La premisa es sencilla. Imagina que, tras una baja laboral por depresión, te reincorporas a tu puesto de trabajo. Aún convaleciente, descubres que, amparándose en la falta de competitividad y el consabido recorte de gastos por parte de la compañía, tu continuidad en la empresa se va a decidir en una maquiavélica votación. El dueño ha decidido que sean tus compañeros quienes elijan: o la paga extra o tu renovación. Una votación en la que no hay lugar para la sorpresa: la empresa saldrá ganadora, porque como el avispado tahúr, juega siempre con la baraja marcada.
Imagina que, siguiendo el guión previsto por la empresa, tus compañeros aceptan su recompensa, con la salvedad honrosa de varios camaradas que presionan para realizar una nueva votación pasado el fin de semana. Hete aquí que dispones de dos días para dar un vuelco a la votación, para intentar convencer al grupo de personas a las que, hábil y repulsivamente, han designado como jueces y ejecutores de tu futuro laboral. Estos son los ingredientes de esa maravillosa película, orquestada como si de un thriller moral se tratase, que es “Dos Días, una noche”, de los hermanos Dardenne.
Si algo bueno tiene la obra de los Dardenne es, posiblemente, su lúcida atemporalidad, lo que explica su rabiosa actualidad pese haber sido rodada en 2014. Principales representantes del cine social europeo, cada vez más escaso de grandes referentes, exceptuando a los propios Dardenne, Ken Loach o Robert Guédiguian; se han convertido en esa vieja guardia que entiende el cine, el ARTE en maýusculas, como un ariete modulador de conciencias en una época en la que priman el escapismo y la burda apatía.
Esa retorcida (y brillante) idea sirve a los hermanos Dardenne como punto de partida para abordar, con una rica descripción nada maniquea, los males sociales y laborales que nos asolan. Así, durante estos “dos días y una noche”, se nos muestra con gran clarividencia aspectos como la desarticulación del poder sindical, la alienación y la promovida atomización de los entornos laborales; otro síntoma más de una sociedad altamente individualizada y sin conciencia de clase. La precariedad laboral, los sueldos míseros y la falta de estabilidad, que lleva a los trabajadores a cobrar en negro durante los fines de semana para sobrevivir. El miedo a la pérdida del empleo, la principal herramienta de esclavización y sometimiento a la clase trabajadora. La bondad y la solidaridad entre pares, pero también, en un ejercicio (a aplaudir) de realismo y de desidealización de la clase obrera; la ruindad, la mezquindad y los motivos frívolos y superficiales que mueven a votar en contra de la reincorporación de Sandra. Por último, es de alabar el tratamiento sobre la incomprensión y estigmatización de las enfermedades mentales, representada en el desprecio de algunos de los compañeros y la lucha íntima y personal de Sandra para reunir las pocas fuerzas de las que dispone y plantar batalla. O como espeta, de una forma un tanto fría y aséptica, el personaje de Fabrizio Rongione, a una descompuesta Marion Cotillard en uno de los primeros compases de la película: “La única forma de dejar de llorar es que luches por conservar tu empleo”. En un contexto en el que la incertidumbre, la falta de asideros tangibles y la presión excesiva de una competitividad mal entendida están generando una epidemia de ansiedad y depresión, es de loar que se reconozca la incidencia del entorno laboral en la salud mental de los trabajadores.
Sin desvelar más allá de lo preciso, me gustaría destacar el sublime final. Una vuelta de tuerca en la que el pacto faustiano ofrecido por la empresa deviene en una íntegra (y sorprendente) decisión por parte de Sandra, en un sincero y vibrante alegato a la dignidad de la clase obrera, a la honradez y a la defensa de unos valores morales antitéticos al espíritu de los tiempos actuales.
Álvaro Vaz-Romero
Docente e investigador
«La libertad de la sociedad capitalista sigue siendo, y es siempre, poco más o menos, lo que era la libertad en las antiguas repúblicas de Grecia: libertad para los esclavistas.»
«Vladimir Ilich «Lenin», El Estado y la Revolución (1917)»