La poesía tiene fama de difícil, elitista, casi sagrada. Quizá porque muchos señoros la han convertido en su feudo, ganando premios Nobel a costa de romantizar el sometimiento femenino, cosificarnos, adorarnos en los pedestales en los que nos colocaban ellos mismos para luego quejarse de que no cumplíamos sus expectativas y seguir escribiendo más poesía desde su miseria. Ay, ese poeta sufridor profesional, cuántos versos de despecho y angustia nos pudo haber ahorrado. Quizá la poesía masculina pre-internet sea algo así como los foros incel de la actualidad. Quién sabe…
#notallpoetas, por supuesto.
Una vez aclarado lo evidente, ¿qué pasa cuando esa escritura desde el dolor tiene un toque nuevo, reivindicativo? ¿Qué pasa cuando ya no es sólo poesía, sino una performance literaria? ¿Qué pasa cuando no hay indirectas ni sutilezas, sino acusaciones en carne viva hacia quien ha provocado ese sufrimiento, infinitamente más grande e incurable que una banal historia de amor no correspondido?
Hola, somos La Negra, La Blanca y La Mora. En nuestros DNI pone Isis Carratalá, Lina Álvarez y Sahida Hamido, pero eso es un detalle menor. Isis tiene un primer apellido que nunca usa y Lina, como el Quijote, ha tenido el placer de elegir cómo llamarse. También hemos elegido cómo contar nuestra historia, y nadie mejor que Ana de Miguel para escribir el prólogo de este viaje necesario.
Hablar de abusos sexuales nunca es fácil. A nadie le apetece tocar el tema, desgranarlo, ni repasar su propia reacción ante los hechos. Es el gran problema social que afecta a una de cada cuatro niñas en el mundo, pero (en el mejor de los casos) acaba siendo atendido desde otros servicios, con otros recursos, integrado en otros tipos de violencia, como si no se mereciera el espacio que necesita.
A nosotras tampoco nos apetecía, la verdad. Niña Vieja es un libro incómodo que no surge desde el placer, sino desde la lucha. En algún verso nos definimos como una «Artemisia Gentileschi colectiva» porque a eso hemos venido: a cortar cuellos, a ver correr la sangre y a disfrutar con la única venganza que nos hemos podido permitir.
«Me gustó como moriste.
A lo mejor el karma me pasa factura
en una supuesta vida futura,
pero ¿en esta?
En esta, me encantó.»
(…)
Y luego está la sociedad. Los Donald Trump. Los Jimmy Savile. Los sugar daddies. Los García Márquez. Los jóvenes que hacen bromas con las violaciones grupales en un macrobotellón universitario. Los jueces, que ya eran machistas antes de la ley «solo sí es sí», como para dejar en sus manos la decisión de liberar violadores. La Biblia. Los cuentos clásicos. Los Marlon Brando y sus colegas Bertoluccis. Nos hemos dedicado a recopilar sus barbaridades, desde las más antiguas hasta las de ayer mismo para demostrar que esto no es nuevo, sino terrorismo machista sistemático, legitimado socialmente desde hace miles de años. La profesión más antigua, la de violador.
Niña Vieja. La negra, la blanca y la mora es nuestro «amiga, no estás sola». Ni estás sola, ni fue tu culpa, ni estás loca por decir que vivimos en un mundo donde no se nos permite hablar de los abusos sexuales. Todo el mundo prefiere seguir bailando las canciones donde un tío cualquiera anuncia que te va a partir el culo en dos, y preguntarte luego, cuando esa canción, la pornografía y la misoginia hayan hecho efecto, si te resististe ante una manada o qué llevabas puesto, incluso si eres sólo una niña, la niña vieja que tiene el pecho plano y le habla a las estrellas.