de chocolate y palomitas. Es lo que tiene idealizar y romantizar relaciones, no nos lo ponen nada fácil en nuestro día a día, ya sea con nuestra familia o con nuestro último match en Tinder.

Orgullo y prejuicio es un reflejo del machismo agotador que llevamos respirando siglos, donde la mujer tiene que ser la que enamore y el hombre el que se deja enamorar. Los roles de género que adoptamos desde la infancia a consecuencia de la publicidad, el cine  y nuestra propia educación afectan gravemente a nuestro desarrollo personal. Jane Austen se enfrentó a los estereotipos impuestos dando vida a personajes como Elizabeth, dueña de sí misma y capaz de rechazar a dos hombres asquerosamente ricos, encarándose con el mundo entero al hacerlo. 
Nos declaramos fans absolutos de Jane y sus obras, es reconfortante leer a mujeres que subvirtieron las normas, que plantearon alternativas ante lo que debía ser. Quizás la sororidad sea eso, descubrir los anhelos de alguien que luchó hace siglos y sentirnos menos solas.

MARITA SICILIA MURILLO
Auxiliar de óptica
NO FUI YO, FUE LA GENÉTICA

La vida hay que tomarla con método, porque se te pierde un pendiente y no cuesta ni una peseta.

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